Miranda con sus amigos, después de la celebración.

«La noche de mi vida»

Giorgio Paolucci

Albanesa, de familia musulmana, recibió el Bautismo del Papa durante la Vigilia Pascual. Ésta es la historia de Miranda: unas imágenes en televisión cavaron «un surco profundo» en su corazón de niña; luego el trabajo con AVSI. Hasta llegar a las palabras con las que se presentó ante Benedicto XVI

«Miranda, yo te bautizo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo». Llevaba años esperando vivir ese momento, escuchar esas palabras. Lo había soñado muchas veces, día y noche lo veía suceder de mil maneras en su imaginación. Pero lo que nunca había imaginado era que quien le dirigiría esas palabras de la liturgia del Bautismo sería el Papa Benedicto XVI. Lo inimaginable sucedió. Llegó el gran día; mejor dicho, la gran noche.
Durante la vigilia pascual del Sábado Santo en la Basílica de San Pedro en Roma, Miranda Mulgeci, de 31 años, recibió el bautismo, la comunión y la confirmación junto a otros cinco catecúmenos procedentes de China, Singapur, Rusia, Perú y Suiza. Culminaba así un camino que empezó hace casi veinte años en Albania.
Era un domingo de 1991. Como de costumbre, estaba sentada en la silla de la cocina delante de la televisión en su casa de Tropoje, en las montañas, donde vivía con sus padres y hermanos. La televisión italiana solía retransmitir sueños italianos a bajo precio, los sueños que miles de sus paisanos salieron a buscar años atrás para hacerlos realidad al otro lado del Adriático. Así, viendo la RAI, fue como Miranda aprendió italiano.
Aquel domingo se emitía la Misa del Papa en San Pedro. Recuerda como si fuera ahora la dulzura de la música, un bellísimo rostro de Cristo en primer plano, y a Juan Pablo II que en su homilía hablaba de Dios, Jesús y amor. «Aquellas tres palabras y la dulzura con que el Papa las pronunciaba me conquistaron. En los días siguientes, no dejaba de repetirlas, habían cavado un surco profundo en mi corazón de niña. La curiosidad inicial se transformó en fascinación, conseguí una Biblia (algo raro en aquella época, cuando el régimen comunista acababa de caer) y devoré las páginas que contaban la vida extraordinaria de aquel hombre que decía ser hijo de Dios».
La Providencia tenía reservada para Miranda un camino lleno de sorpresas. Tras ver un anuncio en el periódico, asistió a un coloquio que se celebraba en la sede de AVSI en Tirana. En las paredes vio los manifiestos de Navidad y de Pascua, con las frases del Papa y de Giussani. «Era como si Dios hubiera salido a mi encuentro». Poco después empezaba a trabajar en SHS, la ONG albanesa dirigida por Michel Koliqi (el primer cardenal albanés, nombrado por Juan Pablo II en 1994) y vinculada a AVSI en la realización de proyectos de desarrollo. Conoció así a Alberto Piatti, responsable de AVSI, que le regaló El sentido religioso, «un libro en el que entendí mi historia, mi sed de libertad y de verdad, encontré las respuestas a las preguntas sobre la existencia que moraban en mi corazón. Luego llegó la amistad con la pequeña comunidad de CL en Tirana, con Simone Andreozzi y los demás, una trama de relaciones que me permiten gustar la belleza de la experiencia cristiana y amar cada vez más a mi país».
El rostro de Jesús, aquel rostro que había visto en la televisión, se había consertido en el compañero inseparable de sus jornadas, aunque en su familia, en el pueblo musulmán en el que vivía o con sus amigos no podía manifestar abiertamente el cambio que estaba madurando en su corazón. Sin embargo, vivía una complicidad especial con su anciana abuela Shkurt, que en los años de la dictadura comunista mantuvo la solidez de sus raíces musulmanas y a la que decidió confiarle el camino que estaba haciendo. Cuando enfermó, un día que Miranda fue a visitarla al hospital, su abuela le pidió: «Mi pequeña, ¿por qué no rezamos juntas alguna de tus oraciones?».
En 2008 viajó a Milán para estudiar un máster en cooperación al desarrollo en la Universidad Católica, y allí continuó el camino de preparación que había comenzado en Tirana con la ayuda de un sacerdote, Marco Barbetta. «Durante aquellos meses, nacieron relaciones con nuevos amigos que me mostraron la riqueza de vida que ofrece el movimiento: Carlo y Patricia, que generosamente me acogieron en su casa; Silvia y Fiorenzo; Laura y Gianfranco. Era mirada con amor por gente que apenas conocía. No dejaba de preguntarme: ¿cómo es posible una gratuidad así? Verdaderamente, una cosa de otro mundo en este mundo».
Hoy Miranda dirige el centro de formación de la asociación Cardinale Koliqi y colabora con la universidad de Tirana, el 25 de junio se casará en Pavía con su novio, Florenc, y conserva en el corazón la alegría y una gratitud infinita por lo que ella define como «la noche de mi vida»: la del Sábado Santo en San Pedro. Le temblaban las piernas cuando, acompañada por su padrino, Alberto Piatti, secretario general de AVSI, subía los peldaños que la llevaban hacia el altar, donde Benedicto XVI la estaba esperando. También tembló su voz cuando pronunció: «Amén».
Las palabras del Papa durante la homilía de la Misa de Resurrección parecían dirigidas a ella: «La creación como tal sigue siendo buena, porque en el origen está la Razón buena, el amor creador de Dios. Por eso el mundo puede ser salvado. Por eso podemos y debemos ponernos de parte de la razón, de la libertad y del amor, de parte de Dios, que nos ama tanto que ha sufrido por nosotros, para que de su muerte surgiera una vida nueva, definitiva, saludable». Una vida nueva como la que está viviendo Miranda.
Al final de la ceremonia, cuando Benedicto XVI saludó a los nuevos cristianos, ella se presentó con pocas palabras, en ellas estaba condensada toda su vida: «Me llamo Miranda, vengo de Albania, soy de Comunión y Liberación».