El Papa Francisco durante la misa <br>con los cardenales.

«Nuestra vida es un camino en presencia del Señor»

Luca Fiore

Caminar, edificar, confesar al Señor. Son las tres palabras de la primera homilía del papa Francisco, pronunciadas sin papeles y en italiano (y no latín) durante la Missa Pro Ecclesia celebrada en la Capilla Sixtina a menos de veinticuatro horas de su elección y en el mismo lugar, bajo la mirada del Cristo del Juicio Final de Miguel Ángel.

El papa Bergoglio explicó las lecturas de la misa como lo haría un párroco, con palabras sencillas y una fe profunda: el fragmento del profeta Isaías, «Casa de Jacob, venid, caminemos a la luz del Señor»; la carta de san Pedro apóstol, «como piedras vivas, también vosotros sois edificados como casa espiritual»; y el Evangelio de Mateo: «Tú eres Cristo, el hijo del Dios vivo».

Poco antes, los 114 cardenales electores habían entrado en procesión, como hicieron el martes por la tarde. Esta vez, sin embargo, iba tras ellos el hombre que el Espíritu Santo ha elegido mediante sus votos. Francisco avanzaba despacio. Lleva en el dedo un anillo sencillo, como la cruz que lució tras ser elegido en la plaza de San Pedro. Humildad, timidez, y también una pizca de humor. El padre Federico Lombardi ha contado la broma de Bergoglio a los cardenales durante la cena que siguió a su elección: «Que Dios os perdone por lo que habéis hecho…».

En esta primera misa, se ha visto al Papa mucho más relajado que el día anterior. Las palabras fluían acompañadas de una generosa gestualidad, muy latina: «En estas tres lecturas veo que hay algo en común: es el movimiento», afirmó el Papa: «En la primera lectura, el movimiento en el camino; en la segunda lectura, el movimiento en la edificación de la Iglesia; en la tercera, en el Evangelio, el movimiento en la confesión. Caminar, edificar, confesar». El camino, una palabra que también pronunció la noche de su elección: «“Caminemos a la luz del Señor”. Ésta es la primera cosa que Dios ha dicho a Abrahán: Camina en mi presencia y sé irreprochable. Caminar: nuestra vida es un camino y cuando nos paramos, algo no funciona. Caminar siempre, en presencia del Señor, a la luz del Señor, intentando vivir con aquella honradez que Dios pedía a Abrahán».

A continuación: «Edificar. Edificar la Iglesia. Se habla de piedras: las piedras son consistentes; pero piedras vivas, piedras ungidas por el Espíritu Santo. Edificar la Iglesia, la Esposa de Cristo, sobre la piedra angular que es el mismo Señor». Y luego el tercer punto, decisivo: «Podemos caminar cuanto queramos, podemos edificar muchas cosas, pero si no confesamos a Jesucristo, algo no funciona. Acabaremos siendo una ONG asistencial, pero no la Iglesia, Esposa del Señor». Me vienen a la mente las imágenes del cardenal de Buenos Aires que lava los pies a los niños enfermos de Sida. No es filantropía. El Papa jesuita, heredero de los jesuitas de las reducciones sudamericanas, elimina toda duda posible: la caridad, el cuidado de los pobres y de los que sufren es su modo de afirmar el señorío de Cristo sobre todas las cosas.

«Cuando no se camina, se está parado», continuó: «¿Qué ocurre cuando no se edifica sobre piedras? Sucede lo que ocurre a los niños en la playa cuando construyen castillos de arena. Todo se viene abajo. No es consistente». Después de la cita del primer día a san Ignacio de Antioquía, la segunda personalidad a la que el papa Bergoglio es un poeta francés, un bohemio convertido a principios del siglo XX, Leon Bloy: «Quien no reza al Señor, reza al diablo».

Los cardenales escuchan en silencio. Algunos miran la parte derecha del fresco de Miguel Ángel, donde aparecen dibujados los demonios y los condenados. Pero las palabras más decisivas aún están por venir: «Caminar, edificar, construir, confesar. Pero la cosa no es tan fácil, porque en el caminar, en el construir, en el confesar, a veces hay temblores, existen movimientos que no son precisamente movimientos del camino: son movimientos que nos hacen retroceder».

Los pasos atrás afectan a todos, dice el Papa. Y el primero que no entendió fue el propio san Pedro, el primer obispo de Roma: «El mismo Pedro que ha confesado a Jesucristo, le dice: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Te sigo, pero no hablemos de cruz. Esto no tiene nada que ver. Te sigo de otra manera, sin la cruz. Cuando caminamos sin la cruz, cuando edificamos sin la cruz y cuando confesamos un Cristo sin cruz, no somos discípulos del Señor: somos mundanos, somos obispos, sacerdotes, cardenales, papas, pero no discípulos del Señor. Quisiera que todos, después de estos días de gracia, tengamos el valor, precisamente el valor, de caminar en presencia del Señor, con la cruz del Señor; de edificar la Iglesia sobre la sangre del Señor, derramada en la cruz; y de confesar la única gloria: Cristo crucificado. Y así la Iglesia avanzará».

Para terminar, una nueva invocación a la Virgen: «Deseo que el Espíritu Santo, por la plegaria de la Virgen, nuestra Madre, nos conceda a todos nosotros esta gracia: caminar, edificar, confesar a Jesucristo crucificado. Que así sea». Vuelve a mi mente la imagen que había visto por la mañana: ese hombre vestido de blanco que, como un enamorado, ponía un ramo de flores a los pies de la Virgen, en Santa María la Mayor. Mientras le suplicaba que le ayudara a llevar su nueva cruz.