El cardenal Luis Antonio Tagle.

Ese cardenal venido «del inicio del mundo»

Anna Minghetti

«Si el Papa Francisco viene del fin del mundo, ¿de dónde viene entonces el cardenal Tagle?» «Del inicio», responde riendo. Este intercambio de bromas dio comienzo al acto de presentación en Roma del libro Gente de Pascua, del cardenal filipino Luis Antonio Tagle, el votante más joven del último Cónclave. Un acto lleno de frescura, palabra que Enzo Bianchi usa hasta tres veces, y no por casualidad, en el prólogo a la edición en italiano. Fue el 14 de junio en Roma, con la participación de Giancarlo Bosetti, director de Reset; Lorenzo Fazzini, director de Editrice Missionaria Italiana; y Gian Guido Vecchi, vaticanista del Corriere della Sera.

La simpatía y la afabilidad de quien te hace olvidar que estás delante de un purpurado fueron el trasfondo de una reflexión aguda y profunda. A partir de las contradicciones de la globalización, Tagle no se limita a soluciones fáciles, sino que afronta el problema desde la raíz. Porque, recuerda el cardenal, somos nosotros, los católicos, los que debemos participar en la construcción de una nueva humanidad. La fe en Jesús resucitado es un don que Dios nos ha dado para el mundo, porque es la verdadera comunión la que genera una verdadera comunidad. De ahí su fuerte reclamo a la experiencia del Evangelio, portador de un mensaje todo menos abstracto, puesto que cuenta una serie de experiencias que también nosotros, hoy, podemos vivir en el mundo contemporáneo. Las condiciones actuales, llenas de dificultades y contrastes, pueden verse iluminadas por la esperanza de la Resurrección, porque el último capítulo de la historia humana es la victoria del Señor, no del mal.

Tagle no quiso eximirse de responder también a preguntas personales, como la que le interrogaba sobre el significado de su profunda conmoción ante Benedicto XVI durante el Consistorio que el pasado noviembre le hizo convertirse en cardenal. «Es el llanto de quien se conoce a sí mismo, los propios pecados, los propios límites». De alguien que quería ser un simple sacerdote, de alguien que no esperaba una llamada así, a la que sin embargo no puede decir no, sino sólo un sí lleno de confianza.

El discurso entró también en el ámbito de las peculiaridades sociales y culturales de la Iglesia asiática y sus diferencias respecto a la occidental. Con ocasión del último Sínodo sobre Nueva Evangelización, el cardenal contó que le habían preguntado por qué emergía con tanta insistencia el problema de un cierto «cansancio» de la Iglesia. «Es algo a lo que contribuye la disminución de las vocaciones y el cierre de casas religiosas», respondió: «En Asia, desde hace dos mil años, estamos en minoría. Sin embargo, no se puede decir que la Iglesia esté muriendo». De hecho, subrayó que frecuentemente se pierde mucho tiempo buscando causas y soluciones a la crisis, cuando lo que «falta es la tensión frente a las oportunidades que el mundo actual ofrece». En Asia, la Iglesia trata de buscar todas las ocasiones posibles para crear el diálogo. Esta situación es una llamada de Dios, para quien está acostumbrado a ser fuerte en cuestión de número e influencia, a ser humilde pero también a seguir creyendo en el Señor.
Estas frases inevitablemente recuerdan a aquellas que el joven teólogo Joseph Ratzinger pronunció en 1969. El futuro Benedicto XVI hablaba entonces de una Iglesia que, con el descenso del número de sus fieles, habría perdido también gran parte de sus privilegios sociales, pero que saldría de esa situación simplificada, más espiritual, y por tanto fortificada.
Tampoco faltaron los reclamos a temas particularmente queridos y recurrentes en las palabras del Papa Francisco. La Iglesia, recordó Tagle, «está llamada a redescubrir su propia vocación, sobre todo entre los pobres, modelo de esperanza, misioneros del mundo contemporáneo, que incluso en medio de miles de dificultades no dejan de decir “Dios mío”».
A pesar de las múltiples diferencias por las que la comparación está apenas en el inicio, el encuentro entre culturas que comenzó en esta cálida velada romana nos permitió vislumbrar una Iglesia que desde la Asia de Tagle hasta la América de Francisco, pasando por la Europa de Benedicto, habla el mismo idioma. Del inicio al fin del mundo.