Embarcaciones en el río Mekong.

La medicina del catequista del Mekong

Alberto Caccaro

Esta mañana he celebrado la santa misa en el Mekong, a pocos metros del río. Visito esta pequeña comunidad dos veces al mes. Desde el altar, al levantar el pan, Cuerpo de Cristo, y el cáliz,Su Sangre, veo en el horizonte el agua del río, que avanza silenciosa, solemne, imparable. Hoy ha faltado el catequista, un hombre de unos sesenta años, sin familia, que desde hace más de dos décadas participa fielmente en esta pequeña comunidad católica, donde todos son de origen vietnamita. Durante años que han sido de todo menos fáciles, sin sacerdotes y sin iglesia, la comunidad se seguía reuniendo, convocada por este hombre. Esta mañana ha faltado por primera vez porque hace una semana, aquejado por fuertes dolores de estómago, ingresó en Urgencias para ser operado en Vietnam. Cáncer.
Sin poder imaginar cómo se sucederían los acontecimientos en la vida de este hombre, había tenido con él y con otros catequistas un encuentro en el que les hablé de mis primeros errores en mis años de estudio de la lengua khmer. En aquella época tenía un frecuente error de pronunciación: confundía la palabra “fe” con la palabra “enfermedad” y pronunciaba una en el lugar de la otra. Tenían un sonido tan similar, al menos eso me parecía al principio, que las intercambiaba. Aunque su escritura es diferente, al principio su pronunciación me parecía igual. Con el tiempo, me di cuenta sin embargo de que estas dos palabras deben caminar siempre juntas. Porque la fe puede ser una suerte de enfermedad, de herida en el alma, que sólo se sana si estamos con Él. Como la esposa en el Cantar de los cantares, que busca desesperadamente el Esposo, al amado de su corazón, y no vive en paz, sufre, está herida, hasta que no encuentra su deleite... El Señor conoce nuestras heridas y por eso nos llama hacia Sí. Recomendé entonces a los catequistas que siempre mantuvieran juntas la fe y la enfermedad, la fe y la vida. Y que buscaran siempre al Señor, porque Él, para nosotros, es una cuestión de vida o muerte. Pero nunca había pensado que poco después el catequista del Mekong estaría gravemente enfermo. Pronto, a la herida del alma se uniría una más grande, la devastadora herida del cuerpo: el cáncer. Y la fatiga de volver a confirmar la misma verdad: fe y enfermedad, unidas.
Nada más llegar para celebrar la misa, me di cuenta de otra cosa. Él faltaba y la comunidad se sentía desorientada, perdida. Para elegir los cantos, para preparar las lecturas, hasta esa mañana él nunca había faltado. Una pizarra en la iglesia daba cuenta de su última lección: una serie de multiplicaciones y restas que había enseñado a los niños antes de caer enfermo. Los familiares me decían que en el momento de la crisis, él pedía que le llevaran a la iglesia y le dejaran morir. Fe y enfermedad, unidas, no sólo por un error de pronunciación, como me pasaba al principio, sino por una sobreabundancia de significado que sólo los estigmas de San Francisco son capaces de mostrar. La herida del alma y la herida del cuerpo. La fe.
Esta mañana hemos pedido el don de la fe. Las noticias que llegaban desde Vietnam eran claras. No se curará. Cuando en estos pueblos alguien enferma, empiezan a circular rumores sobre todo tipo de remedios posibles. Es comprensible. Me han preguntado si sería posible pedir un transplante de estómago... Pero hemos preferido pedir el milagro de la fe. La primera lectura de la misa hablaba de Abraham, llamado por Dios a dejar su tierra para irse a un país del que el texto no menciona el nombre. He pensado entonces en nuestro catequista, también él ha sido llamado para ir a otro lugar. Después de la misa, una sobrina suya ha recogido las pocas cosas que tenía. Me ha llenado de ternura ver un par de pantalones gastados y algunas camisas. Nada más. Ni mujer, ni hijos. Sólo la Virgen de los Pobres, como San Francisco. Y los estigmas impresos en su cuerpo, como San Francisco. Y una llamada en la que, desde la cama del hospital, recordó a los suyos que debían estar preparados porque hoy llegaría el padre para celebrar la misa.