Don Paolo Sottopietra.

El nuevo guía de la San Carlos

Marina Corradi

El nuevo superior general de la Fraternidad de Misioneros de san Carlos Borromeo, que cuenta con 118 sacerdotes en todo el mundo y 40 seminaristas, nacida del carisma de don Giussani, es desde el pasado fin de semana Paolo Sottopietra, de 45 años de edad, sacerdote desde hace 17 años, hasta ahora vicario general de la Fraternidad. Es el primogénito de cinco hermanos, hijo de dos maestros. Durante su adolescencia, conoció Gioventù Studentesca en Trento, luego estudió Filosofía en la Universidad Católica de Milán, donde conoció a don Giussani. Sottopietra es uno de los «hijos» de monseñor Massimo Camisasca, hace poco nombrado obispo de Reggio Emilia-Guastalla. Él le acompañó durante su vocación, y ha dicho de él: «Tiene un temperamento rocoso, que le viene de sus montañas. Es uno que va directo al fundamento de las cosas».
La historia de la Fraternidad de san Carlos continúa así con la elección de este joven sacerdote que creció en su seno, en una continuidad ininterrumpida desde Giussani a Camisasca.

Ser el superior general de una orden misionera supone estar en primera línea en la frontera de la nueva evangelización. La Fraternidad nació en el año 85, casi le dieron vida las palabras de Juan Pablo II pronunció con motivo de los 30 años de Comunión y Liberación: «Id por todo el mundo a llevar la verdad, la belleza y la paz que se encuentran en Cristo Redentor». «En nuestros primeros estatutos – recuerda Sottopietra – ya se precisaba que la preferencia por la misión se dirigía a los países de la antigua evangelización».

Y ahora, ¿cómo prosigue esta historia? Sottopietra responde: «En la asamblea general del pasado sábado Camisasca nos recordaba la herencia educativa de la que venimos: la de conjugar siempre la caridad y la verdad, que es el corazón del magisterio de Benedicto XVI, pero también la pedagogía de Giussani. Debemos sencillamente permanecer fieles a nuestras raíces y al carisma del que venimos. Es algo que yo noto profundamente en mí, como mi ADN. Nací en una zona de montaña y recibí la fe de mis padres. Una fe cuyas palabras, sin embargo, durante la adolescencia ya no eran del todo comprensibles para un joven como yo. Escuchar las lecciones de Giussani en la Católica fue como ver abrirse de par en par el horizonte del mundo, reconocerse perteneciente a un hecho fascinante». ¿Y Camisasca? «Un padre», dice de él Sottopietra – una sola palabra, pero inmensa, como si no bastara ninguna otra (y continúa llamándole sencillamente «don Massimo», tras la amistad de toda una vida).

¿Qué aportará usted de nuevo a esta historia? «Si mis hermanos me han elegido, significa que Dios quiere servirse de mí», afirma con sencillez. «Daré continuidad a una vida que me ha fascinado y me ha hecho feliz, y me reuniré con los nuevos seminaristas, muchos de los cuales no han conocido personalmente a Giussani. Hoy muchos buscan en el Seminario una casa, la relación con adultos que puedan ser padres para ellos. Esto ofrece además una gran oportunidad, pues hace más sencillo que se fíen y permanezcan, lo que facilita una experiencia también afectiva del cristianismo».

A la Fraternidad sacerdotal se ha unido en este tiempo una orden femenina, las Misioneras de san Carlos, 18 chicas, una casa en Nairobi y otra en Reggio Emilia, por ahora. «Igual que para los sacerdotes que están por todo el mundo – afirma Sottopietra –, también para las hermanas el “método” es sencillamente abrir las casas y vivir entre la gente del barrio. Casas, es decir, lugares donde se vive para Dios, que puedan acoger a aquel que busca un sentido para su vida o que quiere conocer mejor a Cristo. Lugares donde sea posible conocer a Dios y hallar esperanza. Las Misioneras de san Carlos viven trabajando y orando, son para los sacerdotes el signo de que el secreto de la vida es la adoración».

«Brotes» de fe que nacen y crecen allí donde la memoria cristiana parecía estar en declive. En Praga, una ciudad casi completamente secularizada, ha crecido una comunidad de cien jóvenes. «Hace poco nació una nueva casa en Nápoles, otra en Washington, y otra en Santiago de Chile», continúa Sottopietra, que añade: «He visitado casi todas nuestras casas, desde Siberia a Estados Unidos, y cada vez que estoy en una de ellas me digo: yo podría vivir aquí. Y eso se debe a que nuestro único programa, en realidad, como siempre nos decía don Massimo, es la atención a la persona, al hombre».

Este miércoles, el nuevo superior, acompañado de 18 de sus hermanos, junto al obispo Camisasca y Julián Carrón, presidente de la Fraternidad de CL, serán recibidos en audiencia privada por el Papa. Dice Sottopietra: «Queremos pedirle una palabra para nuestra misión. Pero también queremos decirle sencillamente que estamos contentos por ser cristianos, por nuestra historia, y por tener en él a un padre que nos guía».

(Avvenire, 3 de febrero de 2013)