El exiliado de Dios

Domingo 23 de octubre, la canonización del sacerdote Lombardo. De la lucha contra el liberalismo a los proyectos "fracasados" y a la preferencia por los enfermos: una vida gastada en la obediencia, de la cual florecieron grandes obras de caridad
Paola Bergamini

Don Luigi con paso veloz recorre la calle principal de Prosto en la periferia de Chiavenna (Sondrío). Tiene que ir con los niños del catecismo. Después hay que preparar la lección para la escuela nocturna, visitar a ese pobre demente... Desde hace pocos meses es coadjutor de la parroquia, desde el día de su ordenación sacerdotal: 26 de mayo de 1866. Tiene 23 años. Son muchas las cosas por hacer. La relación con el párroco no es siempre serena. Quiere más tranquilidad. En cambio este coadjutor no está quieto ni un minuto. La gente está pendiente de sus labios. La Palabra de Dios se hace carne. Obras. En un momento histórico en el que la relación entre el Estado y la Iglesia es cada vez más tensa -precisamente ese año el parlamento suprime las congregaciones religiosas con una ley y dispone la expropiación de sus propiedades- el joven don Luigi Guanella no se contenta con una vida tranquila: no se puede engañar al pueblo. Inmerso en sus pensamientos ese día casi no se da cuenta del hombre que bruscamente le detiene: "Se que ha sido destinado a Savogno: ayer nació mi hijo y si viniera a bautizarlo mañana se lo agradecería". Don Luigi está sorprendidísimo. La noticia de su traslado le ha llegado primero a los nuevos feligreses que a él. Pronto responde: "soy un siervo fiel, aunque yo nada sepa". El anciano párroco por lo que parece ya no podía más de todo aquel alboroto. No importa, hay que obedecer. Significa que el Señor tiene otro proyecto.
Al día siguiente, 17 de junio de 1867, sube los dos mil peldaños que le llevan a mil metros de altitud en su nuevo destino. La larga caminata le agrada: nació en la montaña, en Franciscio, cerca de Campodolcino en el valle de San Giacomo. Era el noveno de trece hijos y hasta el momento de entrar en el seminario para jóvenes pobres del Gallio, en Como, estaba acostumbrado a ese tipo de vida. Y no se entristece porque no haya nadie entre los cuatrocientos habitantes que le espere. La gente de montaña es así: es necesario vencer su natural retraimiento. Inmediatamente se pone a trabajar: se convierte improvisadamente en pintor y albañil, agrandando la iglesia y construyendo una cubierta para las mujeres que se acercan al lavadero. Abre la casa parroquial para la escuela diurna de los niños y nocturna de los adultos. Se acerca a todos, trasmite a todos la certeza de la fe. Los paisanos escuchan a este joven sacerdote que habla de la Eucaristía con acentos que hacen trasparente el Misterio. Toda la comunidad se estrecha en torno a él. Como en Prosto tiene un cuidado particular por los enfermos del cuerpo y de la mente, varias veces al año lleva algunos a Turín, a la Pequeña Casa de la Divina Providencia. Sus viajes a la capital turinesa son también para acompañar a las jóvenes que desean profundizar en su vocación. Muchas se quedan en las congregaciones de don Bosco y del Cottolengo, hasta el punto de que se le acusa en el periódico anticlerical Il libero alpigiano de querer llenar de sacerdotes y monjas la Valtellina. En 1872 pública el Ensayo de enseñanzas familiares para todos, pero especialmente para los campesinos, impreso en Turín en la imprenta de San Francisco de Sales, en el cual pone en guardia al pueblo "para que se defienda contra las malignas artes con la cual los sectarios masónicos, en colaboración con los liberales desean arruinar sobre todo el alma, pero también el cuerpo, de cualquier persona de bien. (...) Hoy debemos demostrar gran coraje en oponer escuelas, libros e instituciones católicas a las escuelas, libros e instituciones de los masones". Esto, además de su firme oposición a mantener la enseñanza en contra de las disposiciones ministeriales de 1862, hace que lo sometan a una especial vigilancia. Es acusado de subversión e intolerancia. No puede seguir en Savogno. Pero en su corazón continúa el deseo de salir al encuentro de las necesidades de la gente.

"Señor, haz que yo vea". En sus viajes a Turín ha tenido la oportunidad de entrar en estrecho contacto con don Bosco y de conocer su obra. Tal vez es ese su camino. Pide al Obispo trasladarse a Turín, donde el fundador de los salesianos lo acoge con los brazos abiertos. Se le confía la dirección del Oratorio de San Luis con setecientos chicos y la del internado de Mondovi. Pero los jóvenes para él no son todo, su pensamiento está dirigido a los enfermos, solos, desatendidos. Muchas veces su oración es: "Señor, haz que yo vea". Después de tres años, el obispo de Como le llama a su diócesis. Don Luigi obedece. Su nuevo destino es Traona, en la baja Valtellina, para ayudar al párroco afectado por una parálisis. Monseñor Carsana le había enviado con estas palabras: "Allí, como bien sabéis, tenéis casas y conventos vacíos para hacer esas fundaciones que lleváis fijas en el alma; pero estad atento a que no sean fantasías de la cabeza o vanas ilusiones. Probad por vuestra cuenta. Yo os bendigo". Son muchas las dificultades que tiene que afrontar. Pero no se desanima. Da catequesis, abre escuelas diurnas y nocturnas. Las autoridades civiles le ponen condiciones: no quieren que realice "los proyectos oscurantistas de la escuela de don Bosco". Continúa impertérrito. Predica y una vez más vuelve a dar a la gente el gusto de sentirse cristiana. Con el dinero de una herencia, adquiere el convento de San Francisco donde abre un pequeño internado. Parece la primera piedra de la obra que tiene en mente. No hay nada que hacer. Se decreta la inmediata clausura porque "se retiene que el fundador es subversivo". Y no sólo. Indirectamente las autoridades civiles aconsejan a la curia que "le den a Guanella el cuidado de almas en lo alto de la montaña donde no puede ejercer peligrosas influencias".
El 26 de agosto de 1881 se traslada a Olmo, pequeño pueblo, en el camino que lleva a Spluga. Lleva el corazón colmado de amargura. No acepta este encarnizamiento contra él sólo por haberse mostrado "enemigo acérrimo del liberalismo", como él mismo escribe. En su "exilio" reza y pide ayuda a Dios. La respuesta llega con la noticia de que en Pianello Lario ha muerto el párroco, don Carlo Coppini, que había dado vida a un orfanato confiándolo a algunas mujeres piadosas. Esa es la semilla que hay que hacer florecer. Don Luigi vuelve a Monseñor Carsana para que le sea asignada la parroquia. El obispo duda: ¿cómo tratar a este "fundador fracasado", como muchos lo definen? Al final se le concede la simple tarea de administrador de la parroquia de Pianello. Llega a las once de la noche, nadie le espera. De nuevo con paciencia conquista a las personas. Sobre todo a las religiosas del orfanato que tienen miedo de este sacerdote que tiene fama de loco. Se levanta temprano y celebra la misa para los que van a trabajar, visita familias, da catequesis, escuelas nocturnas, predicación. En cuanto tiene un momento libre, escribe sus ensayos. Cuando el sacerdote Mussi renuncia a la dirección del orfanato las monjas piden que sea él el director. La semilla empieza a florecer: hacer una obra de asistencia y caridad. El hospicio adquiere nuevo vigor, inmediatamente percibe la sintonía con las monjas. Los confines de Pianello enseguida se quedan pequeños para don Luigi. La Providencia empieza desplegar sus planes.
El 25 de febrero de 1886 va a Como a visitar al párroco de Santa Ana, que le indica la casa y el terreno de un cierto señor Biffi. Es lo ideal para abrir un instituto para "siervas pobres". El 6 de abril tres religiosas abren la casa de la calle de Santa Cruz. El número de los asistidos aumenta cada día. El 26 de mayo de 1890 don Guanella deja su tarea en Pianello para dedicarse completamente a las dos Casas de la Providencia. Sólo en Como asisten a más de doscientas personas entre ancianos, enfermos, ciegos, sordomudos, enfermos crónicos, estudiantes pobres y chicos exdelincuentes. Don Luigi tiene un cuidado especial por cada uno. Un sacerdote que visita la obra comenta: "Con qué reverencia don Guanella realizaba los trabajos más humildes de ayuda y limpieza personal a los viejos enfermos, casi como si tocase con sus manos el cuerpo sacrosanto de Jesucristo". A quienes le preguntan cómo puede atender a tantas personas, responde: "Provee la Providencia".

"Dejadle hacer el bien". El 25 de octubre de 1891 Monseñor Andrea Ferrari -beatificado en 1987 por Juan Pablo II- toma posesión de la diócesis de Como. Le basta poco para comprender la dimensión de la obra de don Luigi. Cuando le llegan rumores poco benévolos los corta diciendo: "Id a visitar las casas y os convenceréis de que lo que hace no es según la prudencia humana, sino según la prudencia cristiana. Dejadle hacer el bien a la gente". Con su ayuda en un año acaba el proyecto de la iglesia del Sacro Cuore. Los destinos de estos dos prelados permanecerán unidos. En 1894 Monseñor Ferrari se convierte en Arzobispo de Milán y Guanella comienza su obra en esta ciudad. Primero con la apertura de algunas escuelas infantiles y después, gracias a la ayuda del cardenal, adquiere un gran edificio contiguo a la iglesia de san Ambrosio ad Nemus donde acoge a sus atribulados. Es incansable. En Como adquiere la vieja fábrica textil Binda. No hay dinero, pero como siempre la Providencia acude en su ayuda. El nuevo obispo liquida con estas palabras el nuevo proyecto: "Haga lo que quiere, porque con los santos no se puede discutir". Encontrarán hospitalidad más de trescientos enfermos.
El 18 de octubre de 1899 convoca a los párrocos y capellanes de la Piana di Spagna, una zona pantanosa entre Chiavenna y Colico. ¿Cuál es su proyecto? Drenar y fertilizar. Parece imposible. Compra una casa y los terrenos contiguos en el corazón del erial y con ayuda de los agricultores vénetos y de sus "buenos hijos" en pocos meses las paludes y charcas están secas. Es la Nueva Olonio San Salvador. Nacen otras obras y florecen las vocaciones, sobre todo las adultas, tanto masculinas como femeninas: son los Siervos de la Caridad y las Hijas de Santa María de la Providencia.
El 27 de septiembre de 1915 don Luigi está en la casa de Como hablando con un amigo. En un determinado momento se desvanece. Es una parálisis. Su fuerte naturaleza de montañés está agotada. Muere el 24 de octubre. Su amigo el cardenal Ferrari, en el momento de bendecir el féretro, le pregunta: "¿Con qué nombre preferirías que te llamase? Seguramente responderías: siervo de la caridad".