Monseñor Mario Zenari, nuncio en Siria.

«Será mucho más difícil reconstruir los corazones que los edificios»

Luca Fiore

Monseñor Zenari está amenazado de muerte. En internet se habla de un atentado contra él planificado por el ejército y los servicios secretos sirios. «No doy mucho peso a estas noticias. Quien planifica un atentado no lo dice antes por internet. Estoy tranquilo, trato de hacer mi misión. No es la primera vez que me encuentro en una situación difícil, ya me sucedió en Níger y Costa de Marfil». Mario Zenari, nacido en 1946, nuncio apostólico en Siria desde 2008, responde con una tranquilidad sorprendente.

Hace tan sólo unas horas las ventanas de la nunciatura temblaron por una explosión a unos cientos de metros de distancia: un coche bomba que causó 35 muertos y 237 heridos. Luego, las noticias que hablan de él como un posible objetivo. La razón podría ser que monseñor Zenari dijo que en Siria se camina sobre la sangre de las víctimas por todas partes. «Si viene usted a Damasco, al caminar por la calle es muy posible que se le peguen restos humanos a los zapatos». A pesar de las amenazas el nuncio no duda en seguir allí, incluso en un momento en que los enfrentamientos han llegado al barrio diplomático de la capital. «Nos quedamos con la gente que sufre para darles voz, para sufrir con ellos».

Para él resulta ya imposible salir a la calle o encontrarse con los fieles, religiosos y obispos. Todas las relaciones se limitan al contacto telefónico. «Tratamos de sostenernos unos a otros. Los cristianos, y los religiosos en particular, son para este país una presencia importante para todos, incluidos los musulmanes. En este tiempo he visto milagros. Yo los llamo “flores en el desierto”. Estamos aquí por puro testimonio. Sé de conventos que se han convertido en punto de referencia para pueblos enteros. Rebeldes que se detienen ante la autoridad de los religiosos. Lugares de culto que se utilizan como refugio no sólo espiritual. Estamos desarmados y precisamente por eso somos la presencia más potente de todas». Sin embargo, desde Siria llegan noticias que hablan de persecución contra los cristianos. La última ha sido la de un armenio asesinado a sangre fría por llevar un crucifijo. «Sobre esto hay que ser muy cautos y no apresurarnos a emitir juicios hablando de martirio. Conscientemente, sólo conozco dos casos, los dos sacerdotes ortodoxos asesinados el año pasado, pero incluso en esas circunstancias no se llegó a reconstruir lo sucedido para poder decir cuáles fueron los verdaderos motivos. Yo digo que los cristianos sirios sufren del mismo modo que todos los ciudadanos sirios. Son víctimas del fuego cruzado y de los actos vandálicos. En medio del caos a veces se producen ajustes de cuentas entre familias por problemas anteriores a la guerra. Hay que estar atentos. Conozco casos en los que tener un nombre cristiano ha sido causa para salvar la vida. En los puestos de control, por ejemplo».
La situación es cada vez más difícil de interpretar. Desde el punto de vista político y también desde el militar. «Creo que ni los propios sirios llegan a entender lo que verdaderamente está sucediendo. Cuando más se avanza más disminuyen las posibilidades de llegar a una solución pacífica. El problema se remonta a hace dos años cuando se decidió tomar el camino de la violencia. Es triste ver el inmovilismo de la comunidad internacional. Lakhdar Brahimi, el enviado de la ONU, tiene razón cuando dice que Siria no puede salir de esto sola».

¿Qué es lo que más le preocupa? «Creo que las bombas están destruyendo edificios y matando a muchas personas, pero las ruinas más difíciles de reconstruir serán las que se están acumulando con el paso de los años. Cuando todo acabe, este será el principal problema: el odio que se está acumulando en los corazones. Volver a poner en pie los muros será infinitamente más fácil que reconstruir las almas. Y creo que ahí tendrán un papel decisivo las religiones».