Cristianos de paso

Roberto Fontolan

Del 10 al 24 de octubre se celebra en el Vaticano la Asamblea Especial para Oriente Medio del Sínodo de los Obispos, un encuentro querido por el Papa después de su visita a Tierra Santa. Tema: “La Iglesia católica en Oriente Medio: comunión y testimonio”. Invitados: los obispos locales y representantes del islam y del judaísmo. «Se trata del primer Sínodo no continental», explica el padre Pizzaballa, Custodio de Tierra Santa: «Una señal de cercanía de la Iglesia hacia esta realidad». Con este motivo, el día 19 se celebrará en el Capitolio el congreso: “El testimonio cristiano al servicio de la paz”, en colaboración con el Centro Internacional de CL. Junto a distintos padres sinodales, intervendrán don Julián Carrón, el ministro Franco Frattini y monseñor Nikola Eterovic. Para seguir los trabajos, la Fundación Oasis publicará en su newsletter y en www.oasiscenter.eu todas las intervenciones y los testimonios del Sínodo, también en formato vídeo.
«Provisionales. Y peregrinos». Hoy aquí, mañana quién sabe dónde. Monseñor Paul Hinder, vicario apostólico de Arabia, no se hace ilusiones sobre la situación de los cristianos en Oriente Medio. Con un gran realismo, este capuchino nacido hace sesenta y ocho años en Suiza desmenuza datos y números sobre la presencia de la Iglesia en la tierra del profeta del islam. Una presencia que monseñor Hinder conoce bien, pues se halla desde 2005 al frente de la mayor circunscripción católica del mundo, un territorio de tres millones de kilómetros cuadrados entre el Desierto de Siria y el Océano Índico. Allí el inglés es el nuevo latín, visto que los dos millones y medio de católicos vienen de todo el mundo: Filipinas, India, Líbano, Egipto, Iraq, Palestina, EEUU… Y, a pesar de hallarse en medio de grandes dificultades, viven la fe de una forma que «conforta incluso a su pastor». Hasta el punto de que monseñor Hinder le dijo un día al Papa: «Nunca he aspirado a ser obispo. Pero, si debo serlo, prefiero guiar en Arabia a unos fieles como estos». Con este motivo, mientras se celebra en Roma, del 10 al 24 de octubre, el Sínodo especial sobre “La Iglesia católica en Oriente Medio: comunión y testimonio”, que reune a cientos de participantes entre obispos locales, representantes no católicos e interlocutores musulmanes, le pedimos que nos presente la situación de sus comunidades y que nos cuente qué esperan de este encuentro.

¿Cómo se podría describir la realidad de los cristianos en los países del Golfo?
Se trata de una realidad marcada por dos características: son todos extranjeros, es decir, residentes sin ciudadanía, procedentes de casi todos los países del mundo, sobre todo de Filipinas y del subcontinente indio; y viven en países en donde la libertad religiosa y de culto está limitada. Por otra parte, los fieles están en su mayoría muy comprometidos y motivados a la hora de vivir su fe dentro de los límites que otros establecen. Además, teniendo en cuenta que entre esos dos millones y medio de católicos sólo hay unos sesenta sacerdotes, la colaboración de los laicos es esencial.

¿Qué diferencia hay entre los cristianos que viven en la Península Arábica y las comunidades de los países del Mediterráneo oriental?
La diferencia entre países como Líbano, Siria, Iraq y otros es que en los países del Golfo no existen iglesias de tradición antigua: allí todos los cristianos son inmigrantes sin ciudadanía. Esto quiere decir que no tenemos estructuras antiguas. A causa de la limitada libertad religiosa y de culto, en muchos países no podemos tener las estructuras de las que goza normalmente una iglesia local, por ejemplo, un seminario. Es verdad que tenemos cristianos de todas las iglesias católicas orientales, pero también ellos son inmigrantes. A causa de su carácter multinacional y debido a la diversidad de ritos, la Iglesia en el Golfo habla en muchas lenguas. Pero la lengua franca es el inglés, porque el árabe se utiliza sólo para las comunidades grandes de lengua árabe.

¿Qué se espera del Sínodo?
El tema del Sínodo es “Comunión y testimonio”. Espero una mayor sensibilidad hacia ambos aspectos. En toda la región, la comunión entre los cristianos es precaria, porque está sometida a los intereses de las tradiciones tribales y/o familiares. Está bien tener un sentido de pertenencia, pero cuando se pierde de vista la verdadera comunión católica, se corre el riesgo de no mirar más allá del propio huerto. Pero ese huerto sólo puede sobrevivir en un ambiente sano mucho más grande y amplio. En definitiva, necesitamos la comunión interna, pero también la comunión con toda la Iglesia católica. Si se reduce la comunión, se debilita el testimonio.

¿A qué se refiere?
El testimonio evangélico de la reconciliación, de la justicia y de la fraternidad cristiana profunda será fructífero en el ámbito político y social sólo si lo vivimos en primer lugar entre nosotros. No es raro encontrarse, también entre los cristianos, una especie de exclusivismo que tiende a marginar a los que “no son de los nuestros”. Por lo demás, en todos los países, incluido Líbano, los cristianos son una minoría. ¿Serán capaces de mostrar un rostro unido y creíble? Temo que en el Sínodo podamos perdernos en cuestiones históricas, de la tradición y de los ritos, perdiendo de vista el desafío de la situación actual en puntos fundamentales de nuestra fe cristiana y católica, incluida nuestra comunión con el Papa.

Las comunidades que usted guía, ¿qué esperan del Sínodo?
Hasta ahora no he visto mucho entusiasmo entre la gente. Esto se debe seguramente al hecho de que no es fácil hacer llegar las informaciones. Además, en medio de la crisis, la gente tiene otras preocupaciones: no perder el trabajo, subsistir en medio de una grave precariedad económica… Sea como fuere, yo creo que nuestros fieles esperan que se dé a conocer una realidad que hasta ahora no estaba muy presente en la conciencia común de la Iglesia católica: que existe en el Golfo una comunidad que resulta vital, aunque esté compuesta por inmigrantes.

¿Cómo viven estos cristianos inmigrantes la relación con la fe en su nueva situación?
En la Iglesia de inmigrantes en el Golfo se acrecienta el valor de la fe, porque no existe nada más que nos dé seguridad. Es verdad que casi todos han llegado a la región en busca de una mejor situación económica. Sin embargo, en esta situación, no pocos descubren una necesidad fuerte de cuidar su propia fe. Es verdad que, al tener el islam el monopolio en estas sociedades, no podemos vivir los valores cristianos de modo que podamos ofrecer una contribución directa para su construcción. Pero la forma misma con la que vivimos la fe supone un desafío para los demás y refuerza la solidaridad entre los mismos cristianos.

Ante la imposibilidad de insertarse allí donde viven, ¿cómo viven estos cristianos la relación con el ambiente social?
No estar verdaderamente insertos en la sociedad nos hace vivir con provisionalidad. Nadie sabe con certeza cuánto tiempo podrá permanecer en un país. Muchos tienen unas condiciones de vida muy artificiales: en barrios residenciales en donde sólo están en contacto con gente de la misma procedencia, en campos de trabajo de los que vuelven cada día extenuados, muchos están separados de su cónyuge, con los problemas morales y afectivos que derivan de esta situación… Es verdad que hay personas que han conseguido insertarse en la sociedad gracias a su capacidad profesional y al éxito económico. Pero, en general, nuestra gente vive en condiciones modestas y no goza de gran estima social. Esta gente resulta necesaria para el funcionamiento de la sociedad, pero ello no quiere decir que sea amada y apreciada.

¿Podríamos decir que se trata de una “Iglesia peregrina”?
Nuestras comunidades están compuestas por gente del mundo entero, aunque la gran mayoría es de origen filipino e indio. Basta con echar un vistazo al horario de misas colgado en el corcho de muchas de nuestras parroquias: además del inglés, nuestra lengua franca, hay también misas en tagalo, malabar, árabe, konkan, tamil, cingalés, urdu, francés, italiano, alemán, español…

¿Qué puede aportar vuestra experiencia a los cristianos de Occidente y a los de las Iglesias orientales?
Justamente esta experiencia de provisionalidad, de ser peregrinos, que debería estar más presente en todas las Iglesias. También puede servir de ejemplo la comunión entre las distintas culturas, razas y ritos. Entre nosotros, el primer reto es ser un fiel convencido. Sólo en un segundo momento se plantea la pregunta: «¿A qué grupo perteneces?». La solidaridad entre los cristianos y su sensibilidad hacia las necesidades de los demás es ejemplar. Lo veo cuando se produce un desastre en algún lugar del mundo: siempre me llena de asombro la generosidad de los fieles a la hora de compartir lo que tienen con los que están más necesitados.

¿Cuáles son las realidades más vivas? ¿Qué le piden a usted?
Habitualmente, nuestras parroquias están abarrotadas durante las misas. Experimentar el entusiasmo y la fe viva de estas personas es un consuelo también para un pastor de la Iglesia en Arabia. Lo que piden estos fieles es que el obispo y los sacerdotes sean testigos fieles y gozosos del Señor. Que sean siervos de su alegría y compañeros de su sufrimiento. Además, no es raro que esperen de nosotros también ayuda en sus problemas de relación y económicos, que no son pocos…

¿Cómo es la relación con las autoridades de los Emiratos y de Arabia?
Habitualmente, los representantes oficiales de otras religiones, sobre todo de las Iglesias cristianas, gozan de estima. Nunca he experimentado desprecio por parte de las autoridades. Todavía existe entre ellos una cultura de la hospitalidad, aunque luego, a la hora de tomar decisiones, sean mucho más lentos y cautos. Pero puede suceder perfectamente que, en una recepción, un jeque, vestido con su traje tradicional, abrace en público al obispo católico con su cruz en el pecho.