Los niños de la 'Casa de la Misericordia'.

Diario de una peregrinación a Oriente

Maria Rosa Bianchi y Claudio Cristoni

El padre Romano Scalfi acompaña al coro de Rusia Cristiana en su viaje a Ucrania. Cuatro días de liturgia, cantos y visitas, acompañados por la comunidad greco-católica

1 de junio
Malpensa, cinco de la mañana. Salimos hacia Ucrania con el padre Scalfi y los amigos de Rusia Cristiana. Desde el momento de partir nos damos cuenta de que este viaje será una conquista. Para empezar, Lufthansa cancela el vuelo; para llegar a Lviv, al noroeste de Ucrania, nos propone una serie de soluciones que resultan demasiado aventuradas e inciertas. No sabemos qué hacer, algunos proponen volver a casa, pero el padre Romano, que ni protesta ni se agita, dice: «Nos esperan…». En silencio, aceptamos su reclamo y partimos.

2 de junio
Llegamos a Ivano Frankivsk, a unos cien kilómetros de Lviv. Nos reciben las hermanas de la congregación del Verbo Encarnado, fundada hace casi treinta años por el sacerdote argentino Carlos Miguel Buela. Las conocimos el año pasado cerca de Roma, donde tienen una casa, y la relación con ellas fue madurando hasta concretarse en una invitación. Durante dos días nos acogerán y nos mostrarán sus obras, están entusiasmadas con muchos aspectos de nuestra experiencia, con un origen muy distinto de la suya, pero con el mismo amor a la unidad de la iglesia y con el mismo deseo de poder respirar a pleno pulmón, tanto en Occidente como en Oriente.
Por la mañana celebramos la liturgia de la Ascensión en la que cantamos con el coro de la catedral greco-católica en presencia del obispo. Es día laborable, pero la iglesia está llena. Nos impresiona la participación en la liturgia, la intensidad de la oración, el amor por los iconos, el saludo -«Alabado sea Jesucristo»-, una devoción que no es ritualismo sino una forma de vivir. De hecho, la Iglesia greco-católica vive intensamente su fe, sólidamente arraigada en la memoria de sus mártires. Por la noche, concierto de cantos occidentales, que acogen con gran conmoción y gratuitud.

3 de junio
En la Casa de la Misericordia, veinticinco niños vestidos de fiesta cantan y tocan para nosotros. La regla establece la acogida de todas las personas en situación de necesidad, por eso el monasterio se ha abierto para la madre enferma de una novicia, para los niños abandonados, para las madres adolescentes. Visitamos la guardería, las habitaciones de los niños, las de las madres, con sus cunas. Todo el espacio está ocupado y ordenado. Es impresionante la precisión de la propuesta educativa que se hace a cada uno, incluso a los más pequeños, la oración, porque «lo que cura las heridas es el tiempo y el bálsamo espiritual».
Por la tarde visitamos la parroquia de San Cirilo y Metodio, y el monasterio de Santa Sofía, donde cuatro monjas contemplativas oran insistentemente «para que la Iglesia llegue a respirar con sus dos pulmones» (el oriental y el occidental). Después, en tres autobuses conducidos por la madre y sus hermanas por las terribles carreteras ucranianas, llegamos a Lviv. A las siete tenemos otro concierto. Llegamos cansados y con poco tiempo. Fuera de la iglesia no vemos ningún cartel y pensamos: «No habrá nadie». Al terminar la misa, el sacerdote anuncia el concierto y los fieles vuelven a sentarse. Se quedan para escuchar toda la hora.

4 de junio
Conocemos al padre Mychajlo Dymyd, director del Instituto de Derecho Canónico de la Universidad Católica de Ucrania. Después de la liturgia y una preciosa lección sobre la historia del país, nos presenta a su mujer, Ivana, que está pintando los frescos de la capilla. En las paredes, los mártires de la Iglesia antigua y los de la historia reciente, familiares y amigos, de los que dibuja el rostro mirando sus fotografías. A las siete, concierto en la iglesia de San Jorge. Después de las vísperas, el obispo Igor (consagrado en clandestinidad), los celebrantes y muchos fieles se quedan. Estamos un poco abrumados porque el nivel del coro que acabamos de escuchar es excelente y nos sentimos inadecuados, sobre todo para los cantos litúrgicos bizantinos. Pero los presentes nos escuchan conmovidos, se persignan cuando el canto menciona a la Trinidad y en el Padre Nuestro todos se ponen en pie. Se conmueven porque gente que vive a miles de kilómetros, con una tradición cultural distinta, tenga esta pasión por el Oriente bizantino, hasta el punto de cantar y rezar de un modo «casi perfecto» (como dice el obispo al final).

Cuatro días de oración, cantos, relatos, testimonios, en los que hemos conocido la vida, la fe, los rostros de gente que nos ha dicho con sencillez qué y quién les permite vivir. Encuentros nuevos, proyectos nuevos: artículos en la revista La nueva Europa, el congreso anual de Rusia Cristiana, el Meeting. Quién sabe qué construiremos con estos nuevos amigos. Ciertamente, les esperamos.