La inauguración de la exposición con el cardenal Marc Ouellet.

La casa de Pedro en Dublín

Paola Ronconi

Durante diez días, cualquiera que pasara por Dublín podía encontrarse, por las calles de la capital irlandesa, con una fidelísima reproducción de la casa de Pedro (“aquel” Pedro). Y a su lado, la sinagoga de Cafarnaúm tal como era hace dos mil años. Los que vivieron entonces tuvieron el privilegio de encontrarse cara a cara con Jesús, el Misterio, en carne y hueso.
Los de ahora se encontraban con la ocasión del 50º Congreso Eucarístico Internacional, celebrado en Irlanda del 11 al 17 de junio.

Cuando hace meses se planteó la posibilidad de acoger aquí la exposición del Meeting de Rimini 2011 Con los ojos de los apóstoles. Una presencia que transforma la vida, se habló de “locura”: era necesaria una gran inversión de dinero, tiempo y personas. ¿Podía la comunidad irlandesa de CL hacerse cargo de algo así? «Nos fiamos de la intuición de John Waters», afirma Mauro Biondi, director del Emerald Cultural Institute y responsable de esta comunidad. El canto de los pájaros en el lago del Tiberíades de la reconstrucción del Meeting, tal como lo escuchaban Pedro y sus amigos, le hizo pensar a Waters que su verde tierra irlandesa necesitaba esto: hacer experiencia del encuentro con el Misterio.

De ahí que, con la inauguración del congreso, se abriera al público también la exposición. Cincuenta personas, tanto de la comunidad de CL como amigos, se hicieron cargo de las visitas guiadas. Empezaron con grupos de veinte, pero, dada la afluencia, hubo que doblar la cifra.
Durante una semana, la Royal Dublin Society, donde se celebró la mayoría de los actos del congreso y donde se instaló la exposición, se convirtió en escenario de pequeños milagros: el lunes, el cardenal Marc Ouellet, enviado por el Papa para inaugurar el congreso, visitó la exposición: «Gracias, espero que venga mucha gente, porque aquí es posible hacer experiencia de lo que significa verdaderamente este congreso». Un fotógrafo ateo, después de algunas tomas, se dirige a Mauro: «No he entendido mucho, pero aquí me ha sucedido algo que no puedo describir». Una señora de Galway llega corriendo: la visita guiada ya ha empezado, pero se suma al grupo igualmente. De pronto se gira, no puede aguantar las lágrimas delante del mapa que lleva impresa la frase “Id a todo el mundo”: «Yo siempre he sentido el hecho de Cristo distante», le dice a Mauro. «Pero aquí la distancia se ha colmado». Al irse, deja 150 euros en la caja de donativos. Una monja, ya anciana, le regaña amistosamente: «Sois unos inconscientes: dentro de unos años nos daremos cuenta de que esta exposición era algo histórico y vosotros ahora no recogéis los comentarios de la gente». Poco después, a la salida, se instala un libro de visitas para que los visitantes escriban sus impresiones a la salida. Pero con uno solo no será suficiente.

Los paneles reproducen frases de don Giussani
: «¿Pero quién es este italiano?», se preguntas muchos. Así que, a mitad de la semana, deciden colgar en las paredes algunas fotografías con su biografía y sus obras. El material disponible resulta escaso, se agotan todos los libros y revistas. «Algunos hasta se plantearon la posibilidad de vender los ejemplares que tenían en casa», dice Mauro. «Un sacerdote nos dejó 60 euros: “Cuando podáis, enviadme todo el material sobre este Giussani”».

La edad media de los visitantes es alta, pero «después de una vida de fe y veinte años de escándalos y “palos” al aire en un mar de dudas, mucha gente de edad avanzada mira los paneles con lágrimas en los ojos y afirma: “Me habéis quitado un peso de encima”. Decir esto en el ocaso de la vida, da que pensar».

El viernes por la tarde, la Royal Dublin Society acoge el testimonio de Rose Busingye, que trabaja en Uganda con enfermos de SIDA desde 1992. Las gradas y el patio de butacas se llenan de gente que viene a escuchar a una mujer que, ante los micrófonos de la televisión irlandesa, ha dicho que se siente como en casa porque, a miles de kilómetros de distancia, «aquí se palpa la presencia de Jesucristo».

Al terminar las sesiones, mientras empieza el trabajo de desmontaje, muchos piden que la exposición visite otros lugares
(como dos diócesis alemanas que el año próximo acogerán el congreso eucarístico nacional, o un monasterio en Estados Unidos). Pero estos mil metros cuadrados de exposición no pueden guardarse en un espacio menor de trescientos metros cuadrados, ¿cómo hacer entonces? «Llega aquí el último “milagro”, en orden cronológico: cuando el viernes por la tarde estaba pensando con los Memores Domini de Dublín qué hacer con todo el material, un hombre de negocios que había colaborado como patrocinador puso a nuestra disposición un almacén, gratis, durante seis meses».
Los medios de comunicación irlandeses, también en esta ocasión, se han obstinado en mostrar un catolicismo irlandés muerto y sepultado. Pero los que han visto y oído saben que se ha plantado una semilla en este país. Y con esa semilla, como con el grano de mostaza, el Padre Eterno decidirá qué hacer.