Diálogo sobre la misericordia

Stefano Andrini

“El hecho cristiano es la posibilidad que se ofrece al hombre para volver a ser generado mediante el perdón de Dios: nacer de nuevo y comenzar de nuevo”. Son palabras del cardenal Carlo Caffarra, arzobispo de Bolonia, que junto al padre Aldo Trento, misionero en Paraguay, ha participado en un diálogo sobre la misericordia (“Para no dejar la última palabra al pecado”), organizado en el Aula Magna de la Universidad de Bolonia por el Centro Cultural Enrico Manfredini en colaboración con el Student Office.
En su intervención, el cardenal se ha centrado en el hombre de hoy, que “está mal, aunque trata de vivir alegremente su malestar, porque se pierde la experiencia del perdón de Dios, y por tanto la experiencia de Su misericordia”. La solución, la vía de salida, sería, según Caffarra, “empezar de nuevo, una especie de renacimiento y regeneración. Pero como el hombre no puede realizar este milagro, ha construido e inventado otras vías paliativas que le liberen del mal, como la negación del mal moral”. Éste es el drama del hombre de nuestros días.
El cristianismo, sin embargo, es la posibilidad de decir en cualquier circunstancia: “Ahora vuelvo a empezar desde cero”, porque Dios siempre ofrece el perdón al hombre, a todos los hombres. “La asunción de todos los errores de los hombres es la Cruz de Cristo”, ha concluido el cardenal. “Pero al mismo tiempo, el perdón de Dios consiste en la acción de Dios, que transforma nuestra libertad y renueva la raíz de nuestro yo. En un acto más divino y más grande aún que la propia creación. A las culpas de los hombres, a su pecado, Dios responde con su perdón”.
El padre Aldo comenzó su testimonio dando las gracias al cardenal. “Para mí es como estar al lado de Jesús. Nunca habría imaginado que el Señor me pudiera dar una gracia así, sabiendo que vivo desde hace 22 años en un lugar donde sólo existe la miseria humana”. Sólo quien experimenta la misericordia “abraza a todos”, ha afirmado el misionero. “Lo que me permite estar en esta posición es oír cada día: ‘Yo te absuelvo de todos tus pecados en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo’. Y volver a oír lo que dice el profeta: ‘Con un amor eterno te he amado, teniendo piedad de tu nada... Antes de que fueras concebido en el vientre de tu madre, yo había pronunciado tu nombre’”.
Para las niñas de su clínica en Asunción, fruto de violaciones terribles, esto significa que “sus nombres no dependen de la forma en que hayan sido concebidas, sino del hecho de que han sido pensadas por Dios desde la eternidad”. Hace unos días, diez de ellas hicieron la Primera Comunión: “Se confesaron y me dijeron: ‘Papá, no queremos que venga nuestra madre, y mucho menos su pareja, pero les perdonamos’. Y es que el hombre no es fruto ni siquiera de estas cosas, el hombre es fruto de un encuentro con uno que le demuestra de forma concreta que ‘yo soy tú que me haces’”.
El padre Aldo se expresa con gran amargura por el hecho de que el nombre de Cristo hoy no se pronuncia casi nunca. “Por un falso ecumenismo, un falso respeto, se tiene miedo a pronunciar el dulce nombre de Jesús. ¡Qué tristeza! Vivimos por un partido de fútbol, por Ferrari, pero no por Jesús. ¿Y entonces qué queremos? Hay muchas circunstancias y situaciones distintas, pero nosotros estamos llamados siempre a anunciar a Cristo. La cuestión es que si Cristo no incide en mi vida, yo no puedo decir como Pablo: ‘Para mí, vivir es Cristo’”.
¿Pero dónde encontrar hoy ese “Tú que me haces”? “En esa mirada con la que Jesús miró a Zaqueo”, responde el padre Aldo. “Fijaos, él fue el primero que dio comienzo a las obras de caridad de la Iglesia porque con el dinero que había robado empezó a hacer algo bueno. ¿Pero qué es lo que define a Zaqueo? Aquella mirada que determinó toda su vida. El cristiano es el hombre que mira así al mundo y a sí mismo”. Palabras que resuenan en los testimonios de enfermos terminales que el padre Aldo lee al terminar su intervención. “Cuando llega el Santísimo a mi lecho, me siento fuerte, se me secan las lágrimas, se va el sufrimiento que ni la morfina me calma. Jesús es mi fuerza”.