El Papa Francisco entre la multitud.

La misericordia que regenera lo humano

EL CARISMA FRANCISCANO / 2
fray Paolo Martinelli*

Segunda etapa del viaje a las raíces de la decisión del papa Francisco de asumir el nombre del santo de Asís. Un tema muy querido por el pontífice, tanto como para elegirlo como su propio lema.

El papa Francisco, en su primer Angelus, comentando el episodio evangélico de la mujer adúltera, reclamó a todos al misterio de la misericordia de Dios: «Él jamás se cansa de perdonar, pero nosotros, a veces, nos cansamos de pedir perdón… Él es Padre amoroso que siempre perdona, que tiene ese corazón misericordioso con todos nosotros. Aprendamos también nosotros a ser misericordiosos con todos».
En estas expresiones, sencillas pero muy profundas, se encuentra también la raíz de la experiencia cristiana de Francisco de Asís. Algunos de sus escritos y numerosas hagiografías destacan que su historia personal está marcada por haber experimentado en primera persona la misericordia de Dios, cosa que le abre a ser él a su vez misericordioso. En su Testamento, Francisco repasa lo que ha sido su vida y, al llegar al fin de sus días, reconoce el origen de su camino: «como estaba en pecado, me parecía extremadamente amargo ver a los leprosos. Y el Señor mismo me condujo entre ellos, y practiqué la misericordia con ellos». Al toparse con una realidad que rehúye a causa de su “estar en pecado”, aprende mediante la fe en Cristo a acogerla, a “practicar la misericordia”. Aquella persona herida se convierte para Francisco en el signo mediante el cual Dios mismo le alcanza. Ahí comienza el santo de Asís su camino, reconociendo el perdón de Dios por sus pecados, y aprende a ser misericordioso. Esta mirada determinará a san Francisco en todas sus relaciones.
En su Carta a un ministro, es decir, a un responsable de la orden, que presumiblemente quería dejar el cargo a causa de los problemas que debía afrontar cada día, Francisco le invita a acoger esa realidad que parece alterar su relación personal con Dios: «todo aquello que te impide amar al Señor Dios, y quienquiera que sea para ti un impedimento, trátese de frailes o de otros, aun cuando te azotaran, debes tenerlo todo por gracia». Es decir: la relación con Dios pasa a través del drama de la vida cotidiana y no de nuestra fantasía religiosa. Por eso añade: «Y tenlo esto por verdadera obediencia al Señor Dios, porque sé firmemente que ésta es verdadera obediencia». Se obedece a Dios cuando se acepta el riesgo del impacto cotidiano con la realidad, donde el Misterio provoca nuestra libertad.
Después Francisco añade: «Y ama a aquellos que te hacen esto… y no quieras que sean mejores cristianos». Para nosotros es difícil entender hoy qué quiere decir estar frente al otro sin pretender que sea “mejor”, hasta tal punto nuestro cristianismo se ha reducido a un moralismo sin más. Pero es verdad que la vida cambia cuando se la acoge tal cual es y no porque se pliegue a nuestras medidas.
Pero los versículos siguientes formulan la indicación más rompedora, cuando el santo de Asís indica a este ministro cómo comportarse con los hermanos que cometen pecado: «Y en esto quiero conocer si tú amas al Señor y a mí, siervo suyo y tuyo, si hicieras esto, a saber, que no haya hermano alguno en el mundo que haya pecado todo cuanto haya podido pecar, que, después que haya visto tus ojos, no se marche jamás sin tu misericordia, si pide misericordia. Y si él no pidiera misericordia, que tú le preguntes si quiere misericordia. Y si mil veces pecara después delante de tus ojos, ámalo más que a mí para esto, para que lo atraigas al Señor; y ten siempre misericordia de tales hermanos».
Francisco de Asís mira al otro con el perdón de Dios en sus ojos y en su corazón. La misericordia aparece aquí como el principio que regenera continuamente lo humano, venciendo indomablemente cualquier resistencia posible.
Esta es en el fondo la conciencia que Francisco de Asís experimentó a lo largo de su vida: ser un pecador perdonado, convirtiéndose en signo vivo de la misericordia de Dios. Esta realidad aparece muy bien expresada en un famoso pasaje de sus Florecillas, donde el hermano Maseo ante su “éxito” exclama: «¿por qué todo el mundo va detrás de ti y no parece sino que todos pugnan por verte, oírte y obedecerte? Tú no eres hermoso de cuerpo, no sobresales por la ciencia, no eres noble, y entonces, ¿por qué todo el mundo va en pos de ti?». Y la respuesta de Francisco: porque los ojos de Dios «no han visto, entre los pecadores, ninguno más vil ni más inútil, ni más gran pecador que yo. (…) Me ha escogido a mí para confundir la nobleza, la grandeza, y la fortaleza, y la belleza, y la sabiduría del mundo, a fin de que quede patente que de Él, y no de criatura alguna, proviene toda virtud y todo bien, y nadie puede gloriarse en presencia de Él».
Así experimentó él la misericordia divina y la elección de Dios para convertirse en signo de su gracia. Esto nos lleva al lema elegido, no por casualidad, por el papa Francisco, en referencia al encuentro entre Jesús y Mateo: «Miserando atque eligendo», lo miró con misericordia y lo eligió. Grande es el misterio de la misericordia que confunde a la soberbia del mundo.
* capuchino