El Santo Padre en la Sagrada Familia.

Ahora la Sagrada Familia es otra

Paola Ronconi

Estos días ha estado en el punto de mira de todos. La belleza de lo sucedido el domingo quedará grabada en los corazones de todos los que estuvieron allí. Desde ahora la Sagrada Familia es otra, de hecho, como un niño recién bautizado. Es distinta, aunque cada una de sus piedras siga donde estaba, porque es Suya, es de Aquel que la ha querido allí, en medio de la Barcelona del “laicismo más agresivo”, como dijo Benedicto XVI en su viaje apostólico a España este fin de semana.
La comunidad de CL en Barcelona, junto a los amigos italianos y madrileños que viajaron hasta allí, se reunió el sábado por la noche en el Aula Magna del Colegio de las Teresianas de Gaudí, como si estuvieran esperando a un amigo que viene de lejos. En la pantalla, un recorrido en imágenes por los detalles arquitectónicos de la Sagrada Familia, acompañado por la música y los textos de Giussani y Antoni Gaudí, para entender mejor la simbología del templo. Javier Prades, decano de la Facultad de Teología de San Dámaso de Madrid, explicó qué significa la consagración de una iglesia. Etsuro Sotoo, escultor de la Sagrada, contó lo que significa para él poder construirla: un viaje “vertical”, donde el tiempo es amigo porque es condición para llegar a la meta. Lecturas de El tiempo y el templo de Giussani y cantos del coro. Una auténtica vigilia para preparar el corazón. Mientras, el amigo llega a Barcelona: “Algunos de nosotros vamos a cantar bajo las ventanas del edificio en que se aloja el Santo Padre”.
“Para seguir la ceremonia de consagración, hemos estado en un sector situado enfrente de la fachada de la Natividad, donde el Papa ha rezado el Angelus. Antes de su llegada, hemos rezado el Rosario”, explica Diego Giordani. Durante la misa, Benedicto XVI recordó a todos los que han hecho posible esta “larga historia de aspiraciones, trabajo y generosidad que dura ya más de un siglo”; desde los arquitectos hasta los albañiles, empezando por quien fue “alma y artífice”, Gaudí. El Papa habla de él como si fuera un amigo: “Me ha conmovido la seguridad con la que, frente a las innumerables dificultades que tuvo que afrontar, exclamaba lleno de confianza en la Divina Providencia: ‘San José terminará el templo’”. Habla de él con gratitud: “Gaudí unió la realidad del mundo y la historia de la salvación. Realizó algo que hoy es una de las tareas más importantes: superar la escisión entre la conciencia humana y la conciencia cristiana, entre la existencia y la apertura a la vida eterna, entre la belleza de las cosas y Dios como Belleza. La belleza es la mayor necesidad del hombre. La belleza es reveladora de Dios porque, como Él, la obra bella es gratuidad pura, invita a la libertad y vence el egoísmo”.
Muchos de la comunidad de CL eran voluntarios en el servicio de orden, junto a personas de otros movimientos. Algunos llegaron a conseguir un sitio dentro del templo, como Chiara, que estuvo todo el tiempo con Sotoo. Para explicarnos lo que ha visto, habla de “un aura –así la definió Silvia Correale, postuladora de la causa de beatificación de Gaudí- que se crea en torno a un santo y que ocupa un espacio a su alrededor. No es una percepción sentimental, sino física. Esto ha ocurrido con el Santo Padre. Sotoo y yo tuvimos la suerte de estar cerca del Papa durante la misa: sus ojos no dejaban de moverse, como si no quisiera perderse ningún detalle de lo que estaba sucediendo”.
Todo colaboraba con la belleza de una ceremonia solemne en la que Cristo tomaba posesión de Su iglesia. “Hasta los rayos del sol que entraban por los hiperboloides (las aperturas arquitectónicas del techo) parecían moverse siguiendo un orden divino sobre el altar y sobre los fieles”. Mientras, el Santo Padre la consagraba a Dios. “¿Qué significa dedicar esta iglesia?”, preguntó desde el altar. “En el corazón del mundo, frente a la mirada de Dios y de los hombres, en un humilde y gozoso acto de fe, elevamos una inmensa mole de materia, fruto de la naturaleza y de un incalculable esfuerzo de la inteligencia humana, constructora de esta obra de arte; signo visible del Dios invisible”.
Entre las primeras filas, los discípulos de Gaudí. “Conmovidos, lloraban como niños”, concluye Chiara. “Al final de la ceremonia, la gente parecía que no quería irse”. Señor, fuera de ti, ¿a dónde iremos?