Podbrdo es la colina rocosa indicada como el lugar <br>de las primeras apariciones.

«Con la certeza de una sola aparición»

Alessandra Stoppa

«Es un don y una prueba». Lo dice para sí mismo, pero también para la Iglesia, como una especie de misterio del Rosario, «glorioso y doloroso al mismo tiempo». Vittorio Messori, uno de los escritores católicos italianos más famosos, habla de Medjugorje. Han pasado treinta años desde que, el 24 de junio de 1981, seis niños dijeran que habían visto en la cima de una colina del pueblo bosnio a una joven de belleza indescriptible que se les presentó como la «Beata Virgen María». Treinta años de apariciones cotidianas sobre las que la Iglesia nunca se ha pronunciado oficialmente. Desde entonces hasta hoy, se calcula que unos treinta millones de peregrinos han acudido a esa tierra rocosa y que han sido innumerables las conversiones. Pero lo que está sucediendo sigue siendo para la Santa Sede «un dilema inquietante», dice Messori, uno de los primeros periodistas no yugoslavos que asistieron al lugar de las apariciones al principio de los años ochenta.

¿Por qué para la Iglesia Medjugorje es un «dilema»?
Porque sea cual sea la decisión de la Santa Sede, habrá daños graves. Si la Comisión internacional de investigación, presidida por el cardenal Camillo Ruini (creada el 17 de marzo de 2010), llegara a pronunciarse sobre la no autenticidad de las apariciones, si hiciese una declaración de engaño, de equívoco o fraude, sería una catástrofe para la pastoral. Yo he conocido y me sigo encontrando con muchísimas personas que han cambiado, para las cuales Medjugorje es el centro de su experiencia de fe, ¿qué les podríamos decir? ¿Que es una ilusión, que han sido víctimas de un engaño? Sería un escándalo, sobre todo por la imponencia de el fenómeno de estos treinta años. Pero en el caso contrario, se plantearía un problema serio.

¿Por la oposición de dos obispos de la diócesis de mostar que han negado la verdad de las apariciones?
El derecho canónico prevé que la autoridad del lugar, es decir, el obispo, sea responsable de investigar la verdad o no de estos hechos, y es sabido que, en el caso de Medjugorje, los dos obispos (Pavao Žanic y su sucesor Ratko Peric) se han expresado duramente y sin contemplaciones contra la autenticidad de las apariciones. Žanic lo ha definido como «el mayor fraude de la historia de la Iglesia». Es evidente que, si la posición de las autoridades locales fuera desmentida por la Santa Sede, se plantería un problema de autoridad pastoral. No sólo en una perspectiva de derecho canónico sino también espiritual, el obispo tiene una autoridad en estos asuntos, ¿cómo hacer para no humillarle?

Por eso se “suspende el juicio”, de modo que en Lourdes bastaron cuatro años, mientras que para Medjugorje no basta con treinta...
Tenga en cuenta que Lourdes, el mayor lugar de peregrinación de la cristiandad, nunca ha sido aprobado por la Santa Sede.

¿En qué sentido?
Fue suficiente con que en 1862, exactamente cuatro años después de las apariciones, el entonces obispo de Tarbes, Bertrand Sévère Laurence, dijera: «Sí, aquí está el dedo de Dios, lo que sucede deja constancia de una actuación sobrenatural, Bernadette no se engaña ni nos engaña. Es verdad que la Virgen Inmaculada se le ha aparecido». Esto bastó para hacerlo oficial. Y hoy también bastaría. Tanto que en el archivo del Santo Oficio -que he consultado yo mismo con el abad René Laurentin, el principal experto en mariología que aún vive- no existe documentación alguna sobre este caso, todo se encuentra en los archivos de la diócesis de Tarbes. Lo mismo sucede con las demás, pocas, apariciones oficialmente reconocidas. El Vaticano interviene sólo si existen contradicciones evidentes.

En su opinión, ¿cómo resolverá la Santa Sede el «dilema Medjugorje»?
La Comisión está imposibilitada, según el magisterio de la iglesia, para declararse de forma definitiva, desde el momento en que las apariciones -auténticas o presuntas- todavía están en proceso. Por lo tanto, podría suceder cualquier cosa.

Mientras tanto, se prohíben las peregrinaciones oficiales pero millones de personas acuden a rezar al lugar.
La prudencia me obliga, por caridad, a no condenarlo, es una cuestión de realismo.

Pero en este realismo, ¿no se impone por encima de todo la «abundancia de frutos espirituales» de la que usted mismo ha hablado en el Corriere della Sera?
Si se quisiera juzgar el caso de Medjugorje con un criterio evangélico, la causa sería ampliamente “promovida”. Jesús dice que es necesario juzgar la calidad del árbol por sus frutos. Aquí, a simple vista, los frutos son extremadamente positivos: muchas conversiones, muchas personas que han encontrado o reencontrado una nueva vida cristiana, más intensa; pero hay que tener en cuenta todo. Igual que hay grandes luces, hay grandes sombras.

¿Qué sombras, más allá de la oposición de los obispos?
Por ejemplo, no podemos olvidar que el primer director espiritual de los videntes, el padre Tomislav Vlasic, fue expulsado en 2009 de la orden franciscana y reducido por la Iglesia al estado laical, con las acusaciones de herejía y enseñanza dudosa, entre otras cosas. O el hecho de que entre los más de treinta mil mensajes que la Virgen habría pronunciado hay (al menos en algunos) indicios de sincretismo. Todo aquí es simple y complicado a la vez.

Usted ha definido Medjugorje como uno de los «mayores movimientos de masas católicas del post-Concilio».
Hay tras grandes eventos que han movilizado verdaderamente a la cristiandad del post-Concilio: la primera ostensión de la Síndone, que ya casi se ha olvidado, en 1978; el padre Pío; y los funerales de Juan Pablo II. A los que se añade un cuarto, que es precisamente lo que ha sucedido y sucede en la diócesis de Mostar.

Según su propia experiencia, ¿qué significado tiene Medjugorje?
Para mí es un don y, al mismo tiempo, una prueba. Si las apariciones son verdaderas, son sin duda un regalo infinito, pero también una pregunta y una preocupación. Trato de ser un católico lo más consciente posible, que se interroga, y por tanto me preocupa mucho la posición que tendrá que asumir la Iglesia y sus consecuencias. Tanto en un sentido como en otro.

¿Pero qué significa, en el fondo, tener «certeza» de hechos como éstos?
Las apariciones marianas, igual que los milagros, son un “más”, son el regalo de un Dios generoso. Y nosotros estamos agradecidos, pero la cuestión es que podríamos vivir sin ellas.

¿Qué quiere decir?
La fe no se basa en las apariciones de Lourdes o Fátima, sino en una sola aparición, la de Cristo resucitado a los discípulos. El resto es un “más” que debemos agradecer y acoger con confianza, pero podría no existir. La fe no depende de la verdad de la Síndone, de los estigmas del padre Pío, de la sangre de San Jenaro, o de la verdad de Medjugorje, sino del sepulcro vacío, de la Resurrección de Jesús. Esto vale también para las apariciones oficialmente reconocidas, tanto que la Iglesia se limita a decir que existen signos para tomar en serio lo que sucede, pero no son dogmas de fe.

El misterio de lo que sucede, por ejemplo en Medjugorje, es que pone a prueba a cada uno, hace preguntarse por qué la Virgen no aparece de un modo “indiscutible” para todos. En su último libro, Jesús de Nazaret, el Papa escribe que «es propio del método de Dios actuar discretamente».
Exacto. El Dios de Jesucristo se ha manifestado en un claroscuro, con sombras y luces. Y es así porque nos deja auténticamente libres, quiere salvar nuestra libertad. Si se impusiese, ya no seríamos hijos, sino esclavos. El “te veo y no te veo” es algo intrínseco a la fe cristiana, como dice Pascal: el Dios cristiano nos ha dado luz suficiente para el que quiera creer, pero nos ha dejado sombra suficiente para quien quiera dudar. Nunca estamos entre la espada y la pared, ni en Lourdes, ni en Fátima, ni en Medjugorje. En todas partes hay una apuesta, razonable, sí, pero nunca un teorema que debamos aceptar por obligación.