El Papa con las reliquias de san Pedro.

La fe, o la centralidad de Cristo

Anna Minghetti

«Cristo está en el centro. Cristo es el centro». La homilía con la que el Papa Francisco clausuró el Año de la Fe el domingo 24 de noviembre en la plaza de San Pedro giraba en torno a esta afirmación. La centralidad de Cristo. El mismo punto del que partió Benedicto XVI el 11 de octubre de 2012 cuando inauguró este Año que luego dejaría en manos de su sucesor. Cristo como centro del cosmos, de la historia y de la fe cristiana. La continuidad entre ambos Pontífices volvía a ponerse de manifestó en las palabras de Francisco, que recordó al Papa emérito con «afecto y reconocimiento por este don que nos ha dado». La oportunidad, según palabras de Francisco, «de descubrir la belleza de ese camino de fe que comenzó el día de nuestro bautismo». La meta de este camino es el encuentro con Dios, porque sólo con Él podemos «introducirnos en la felicidad que anhela nuestro corazón».

Por primera vez se han expuesto públicamente las reliquias del apóstol Pedro, a las que el Papa rindió homenaje al comienzo de la celebración.
Francisco frente a Pedro: un vínculo que abraza la historia de la cristiandad y que une al primero y al último pastor de la Iglesia universal. Durante toda la Profesión de Fe, el Santo Padre quiso tener entre sus manos la urna que conserva las reliquias, como si reafirmara la roca en la que se apoya la fe que no vacila, de la cual los últimos dos pontífices han sido testigos durante este año, antes aún que con sus palabras, con toda su persona.

Reflexionando sobre este Año de la Fe, no podemos dejar de recordar grandes episodios que han mostrado de manera evidente cómo incide realmente en la vida el hecho de confiarse a Dios: desde la renuncia de Benedicto hasta el pontificado de Francisco, el obispo de Roma nunca había tenido como entonces tantos ojos que lo miraban y seguían constantemente. Y no por una estrategia mediática preparada, sino porque poner a Cristo en el centro de la propia vida conlleva una novedad de la que todos pueden darse cuenta, incluso los no creyentes.

La fe, vuelve a recordar el Papa, no es más que este “centrar” la propia vida en Cristo, no se trata de tener una particular coherencia. Como el buen ladrón, que erró durante toda su vida, pero que al final se aferra arrepentido a Cristo: «Acuérdate de mí cuando llegues a tu reino». Y Jesús no sólo no deja pasar esta petición de quien tiene el coraje de pedir perdón, sino que «da siempre más de lo que se le pide»: «Hoy estarás conmigo en el paraíso».

En esta celebración, Francisco quiso también dirigir un saludo particular a los Patriarcas y Arzobispos Mayores de las Iglesias orientales católicas que estuvieron presentes, expresando su reconocimiento por «una fidelidad ejemplar» al llevar el anuncio de Cristo, «pagando con frecuencia un alto precio», y su deseo de llegar, mediante ellos, a los cristianos de Oriente para que finalmente «todos obtengan el don de la paz y la concordia».

Antes del rezo del Angelus, el Papa entregó algunas copias de la Exhortación apostólica Evangelii gaudium, documento de conclusión del Año de la Fe, a los representantes de las realidades que se han convertido en protagonistas de estos trece meses: confirmandos, seminaristas, novicios, familias, invidentes, jóvenes, hermandades, movimientos, además de un obispo, un sacerdote y un diácono. Y también a representantes del mundo de la cultura: el escultor japonés Etsuro Sotoo y la pintora polaca Anna Gulak, y a dos periodistas. Un total de 36 personas procedentes de 18 países de todos los continentes, con los que el Santo Padre no ocultó una atención paternal, llena de una sencillez conmovedora. Desde el paso hacia adelante para ayudar al que sube con esfuerzo los escalones, al beso al pequeño que iba en brazos de su padre, no deja de sorprender la humanidad de un hombre que tiene para cada uno una sonrisa distinta.