Benedicto XVI inaugura la cuenta @Pontifex.

«Así estamos allí donde los jóvenes se encuentran»

Carlo Melato

Maravilla. Es la expresión que describe la actitud de la Iglesia hacia los medios de comunicación. Un estupor que recorre los diversos documentos de su historia, desde la Miranda Prorsus (“la maravillosa invención”), la segunda encíclica de Pío XII, en 1957, dedicada al cine, la radio y la televisión; hasta la Inter Mirifica (“entre las maravillas”), el decreto promulgado por Pablo VI durante el Concilio Vaticano II, del que se celebra en estos días el 50° aniversario. Pero si en 1963 las “maravillas” eran sustancialmente cuatro (prensa, radio, televisión, cine), hoy la red está abierta a todos, maneja cifras espectaculares y representa una nueva frontera incluso para el Vaticano. De hecho el primer tuit de @Pontifex, el perfil del Papa en Twitter inaugurado por Benedicto XVI y heredado después por Francisco, está a punto de cumplir su primer año. «Nuestra misión es la misma», afirma monseñor Claudio Maria Celli, presidente del Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales: «Estamos llamados a anunciar el Evangelio ante todo con el testimonio personal, como nos enseña el Papa Francisco, y luego con las palabras. Pero si queremos comunicar, debemos saber que ante nosotros ya no tenemos instrumentos sencillos sino tecnologías capaces de crear nuevos ambientes de vida donde habitan los hombres y mujeres de nuestro tiempo».

Entonces, la exhortación de la Inter Mirifica para que la Iglesia y los fieles no se encerraran en sí mismos y no se quedaran al margen de los medios de comunicación, juzgándolos como algo mundano, ¿sigue siendo actual?
Por supuesto. Ese documento marcó un punto de inflexión porque por primera vez un Concilio ecuménico se interesaba por los medios de comunicación social proponiendo un juicio positivo de fondo sobre unos instrumentos que considera expresión de la inteligencia humana y a disposición del anuncio del Evangelio. Sin obviar los riesgos y peligros de una influencia negativa en los individuos y en las masas, y por tanto afirmando con fuerza el derecho y el deber de la Iglesia de servirse de estos medios para llevar adelante su acción pastoral y para responder a la exigencia de un anuncio misionero. Hoy, los discípulos del Señor deben preguntarse cómo pueden ser una presencia y qué lenguaje deben utilizar en función de los diversos instrumentos, desde los tradicionales hasta los más innovadores.

¿Qué quiere decir?
Creo que los cristianos, más que a anunciar el Evangelio en internet, hoy están llamados a ser una presencia activa, comunicativa y evangelizadora en el ambiente existencial que han generado las nuevas tecnologías y que tiene las características propias de una red. Las palabras de Benedicto XVI sobre el desarrollo de las redes sociales digitales que están contribuyendo a crear un nuevo ágora son en este sentido muy iluminadoras: «Si la Buena Noticia no se da a conocer también en el ambiente digital podría quedar fuera del ámbito de la experiencia de muchas personas para las que este espacio existencial es importante». Pero eso no significa que los instrumentos tradicionales pierdan su significado. Pienso, por ejemplo, que debemos recuperar nuestra presencia en el ámbito televisivo y radiofónico.

¿De qué modo?
Entre los medios tradicionales, he omitido voluntariamente al a prensa porque los datos nos dicen con claridad que los jóvenes ya no se informan mediante los periódicos, sino en internet. Respecto a las radios católicas, hay que decir que desarrollan un trabajo importantísimo a favor de los ancianos y enfermos que necesitan una cercanía, pero no siempre son capaces de dialogar con los jóvenes ni con los muy jóvenes. En general, la comunicación presupone una cierta eclesiología: a cada visión de la Iglesia le corresponde un estilo propio de comunicación.

¿Y qué comunicación necesita la Iglesia “hospital de campaña” de Francisco?
También desde este punto de vista, el Santo Padre nos invita a ser una comunidad abierta y dialogante, respetuosa de todos, que sienta simpatía por el hombre y la mujer de nuestros días. Una Iglesia que no se cierre en sí misma, que rechace la cultura del descarte y que proponga la del encuentro.

Hace un año, la decisión de Benedicto XVI de abrir una cuenta en Twitter fue acogida con cierta hilaridad en la web, si bien las críticas más feroces llegaron precisamente desde el mundo católico y de ciertos vaticanistas de largo recorrido. Los más gentiles dijeron que Ratzinger había estado “mal aconsejado”…
Lo recuerdo bien. En realidad, éramos absolutamente conscientes de las dificultades que tendríamos que afrontar. En el mundo de las redes sociales se puede encontrar de todo, también contenidos negativos, irrespetuosos y vulgares. Recomendamos Twitter al Pontífice porque parecía responder a un deseo suyo explícito: estar allí donde se encuentran los hombres.

Otros destacaron el hecho de que la figura del Papa se exponía a posibles insultos o que su mensaje podría perder autoridad en una plataforma que, entre otras cosas, pone al mismo nivel a todas las personas y todas las opiniones.
Meditamos cuidadosamente sobre el problema de las posibles ofensas y el lenguaje soez. Pero preferimos seguir adelante y estar presentes, y el tiempo a día de hoy nos da plenamente la razón. Además, debemos recordar que también a Jesús en la cruz le ofendieron: “Se rieron de él”, dice el Evangelio. Y si alguien se escandaliza por ver al sucesor de Pedro al mismo nivel que los demás hombres, que piense que el Hijo de Dios también vino para estar en medio de nosotros sin “tronos ni aureolas”. Por último, el tema de los 140 caracteres: ciertamente, no son muchos, pero ahí están las bienaventuranzas, que tienen menos y han cambiado el mundo.

Una vez alcanzados los diez millones de seguidores, otras voces han reprochado al Papa Francisco que buscara el éxito en un universo de desconocidos más que la conversión de cada uno.
No es el éxito mundano lo que le interesa al Santo Padre. Pablo VI, en la Evangelii Nuntiandi de 1975 decía que la Iglesia debería sentirse culpable frente a su Señor si no utilizara las posibilidades tecnológicas comunicativas que tiene a su disposición. Me consuela saber que en un momento de gran desertificación espiritual como este, gracis a los fieles que retuitean, al menos sesenta millones de personas reciben en su teléfono móvil una pequeña gota diaria de sabiduría y espiritualidad del Papa Francisco, que les ayuda a caminar.

Por último, ¿la próxima frontera tecnológica para el Obispo de Roma podría ser Facebook?
Es un proyecto sobre el que estamos trabajando, pero hay que valorarlo con mucha atención.