En el parque de San Julián, esperando al Papa.

Con el Papa entre los canales

Fabrizio Rossi

En la misa eran trescientos mil. Gente de todo tipo, de Venecia y de fuera de Italia, desde el voluntario universitario hasta el empresario... todos cuentan lo que ha significado la visita de Benedicto XVI, y lo que implica ahora cuidar esta semilla

«Para nosotros ha sido una auténtica gracia». Estar allí y ver esa sonrisa. Lorenzo y otros cuarenta universitarios de Venecia no han perdido ni un minuto durante la visita de Benedicto XVI, desde que el Papa llegó a la plaza de San Marcos el sábado por la tarde hasta que la abandonó, en góndola, para reunirse con representantes del mundo de la cultura y la economía en la Basílica de la Salud. Estudia tercero de Economía y era uno de los chicos del peto azul del servicio de acogida. Por eso el domingo tuvo que levantarse a las cuatro de la madrugada, pues tenía que estar a las cinco en el parque de San Julián, donde se celebraría la misa. «Me ha conmovido ver a la gente que llegaba: ancianos, jóvenes, enfermos... Personas de todo tipo, todas atraídas por este evento». Las más joven era probablemente una niña de dos semanas. Benedicto XVI se paró delante de ella para darle un beso y después continuar su procesión en el papamóvil.
La verdad es que no todo ha sido sencillo. «Pero haber visto al Papa con una sonrisa tan alegre y esos ojos tan brillantes nos ha dado la energía necesaria para los dos días». Hasta el punto de no darse cuenta del cansancio. «El domingo estuvimos en pie desde las cuatro de la mañana hasta las diez de la noche. Nos atraía tanto ese hombre y lo que estaba sucediendo que quisimos seguirle allí donde fuera». Como decía el lema de la visita, Benedicto XVI confirmó la fe de los que estaban allí. «Lo que el Papa ha hecho y ha dicho nos invita a la conversión. Y puedo decir que algo ya está cambiando por cómo he visto hoy a mis amigos estudiar: con un rostro alegre que la semana pasada no tenían».
En cuanto a las cifras, han sido una sorpresa para muchos. A la misa acudieron trescientos mil fieles, superando todas las previsiones. Llegaron en tren, en coche, en autobús. Quinientas personas venían de Croacia y Eslovenia. Como dijo el Papa en la homilía, este parque, que normalmente acoge espectáculos musicales, «acoge hoy a Jesús resucitado». Luca, que trabaja en una empresa energética, llegó allí a las siete de la mañana con su mujer y sus hijos. «Aquí he visto un pueblo», afirma. «Un pueblo que se mueve por la visita de un hombre a través del cual se pone en juego la presencia de Cristo en el mundo». Un pueblo que ha sabido escuchar al Papa en silencio. «Me ha impresionado cómo se ha desarrollado todo. Cada uno de los que estaban allí no eran parte de una masa, sino que participaban en primer persona de ese gesto».
Lo que ha sucedido no termina con la marcha de Benedicto XVI. «Es como una semilla que hay que cuidar», describe Alessandro, un empresario que ha podido estar con el Papa también en la Basílica de la Salud. Más que las palabras que ha escuchado, conserva lo que ha visto: «Su humanidad, su mirada, su forma de caminar...». Por todo ello, a la salida quiso colarse en un grupo escolar que se formó para despedir a Benedicto XVI con un canto. Como un niño más: «No quería perderme ni un instante. Tendrías que haber visto qué sonrisa, cuando el Papa se acercó... con la energía de alguien que da igual la edad que tenga, pues lo da todo a la misión». Igual que Juan Pablo II. Igual que don Giussani. «Cuidar esa semilla significa profundizar en mi historia, preguntarme todos los días: ¿cómo puedo yo, en lo que hago, testimoniar y vivir esa Presencia?».
Éste es el don que el Papa ha dejado a cada uno, «el don de su presencia entre nosotros», como dijo el cardenal Angelo Scola al saludar a Benedicto XVI antes de la misa. Un don que ninguno podrá olvidar jamás. Como le sucede a Andrea, que recibió el Bautismo en la vigilia pascual celebrada por el obispo de Padua. Hasta hace dos semanas, se llamaba Ye Wu. Es chino y trabaja en un restaurante. Encontró la fe en la cárcel y el domingo recibió la comunión de manos de Benedicto XVI. «Ha sido el momento más importante de toda mi vida», nos cuenta. «Antes de la misa, ya era feliz porque venía el Papa. Cuando nos acercábamos hacia el altar, me parecía estar en el Paraíso. Luego él sonrió y me dijo: “El Cuerpo de Cristo”...». Sus amigos lo han celebrado por todo lo alto, alguno incluso bromeaba diciendo: «Acabas de hacerte cristiano y ya has alcanzado este honor...». Pero para Andrea, el honor más grande no es lo que sucedió el domingo, «sino ver todo lo que Dios ha hecho en mí: me ha donado una vida nueva».