Juan Pablo II, en la dedicación de la catedral <br>de la Almudena.

Se cumplen veinte años de la dedicación-bendición de la catedral de Madrid a la Almudena

Antonio Astillero Bastante

Acabamos de celebrar el veinte aniversario de la Dedicación-Bendición de la Catedral de Santa María la Real de la Almudena.

¡Inolvidable día y acontecimiento! Como se recordará fue el día 15 de junio de 1993. Y así se cumplió el deseo de tantos madrileños, y también no madrileños, residentes en Madrid, porque nuestra gran y bella ciudad, en tantos aspectos y realidades incomparable y globalmente católica, alcanzó la ilusión de contar también con un bello templo-catedral.

Fue el recordado y tan querido D. Ángel Suquía, quien, a poco de llegar a Madrid como Arzobispo y ante la permanente insistencia de los madrileños pidiéndole que se reanudaran las obras del templo con la ilusión de verlo terminado, decidió valientemente dar respuesta positiva a sus diocesanos y, confiada y decididamente, reemprendió las obras con la ilusión de verlo terminado, al menos en su parte sustancial, nombrando para ello, previas las obligadas gestiones, una Fundación integrada por Arzobispado, Comunidad Autónoma de Madrid, Ayuntamiento de la capital, Asociación de la Prensa, Cámara de Comercio y Caja Madrid, Fundación que daría lugar a la formación de un notable Patronato formado por dignas personalidades del momento y presidido por el tan ejemplar y distinguido militar y financiero General Álvaro Lacalle Leloup y encargando su Delegación a quien esto escribe, y que dio lugar a que pudieran reanudarse las obras que habían tenido su inicio el 4 de abril de 1883 con la colocación de la primera piedra por el Rey D. Alfonso XII y que, aunque se logró terminar el gran templo-cripta, las referidas al templo-catedral más adelante tuvieron que paralizarse a causa del ambiente y realidad socio-política y a la contienda civil y como consecuencia de la misma, dada la situación económicamente precaria a la que se había llegado en nuestro país.

Pero la considerable y positiva situación que nuestra España iba logrando, el nombramiento del nuevo Arzobispo de Madrid-Alcalá que recayó en el entonces Arzobispo de Santiago de Compostela, D. Angel Suquía Goicoechea quien, a poco de tomar posesión de la Sede de Madrid-Alcalá y ante la insistencia de sus nuevos diocesanos, realmente conmovedora y admirable, hicieron posible que el recordado D. Angel, ya en la gloria del Señor, tomara la decisión con la eficaz colaboración del Patronato elegido, de reanudar las obras de la tan deseada catedral y que, obviamente, había de ser sede definitiva de nuestra querida Patrona Santa María la Real de la Almudena.

La Empresa constructora, CABBSA, presidida por el querido e inolvidable Ángel César Beltrán, ya en el cielo, fue la elegida para sus obras, ¡y con cuánto acierto!

Y no me niego a referir algo tan grato y singular. En la correspondiente visita “ad limina” del Cardenal Suquía al querido e inolvidable Pontífice, el ya Beato Juan Pablo II, dijo a D. Angel: «Señor Cardenal, he oído que han reanudado ustedes las obras de un templo que podía ser la catedral de Madrid». Y D. Angel respondió: «Santo Padre, no podía pensar que Su Santidad estuviera tan bien informado». Y respondió el Papa: «Pues me atrevo a decirle que si el Señor sigue dándome vida me comprometo a volver a Madrid y procedería con sumo gusto a dedicar el templo-catedral». D. Ángel, obviamente, sorprendido y emocionado respondió: «Muchísimas gracias Santo Padre por su compromiso». ¡Cómo y cuánto se lo agradecemos! E insistió el Papa: «¡será así la primera catedral bendecida por un Papa a excepción de San Juan de Letrán en Roma!». Mis lectores comprobarán la ilusión, la alegría que tan gozoso como inolvidable compromiso del Santo Padre ocasionó en todos en cuanto el Sr. Cardenal nos lo comunicó.

Regresado de Roma, D. Angel me llamó y me contó lo sucedido e inmediatamente se convocó al Patronato para dar un renovado empuje a las obras para conseguir la terminación de lo sustancial y necesario para su Dedicación por el Santo Padre.

Llegado a Madrid el Santo Padre, el día 15 de junio de 1993 se procedió a la Dedicación-bendición del templo. El acto fue profundamente emocionante e inolvidable. Asistieron todos los Obispos y Cardenales de España, entre los que se encontraba D. Vicente E. Tarancón y también el entonces Arzobispo de Santiago de Compostela, D. Antonio María Rouco, ahora aquí en Madrid, nuestro tan querido y admirado Señor Cardenal. Muchos recordarán la presencia de Sus Majestades los Reyes, Don Juan Carlos y Doña Sofía, el Presidente del Gobierno, Don Felipe González, que generosamente contribuyó instando a entidades, bancos, etc. para que participaran en las obras, el Presidente de la Comunidad de Madrid, Don Joaquín Leguina, y el Alcalde de la capital, D. José María Álvarez del Manzano, entre otros y tantos madrileños que, al fin, “estrenábamos catedral”.

Y ya pudimos contemplar a nuestra querida Patrona Santa María la Real de la Almudena en el magnífico altar-retablo de J. de Borgoña. Y el momento inolvidable y profundamente emocionado de contemplar al ya Beato Juan Pablo II, postrado en profunda oración ante Ella. Algo, insistimos, tan emocionante e inolvidable.

Considero justo recordar, aunque sea brevemente, a cuantos colaboraron, como el diario ABC, instituciones como Ibercaja, la Caixa, Endesa, y tantos, sin olvidar la contribución de las Parroquias y templos de Madrid que hicieron posible continuar las obras y así pudimos empezar la ornamentación interior, y también la exterior, del templo en cuya tarea continuamos actualmente, como puede comprobarse. Y así, hace solamente unos días, se ha terminado la fachada principal con la colocación de cuatro arcángeles, San Miguel y San Gabriel arriba, San Rafael y San Azrrael invitando a entrar en el templo.

Tenemos también comprometida la ornamentación de la fachada de Bailén en la que en poco tiempo podremos contemplar sobre la puerta central el anagrama de la Virgen María con dos hermosos ángeles a su lado. El escudo del Beato Juan Pablo II también con dos ángeles sobre la puerta de entrada y sobre la de salida el escudo del también recordado Benedicto XVI. Aunque, como bien sabemos, «una catedral no se termina nunca». Pero con el Señor, con María y con la fe y generosidad de los madrileños todo será posible. Obviamente es inevitable y gozoso, a la vez, ponderar también el proceder tan inteligente de nuestro Cardenal D. Antonio María Rouco, sin olvidar la colaboración de sus Obispos Auxiliares, de mis compañeros en el Cabildo y de otros siempre hermanos en el Señor.

No hay que olvidar la especial colaboración de cuantos, imitando lo que fue fundamental para realizar la cripta, se ha hecho para la terminación de la catedral, mediante la adjudicación de capillas a congregaciones religiosas, instituciones, como San Isidro, San José María Escrivá de Balaguer, Virgen de las Cruces, Santa Maravillas de Jesús y otras.

Y considero conveniente y de justicia resaltar cuánto se ha logrado a favor del referido templo-cripta de la catedral. Sin exageración alguna, porque es opinión generalizada, es el templo-cripta más bello de Europa. Cuánto bien se ha conseguido a favor del mismo y no digamos del templo-catedral gracias a la colaboración de cuantos han optado por la adjudicación de sepulturas, sarcófagos y columbarios. Ello explica la belleza del templo-cripta, principalmente en favor del templo-catedral. Y así podemos afirmar que la tercera parte de lo empleado en la construcción y ornamentación de la catedral se debe a la generosidad de tantos en la cripta. Y aprovecho esta ocasión para decir que ya sólo quedan por adjudicar una sepultura para cuatro cuerpos, tres sarcófagos y algunos columbarios. Es obvio que los tres sacerdotes responsabilizados del culto en la cripta nos hayamos comprometido a encomendar al Señor, en todas las Misas que celebramos, a cuantos reposan en el templo y que con su generosidad tanto han hecho posible.

¡Y nuestra tan venerada y querida Patrona Santa María la Real de la Almudena! ¡Qué Don del Señor!

Su SÍ que hizo posible la presencia del Señor entre nosotros y para nosotros nos enseña y nos exhorta a comprometernos también con su Hijo. Así lo quiere el Señor.

¡Santa María la Real de la Almudena! Cada día más conocida y más venerada.

La decisión del recordado Cardenal D. Angel Suquía hizo posible la realidad de nuestra catedral, y nuestro Cardenal D. Antonio María Rouco, con su acertada decisión, encomendada especialmente a sus sacerdotes, exhortando a cantar frecuentemente el Himno, está consiguiendo que el Madrid católico, con referencia a la capital y también a los pueblos, implorando a la Santísima Virgen también como Madre nuestra como consta en las Palabras-testamento del Señor en la Cruz: «Ahí tienes a tu Madre», dijo, como bien sabemos, a San Juan, quien nos representaba a todos.

¡Siempre unidos a nuestra querida Patrona!