«Seguir a Jesús en la cruz, partiendo del corazón»

Paola Bergamini

Aquella llamada, Sor Maria Rita Piccione, monja agustina de clausura, no se la esperaba en absoluto. Era el 1 de febrero. Al otro lado del teléfono, el secretario de Estado, cardenal Tarcisio Bertone, le decía que tenía un mensaje para ella: «El Santo Padre le pide que escriba las meditaciones del Via Crucis». A sus cuarenta y ocho años, Sor Rita vive en el monasterio de los Cuatro Santos Coronados de Roma desde el año 2008, cuando fue elegida madre superiora de la Fundación de Monasterios agustinos de Italia. «Esto no estaba ni en el más oculto de mis pensamientos, estaba fuera de cualquier imaginación mía», recuerda con franqueza.

Hermana, ¿cómo reaccionó a la noticia?
Sinceramente, me quedé perpleja. Tenía la percepción de que aquella llamada no iba adonde debía, era un encargo que superaba mis posibilidades. Y el cardenal Bertone me decía: «¿No querrá decir no al Santo Padre?». Al final, me dio un día de plazo para responder.

¿Y qué hizo durante ese día?
Recé y pedí a los que me conocen que me ayudaran a tomar esta decisión. Todos se alegraban mucho por la elección del Papa. Aceptar ha sido para mí un gesto de fe, de obediencia a la Providencia, que ya lo había decidido todo. Pensé: si lo ha hecho todo hasta ahora, seguro que llevará a cumplimiento esta obra. Desde el momento en que dije sí entendí qué quiere decir abandonarse al Espíritu Santo. Es más: he hecho experiencia de la acción, de la presencia del Espíritu Santo cuando no se le oponen barreras. Esto ha significado aceptar de antemano que este trabajo podría no haber salido bien, no ser aceptado. Pero mi problema no podía ser mostrar mi valor, sólo debía adherirme. Antes de escribirlo, tuve que hacer mi propio Via Crucis.

¿Cómo planificó su trabajo?
Mi primer pensamiento fue: si estas reflexiones han sido solicitadas a una monja de vida contemplativa, mi primera contribución debe ser vivir también este gesto como lo vivo todo: en la oración, sencillamente. Por lo demás, quería, hasta donde fuera posible, seguir el Evangelio de San Juan porque en el Via Crucis emerge el mensaje de la gloria. Así que me puse a la escucha de este texto, en el que la palabra toca el corazón. Todo estaba dispuesto: el texto evangélico, una breve reflexión, una oración que se modula como confesión e invocación.

¿En qué sentido?
El corazón del hombre se siente interpelado por la humanidad de Jesús, y al mismo tiempo reconoce la propia realidad invocando ayuda para estar cada vez más disponible para Él. Como mirada más completa para todas las estaciones, he tenido presente la frase de San Pedro en la Primera Carta: «Cristo padeció por vosotros, dejándoos un ejemplo para que sigáis sus huellas». El camino hacia la cruz es un ejemplo concreto que Jesús nos deja para vivir ciertos rasgos de la cruz que la vida nos presenta. En las oraciones de las estaciones está la huella de Jesús que nosotros estamos invitados a seguir. La vida buena del Evangelio se aprende sencillamente siguiendo a Cristo, buscando, partiendo del corazón, conformando lo más posible nuestra vida a la Suya. Como subraya San Agustín, la diferencia no está en las obras, sino en el corazón. Es necesario volver a lo más íntimo de la conciencia, mirar a la raíz oculta: Jesús, el germen de vida divina que todos tenemos. Volver a vivir bajo la mirada misericordiosa de Dios, que, como dice Agustín, «me es más íntimo que yo mismo».

Parece que el pensamiento del obispo de Hipona está en la raíz de este Via Crucis.
Es un patrimonio que ya es mío, que me ha marcado. Se puede ver en estas meditaciones, seguramente en algunas expresiones agustinianas, pero sobre todo en la centralidad de la humanidad de Cristo, que es fundamental en la vida del Santo. En el libro VIII de las Confesiones, habiendo adquirido ya un gran conocimento de la verdad, San Agustín se interroga con estas palabras: «¿Por qué no puedo gozar de Dios?». No puede porque aún no es humilde, no tiene esa humildad necesaria para «abrazar al humilde Jesús. No había entendido hasta qué punto Su debilidad es maestra». Éste es el fondo agustiniano que está en la base de las meditaciones. Un Via Crucis muy humano.