Scola: por qué la política ya no sabe qué es la libertad
Il SussidiarioDe la crisis política italiana a la crisis financiera, de la libre iniciativa social al papel del Estado, lo que hoy se echa más en falta son “ambientes comunitarios de amistad cívica, de relaciones buenas y prácticas virtuosas” que permitan al hombre de hoy volver a aprender qué es el bien. Así lo afirmó el Patriarca de Venecia, cardenal Angelo Scola, en Milán durante la presentación de su último libro, Buone ragioni per la vita in comune (“Buenas razones para la vida en común”), en la que también participó Gianni Riotta, director del periódico italiano Sole 24 Ore, en un acto organizado por el Centro Cultural de Milán
Eminencia, en Italia hay quien habla del “fin de la política”. Hoy, el “bien común” se percibe como lo más necesario, pero al mismo tiempo se ha abusado tanto de esta fórmula que ha quedado vacía de significado. ¿De qué depende la crisis del “bien común”?
Del grave debilitamiento de las relaciones personales en nuestra sociedad. El hombre del tercer milenio se ha precipitado en un individualismo neutro exasperado, que ya no consiste sólo en la pretensión de autonomía que marcó la edad moderna. Ahora es un fenómeno nuevo, que lleva al hombre a mostrarse indiferente incluso cuando tiene que elegir entre el bien y el mal. Esto es “mortal” para la dimensión antropológica fundamental que consiste en “ser en relación”, sin la cual la persona no sólo no practica el bien, sino que ni siquiera lo aprende.
De modo que vivimos sin saber que la convivencia es un bien. ¿Cuál es el camino a seguir para recuperar esta dimensión personal?
La persona real vive siempre en un contexto comunitario, de modo que la sociedad siempre necesita los dos polos: el individuo y la comunidad civil. Sólo si se generan en la sociedad ámbitos comunitarios de amistad cívica, que ejemplifiquen lo que Aristóteles llamaba la philìa, se podrá recuperar el contenido de las relaciones y volver a encontrar de forma adecuada el gusto de hacer el bien y de evitar el mal. Para volver a aprender lo que es el bien, y cambiar este tejido social conflictivo y debilitado, necesitamos relaciones buenas.
En el panorama político, a veces desolador, cuando algo no funciona siempre se culpa a la falta de reglas, ¿esto es suficiente para recuperar una vida buena?
Se puede responder partiendo de la gran afirmación de Eliot, en la que dice que el hombre sueña con construir sistemas tan perfectos que nadie tenga necesidad de ser bueno. Está claro, como decía Santo Tomás, que la ley tiene la misión de educar en el bien y en la virtud, y por tanto el respeto de la ley es fundamental. El problema es que yo debo ser continuamente ayudado a percibir el respeto a la ley como un valor, de manera que no sea mi fragilidad lo que domine. Aquí volvemos al punto de partida: para aprender a hacer el bien hacen falta relaciones buenas.
Sin ellas no lo entenderemos, ¿por qué?
La respuesta está en la experiencia. Pensemos en nuestra infancia: cuando mi madre me sonríe y me dice “es un bien que tú existas”, poco a poco me da el sentido de lo que es el bien y lo que es el mal. Me abre a una vida como promesa, me da las razones para observar la ley. Porque la ley, ya lo decía San Pablo, necesita ser “personalizada”, de tal modo que el hombre se convierta en ley para sí mismo, es decir, sea capaz de comprender y de elegir lo que es el bien.
¿A qué se debe este proceso de abstracción que ha vaciado la vida personal y la pública?
Las causas, en parte, son antiguas y se remontan a la modernidad, pero al mismo tiempo están adquiriendo aspectos cualitativamente distintos en esta época postmoderna. La edad moderna estableció una relación inmediata y directa entre el individuo y el Estado, sin apoyarse en la sociedad y en los cuerpos intermedios que la constituyen. Pero en Italia las expresiones sociales mantuvieron su vitalidad, y en este sentido la sociedad civil italiana es realmente la más rica de Europa, sin ser por ello menos moderna. Nunca debemos olvidar esta riqueza, en la que la persona es continuamente acompañada, provocada, estimulada, y donde emerge su inclinación hacia el bien.
¿Puede poner un ejemplo?
El mundo del non profit, la empresa en sus diversos sectores, todos aquellos que se implican en una trama de relaciones e iniciativas con las que comparten los problemas de la pobreza y de la injusticia social. Hace falta que quien tiene responsabilidad, no sólo política sino también institucional y eclesial, se haga cargo de esto. Como hombre de iglesia, cada vez que voy a visitar las comunidades cristianas tengo la ocasión de constatar que allí donde la persona, siguiendo las indicaciones de Jesús, vive dentro de una compañía guiada, florece.
David Cameron ha abierto el debate público sobre la Big society. Pero esta pluralidad de formas e iniciativas sociales, que en Italia han marcado nuestra historia, ¿pueden existir prescindiendo del factor religioso?
Históricamente, en Italia no ha sido posible. El problema de la edificación de una sociedad justa lo identificó muy bien De Lubac: no es verdad que no se pueda construir una sociedad sin Dios, pero se corre el riesgo de hacerlo en contra del hombre. Éste es el núcleo de la cuestión. El hombre, por naturaleza, es inevitablemente religioso, lo admita o no, y por eso la dimensión pública de la religión, si se entiende bien y respeta la naturaleza plural de nuestras sociedades, ofrece de hecho una contribución absolutamente determinante, porque es un factor generador de relaciones buenas y prácticas virtuosas.
¿Qué debe hacer la política?
Abrir los ojos a las experiencias de libertad real que ya se dan en Europa y en Italia. Del mismo modo que no se pueden reclamar derechos en abstracto, tampoco podemos reclamar las libertades en abstracto. Un welfare que sea más capaz de concebir como público no sólo lo estatal sino también la iniciativa de los cuerpos intermedios, la libertad de educación, el apoyo a las familias, un tratamiento equilibrado a la cuestión de la inmigración –dentro de un abrazo acogedor y al mismo tiempo respetuoso de la mentalidad de los otros-, la solidaridad en este momento de crisis económica, sin olvidar a los países del Sur: éstos son los desafíos de hoy y la sociedad civil desarrolla miles de iniciativas en estos ámbitos. Hace falta que quien ostenta la responsabilidad institucional no pretenda gestionar sino que se limite a gobernar, que deje vivir a la sociedad y que le dé instrumentos para crecer.
En su opinión, ¿existe el riesgo de que la crisis financiera haya dado una “lección” a la racionalidad económica pública y privada, y que nosotros no lo hayamos entendido?
Sobre esto, el Papa ha dicho en la Caritas in veritate cosas preciosas, invitándonos a ensanchar la razón económica. Hoy es necesario ensanchar la razón a todos los niveles y dejar de reducirla a su dimensión experimental y técnica. ¿Cómo lo hace el Papa? Dando dignidad económica a la dimensión gratuita de la fraternidad: se trata de poner en marcha acciones de cooperación económica y financiera teniendo verdaderamente como objeto el fin bueno por el que existen la economía de producción y las finanzas. El peligro es volver a creer que se puede salir de esta situación sólo superando las llamadas bad rules, las malas prácticas.
Benedicto XVI abrió el Sínodo sobre Oriente Medio con un discurso en el que hizo un breve sumario de los males del mundo: capitales anónimos, ideologías terroristas, droga, violencia en nombre de Dios. “La tierra que absorbe estas corrientes”, ha dicho el Papa, “corrientes que dominan a todos y que quieren hacer desaparecer la fe de la Iglesia”, es “la fe de los sencillos”, ¿pero esta fe será capaz de afrontar el desafío?
Sí, porque es la fe de quien no cesa de dejar brotar en su propio corazón el inextirpable deseo de Dios y ha encontrado en la pertenencia a Cristo, y en la oración a la Virgen María, el camino que durante siglos ha generado hombres y mujeres capaces de amar, de trabajar, de educar. Ésta es la fe de los sencillos de la que habla el Papa y él mismo es el primero en testimoniar esta fe: uno que, con extraordinaria humildad, hace valer aún más la fuerza de su inteligencia. Pero lo importante no es la erudición. Mi madre estudió hasta tercero de educación elemental pero tenía más inteligencia en la vida que yo, que he tenido que leer unos cuantos libros.