15 de octubre. Teresa de Jesús

Carmen Pérez

Hay pocas leyendas sobre Santa Teresa. Con mayor o menor difusión o influjo serán apenas media docena. Una de ellas es la de su nombre: Teresa de Jesús. ¿Recuerdan? Un diálogo mantenido por ella con “Jesús de Teresa” en una de las escalinatas del monasterio de la Encarnación de Ávila. «¿Quien eres?», le pregunta un niño con el que se encuentra en las escaleras del monasterio de la Encarnación: «Yo Teresa de Jesús». Y Teresa pregunta al Niño: «¿Y tú?». «Yo, Jesús de Teresa». Es delicioso. A pesar de su escaso o nulo fundamento histórico, el episodio preside el retablo de la Iglesia del Carmen en La Coruña.
O el diálogo mantenido entre ella y su Señor con ocasión de los atolladeros y dificultades que pasaron, ella y su comitiva, camino de la fundación de Burgos. Teresa se queja a su Esposo y Señor. Y Él le explica: «Así trato yo a mis amigos». Y de nuevo ella le replica: «Ay Señor, por eso tenéis tan pocos». O su monólogo ante el Señor: «Que haya quien os sirva más y mejor lo tolero, pero no que haya quien os ame más no lo toleraré jamás». Y, la última, la gráfica y repetida expresión de Teresa tras un banquete en tierras de la Mancha: «Cuando perdiz, perdiz, y cuando penitencia, penitencia». ¡Cuántas veces hemos oído o dicho esta expresión! Por cierto, a pesar de no ser histórica, al gran teólogo Rahner le parece tan significativa que, con motivo de su proclamación como Doctora de la Iglesia Universal, por el Papa Pablo VI en 1970, escribe glosando la famosa frase de «cuando perdiz, perdiz, y cuando penitencia, penitencia», de la siguiente manera: «El hecho de que ella comprendiese, junto a la penitencia, también un buen estofado de perdiz, y que fuera increíblemente sagaz organizadora y diplomática aumenta para nosotros la simpatía de su mística».
Bueno, no más leyendas aunque son muy significativas y expresivas de su carácter. La gran personalidad de esta mujer es que está y vive convencida de que «esta fuerza tiene el amor si es perfecto, que olvidamos nuestro contento por contentar a quien amamos». Y esto fue la realidad de su vida: la fuerza de su amor que le hacía olvidar su contento por contentar al Señor, al que amaba.
Sí, amor, amor de amistad fue la gran realidad de su diario vivir. «Os he llamado amigos», dice el Señor en la despedida con los suyos; esta fue su vida: saberse llamada a su amistad con Jesucristo. Su experiencia personal fue saber lo mucho que nos va en vivir de su amistad. «Dios trata con nosotros con tanta amistad y amor que no se sufre escribir», nos dice en el libro de su vida. «Son tantas las vías por donde comienza nuestro Señor a tratar de amistad con nosotros que sería nunca acabar». Y esta que es sensacional: «¡Oh Señor! Que es posible que aun estando en esta vida mortal se pueda gozar de Vos con tan particular amistad. Esta amistad sólo los que la experimentan pueden entenderla».
El Señor dijo que los que le siguen, los que se encuentran con El, tienen el ciento por uno en esta vida. La vida eterna no es una “vida” futura. Por la caridad, por el amor, por nuestra trato de amistad con Dios, entramos, ya desde aquí en la eternidad.