Cardenal Angelo Scola: "Los cristianos de fe verdadera realizan las promesas del concilio"
ZenitNo es un evento "fracasado", sino un acontecimiento que dio lugar a un providencial "salto adelante": esto fue el Concilio Vaticano II en la historia de la Iglesia, según el cardenal Angelo Scola, arzobispo de Milán.
Con esta frase, el cardenal centró el primer día de la Conferencia Internacional de Estudios sobre "El Concilio Vaticano II a la luz de los archivos de los Padres del Concilio", inaugurada el miércoles por la tarde en el Vaticano, después del saludo de Benedicto XVI, quien expresó su "cercanía paternal y aprecio por esta loable iniciativa".
Promovido por el Comité Pontificio de Ciencias Históricas, en colaboración con la Universidad Pontificia Lateranense, el simposio tiene como objetivo ofrecer --a través de criterios específicamente históricos carentes de ideología--, una comprensión aún más profunda de las grandes sesiones eclesiales, a pocos días de la celebración del 50 aniversario de su apertura.
En su discurso de apertura, el arzobispo Scola se centró en algunas de las características sobresalientes del evento conciliar. En particular, el cardenal subrayó la unidad indisoluble entre el evento y los documentos, invitando a superar la inadecuada "contradicción" entre estas dos dimensiones, que a menudo caracteriza las interpretaciones doctrinales del Concilio, e insistiendo más bien en su relación "inseparable", que hace surgir el papel protagonista del "sujeto Iglesia".
Gran atención suscitó luego la interpretación de la "naturaleza pastoral" del Concilio Vaticano II, como elemento imprescindible de la tarea misionera de la Iglesia y del próximo Sínodo de los Obispos sobre la Nueva Evangelización. De esto es de lo que habló ZENIT con el cardenal Scola, durante el encuentro en la Universidad Lateranense.
Lo que se ha visto más claramente en su conferencia es "la naturaleza pastoral" del Concilio Vaticano II, que no afectó su ámbito doctrinal, sino que la fortaleció, señalando la misión de la Iglesia. Se puede decir, entonces, que el Vaticano II dejaba ya predecir la necesidad de una nueva evangelización?
¡Yo diría que sí! El hecho del Concilio, a través de su propio corpus doctrinal, ha "abierto" la urgencia de la nueva evangelización, tal como lo hizo después el famoso Sínodo de 1985, que ha hecho hincapié en esta necesidad. Está claro que los tiempos están cambiando con gran rapidez, por lo que es necesario que la Iglesia, a la vista de la reforma entendida correctamente, no pierda mucho tiempo tratando de adaptarse al mundo moderno, que es parte ya de sus fines La Iglesia de hoy necesita profundizar en sí misma, con el fin de permitir que surja el don del Espíritu del Resucitado y detectar las preguntas del hombre de hoy buscando responderlas, sobre todo a través de la santidad.
Se aludía también a la Humanae Salutis de Juan XXIII, en la cual este exhortaba a "introducir la energía vivificante de la Iglesia" en la comunidad cristiana, que se ve reforzada por los descubrimientos científicos, pero que sufre las consecuencias de un orden "organizado prescindiendo de Dios". Después de 50 años, las palabras del hoy beato parecen describir la situación actual...
Es cierto. El hombre de hoy corre el riesgo de no ser consciente de lo mucho que Dios en realidad le está cercano. Es probable que imagine su presente y mire hacia el futuro casi prescindiendo de Él. Se trata de un grave peligro. Esto me recuerda, al respecto, una frase que oí una vez al cardenal Henri De Lubac: "Puede ser que el hombre pueda construir una sociedad sin Dios. Lo que no sabemos es si esta sociedad será una buena sociedad y cuánto durará".
Usted concluyó su intervención señalando los efectos benéficos del Concilio en la Iglesia de hoy y augurando una respuesta libre por parte de todos los cristianos, a fin de que estos se realicen plenamente. ¿Cómo se traduce esto en la práctica?
Se traduce en una vida de fe auténtica, vivida tanto en el nivel personal como en el comunitario. En particular, en la realidad un poco cansada de nuestra Europa, esta respuesta se concreta a través de la edificación de comunidades cristianas con sentido de pertenencia fuerte, cuyos miembros sean capaces de dar testimonio de Cristo en todas las ambientes de la existencia humana.