Ardientemente he deseado

Hacia el Triduo Pascual
Carmen Pérez

¿Hemos deseado ardientemente algo? ¿Sabemos lo que supone desear ardientemente algo? ¿Hemos vivido un amor, una realidad, una amistad que así haya expresado su relación con nosotros?

Constantemente me repito las palabras de Benedicto XVI en la Deus caritas est que podría expresar así: no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, por cumplir una serie de preceptos, por imponerse todas las renuncias, por vivir de prohibiciones, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva.
Desde aquí podemos escuchar las palabras de Jesús de Nazaret: «Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros antes de padecer».
Vuelvo al Salmo 130: Desde lo hondo a ti grito, Señor. Señor escucha mi voz; estén tus oídos atentos a la voz de mi súplica. Escuchar, prestar atención, estar los oídos atentos, es una súplica, una petición a Dios de lo más humano. ¿Quién no ha suplicado así al Señor? Señor escucha mi voz, estén tus oídos atentos a la voz de mi súplica. Pues, eso que nosotros pedimos a Dios, es lo que hemos de hacer nosotros el Jueves Santo: escuchar. Algo a primera vista muy sencillo, pero de ninguna manera automático, y que requiere por nuestra parte abrirnos a lo que escuchamos y prestar atención.
«Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros antes de padecer». Al empezar la celebración de Su última cena expresa sus sentimientos más íntimos cuando se queda sólo con los suyos. Seamos sencillamente conscientes de lo que, en nuestra humana condición, significan estas palabras: ardientemente he deseado… ¿Cómo nos conmoveríamos ante alguien que así expresara su relación con nosotros?
Nos impresiona por ejemplo el poema de García Lorca, Llanto por Ignacio Sánchez Mejías, “A las cinco de la tarde”. Eran las cinco en punto de la tarde… lo demás era muerte y sólo muerte a las cinco de la tarde… Eran las cinco en todos los relojes. Eran las cinco en sombra de la tarde. A las cinco en punto de la tarde. Pues sin punto de comparación, por todo lo que supone y puede suponer para nosotros, aunque no seamos conscientes de ello, es lo que nos expresa Jesucristo en esa expresión. Dejémonos invadir por ella, porque todo que se vive en lo que llamamos “la última cena” es verificación de esta expresión: institución de la Eucaristía, oración sacerdotal, sacerdocio, mandamiento nuevo. Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros antes de padecer. Nos amó hasta el extremo. Misterium fidei, MISTERIO DE FE decimos en el momento más solemne de la Eucaristía.
“Ardientemente he deseado”, dice el que es la Verdad y la Vida. No son sencillamente unas palabras dichas en un momento más o menos emotivo. No son palabras que pueden tomarse a la ligera, ni dejarlas pasar. Son revelación del misterio de Dios que es un misterio de encuentro, de relación personal, de amor. Y son dichas por Jesucristo, el Hijo de Dios, la Palabra expresa del Padre, en el momento cumbre de su vida. Deseaba ardientemente, anhelaba en su interior, ese momento en el que iba a vivir con los suyos los hechos de la mayor trascendencia vital para ellos, y para la historia de la humanidad, para cada uno de nosotros. En el deseo de Jesús, reconocemos el deseo de Dios mismo, su amor por los hombres, por su creación, un amor que espera, un amor que quiere atraer hacia sí a todos los hombres. Pero ¿cómo no se despierta en nosotros el deseo de encontrarnos con Él? ¿Cómo no anhelar su cercanía de todas las formas en las que Él se nos manifiesta? ¿Cómo es posible que seamos tan indiferentes a lo que es la Eucaristía, la expresión de su amor hasta el extremo, el misterio de fe? Sabemos que la última cena de Jesús es un momento central para la vida del hombre, del hombre que cree en El. Lo que El vive, lo que El es, es consumado en la Eucaristía. La Eucaristía es la eterna presencia de su pasión y muerte entre los hombres: nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos. En esta expresión: ardientemente he deseado comer esta cena con vosotros antes de padecer, reconocemos que la última cena de Jesús, antes de su Pasión, es un lugar de oración y de anuncio, de entrega, de encuentro, de la más profunda relación que el hombre puede vivir.
Nos dice Benedicto XVI: la oración de Jesús en el momento central de la Cena es agradecer y bendecir. El movimiento ascendente del agradecimiento y el descendente de la bendición van juntos. Las palabras de la Eucaristía son plegaría. Jesús transforma su Pasión en oración, en ofrenda al Padre por todos nosotros. El se nos da para que seamos transformados. Dirigió sus peticiones al Padre en las que hay un llamamiento a sus discípulos de entonces y de todos los tiempos. El Jueves Santo un día que no puede sencillamente pasar, sino un día en el que se nos pide ardientemente que nos paremos a escuchar.