Padre Werenfried Van Straaten.

«Padre Tocino», la caridad más allá del telón de acero

Stefania Careddu

En sus nombres se encierra la historia, el estilo y la fe de un hombre que dedicó su vida a los sufrientes y perseguidos y que desapareció el 31 de enero de hace diez años. Werenfried – que significa combatiente por la paz – es lo que él eligió cuando a los 21 años el holandés Philip Van Straaten decidió hacerse monje premostratense.

"Padre Tocino" era el apelativo con que le conocían en todo el mundo, signo indeleble de la campaña a favor de los 14 millones de refugiados alemanes, procedentes de la Alemania oriental, para los que, al terminar la Segunda Guerra Mundial, recogió víveres, botas, ropa y toneladas de tocino llamando a las puertas de los campesinos de Flandes. «Sabía que las amas de casa flamencas no tenían dinero para darle, pero lo cierto es que todas ellas tenían un buen trozo de manteca de cerdo colgado junto al hogar», explica Massimo Ilardo, director de la sede italiana de Ayuda a la Iglesia Necesitada (AIN), la obra fundada por el padre Werenfried para socorrer a los refugiados alemanes, pero también para dar voz a la Iglesia del silencio más allá del telón de acero y para ayudar, material y espiritualmente, a las iglesias perseguidas y privadas de recursos.

«Su extraordinaria inventiva le permitió responder a las exigencias pastorales de la Iglesia de un modo eficaz y original», subraya Ilardo recordando las «capillas móviles» que le servían para llevar el Evangelio en una Alemania que ya no tenía iglesias. «Un "formato" exitoso», así lo define el director de AIN en Italia, pues se retomó en Rusia con los barcos-capilla. De hecho, la ayuda a la Iglesia ortodoxa es también uno de los rasgos significativos de la obra del padre Werenfried, «a quien Juan Pablo II confió la tarea de “restaurar el amor” entre las dos Iglesias hermanas». «Desde los primeros años noventa – explica Ilardo – AIN apoyó en Rusia a la Iglesia ortodoxa, pero también a algunos medios cristianos que mediante una información objetiva contribuyeron a la mejora de las relaciones entre ortodoxos y católicos». Además, en 1956, con motivo del levantamiento popular en Hungría, el padre Tocino puso en marcha una gran acción de socorro, mientras que en los setenta transformó más de 300 camiones del ejército suizo en medios de transporte para los misioneros de la Amazonia y en 1976 solicitó ayuda para los refugiados vietnamitas que huían de la dictadura comunista.

«Su confianza en Dios era ilimitada, hasta llegar a decir a sus colaboradores: “Al preparar nuestros programas de ayuda, lo determinante no debe ser lo que podemos hacer, sino más bien lo que debemos hacer, porque lo podemos todo en Aquel que nos da la fuerza”», recuerda Ilardo. A lo largo de su vida, el padre Werenfried recogió más de tres mil millones de dólares en ofrendas. «Su extraordinario carisma –observa el director de AIN Italia – conseguía tocar el corazón de las personas. Asia, África, América Latina, Europa del Este: en sus innumerables viajes asistió en primera persona al sufrimiento de sus hermanos, en los que veía a Cristo herido y sufriente».

«Recuerdo la primera vez que le vi. Era el año 2002: tenía casi noventa años, pero aquel físico tan debilitado y la silla de ruedas no conseguían contener su indomable energía», cuenta Ilardo, que por aquel entonces era un colaborador de AIN al que habían invitado a la reunión anual de los sacerdotes con los religiosos que habían sido becados. «La asistencia del padre Werenfried no estaba prevista. Sus colaboradores – continúa – le habían ocultado la celebración de aquel encuentro porque no querían que se cansara demasiado». Pero «era imposible parar al padre Werenfried». Así que «aquel día irrumpió en la sala, que le recibió con un caluroso aplauso. Se formó una larguísima fila de sacerdotes, religiosos y religiosas que querían darle las gracias no sólo por la beca, sino por todo lo que ese gigante de la caridad había hecho por su Iglesia». «Angola, India, Perú, Iraq, Polonia, Ucrania. Venían de todas partes del mundo. Y allí – concluye Ilardo – me di cuenta de lo realmente inmensa que era su obra».
(publicado en Avvenire)
Ayuda a la Iglesia Necesitada