Una Presencia que se hace querer
Nada como el silencio intenso y cargado de esperanza de más cien mil personas ante el Santísimo expuesto en Hyde Park para explicar el corazón de este conmovedor viaje. El Papa había llegado recorriendo kilómetros flanqueado por una multitud que le saludaba desde las aceras.
A esas horas ya era un hecho que Inglaterra le abrazaba: sus hombres de cultura, sus políticos, hasta los ariscos medios de comunicación, pero sobre todo el pueblo. Pero él no busca halagos ni compromisos, sigue adelante con esa mezcla de exigencia y mansedumbre, de inteligencia y corazón.
También en Escocia recibió una cálida acogida, las crónicas hablan de unas cien mil personas. En el Bellahouston Park de Glasgow, donde se celebró el primer gran encuentro de esta visita papal, le esperaba una multitud impresionante, heredera de una comunidad muy probada, que se ha negado con denuedo a desarraigarse de la tierra escocesa a pesar de tantas vicisitudes dolorosas. El Papa honra la memoria de sus antepasados y les invita a ser dignos de esa gran tradición. Y para ello, les insta a evangelizar la cultura en todos los ámbitos. Insiste en una afirmación que ya realizó ante la Reina Isabel: que la fe es garantía de auténtica libertad y respeto. Por eso no hay que temer plantear en el foro público los argumentos que nacen de la sabiduría y la visión de la fe.
Ya en el avión, en su diálogo con los periodistas, habla de una Iglesia que no debe mirarse tanto a sí misma, que no debe buscar su propio poder sino hacer accesible el anuncio de Jesucristo a los hombres. Habla de una prioridad que acomuna a católicos y anglicanos, la prioridad de llevar a los hombres a Cristo, en eso consiste el ecumenismo. No podía faltar la pregunta por los abusos sexuales cometidos por sacerdotes y religiosos. Al Papa se le humedecen los ojos, confiesa que estas revelaciones han supuesto para él un verdadero schock, una profunda tristeza... que es difícil comprender cómo ha sido posible semejante perversión del ministerio sacerdotal. Reconoce (¡una vez más!) que la Iglesia no ha sido suficientemente rápida ni vigilante para tomar las medidas necesarias, y afirma que por eso debe abrirse un tiempo de penitencia y de humildad, un tiempo para la renovación y la sinceridad. En cuanto a las víctimas subraya que deben ser la prioridad absoluta, que no se debe ahorrar ningún esfuerzo material ni espiritual para que puedan reconstruir sus vidas y recobrar la confianza en el mensaje de Cristo.
En su viaje a Reino Unido, el Papa quiere comunicar que la Verdad no es un concepto abstracto, no es el término de un complejo proceso intelectual, sino la persona de Cristo que puede ser encontrada y amada en la vida de la Iglesia, y que nos permite alcanzar "nuestra libertad última y el cumplimiento de nuestras aspiraciones humanas más profundas". Y cuando esta Verdad es abrazada, cuando da forma a nuestra vida, no puede ser escondida sino que pide ser comunicada, aunque sea a un alto precio. Por vivirla a campo abierto uno puede ser "excluido, ridiculizado o parodiado", pero el cristiano no puede sustraerse a esa misión.
Llegado al centro de gravedad de esta visita, habla de la misión profética de todo cristiano en medio de un mundo lleno de ruido y confusión, de angustias y espejismos. Como si la figura del gran John Henry Newman se recortara con inesperado realismo sobre el trasfondo de nuestra actualidad, Benedicto XVI describe un tiempo de crisis y turbación en el que los cristianos "no pueden permitirse el lujo de continuar como si no pasara nada, haciendo caso omiso de la profunda crisis de fe que impregna nuestra sociedad, o confiando sencillamente en que el patrimonio de valores transmitido durante siglos de cristianismo seguirá inspirando y configurando el futuro de nuestra sociedad".
Apenas veinticuatro horas antes Benedicto XVI había dejado en el aire de Westminster Hall otro discurso para la historia, en la misma senda de los que pronunció en Ratisbona, en La Sapienza o en Los Bernardinos de París. Ante los grandes del Reino el Papa indica que "cada generación debe replantearse qué exigencias pueden imponer los gobiernos a los ciudadanos de manera razonable y en nombre de qué autoridad pueden resolverse los dilemas morales". Y a continuación apunta al centro del problema: "si los principios éticos que sostienen el proceso democrático no se rigen por nada más sólido que el mero consenso social, entonces este proceso se presenta evidentemente frágil". Aquí reside el verdadero desafío para la democracia.
Benedicto dice a su imponente auditorio que el papel de la religión en el debate político no es proporcionar las normas y menos aún proponer soluciones concretas, sino más bien ayudar a purificar e iluminar la aplicación de la razón al descubrimiento de principios morales objetivos. Y traza un camino de doble sentido: la religión requiere el papel purificador y vertebrador de la razón, pero sin la ayuda correctora de la religión, la razón puede ser también presa de distorsiones, como han demostrado las ideologías totalitarias del siglo XX. "Por eso deseo indicar que el mundo de la razón y el mundo de la fe... necesitan uno de otro y no deberían tener miedo de entablar un diálogo profundo y continuo, por el bien de nuestra civilización".
Debemos concluir en Birmingham, en el centro de Inglaterra, donde Newman vivió como sacerdote católico y donde permanecen sus restos. Ante setenta mil personas Benedicto XVI vuelve a hablar del Newman moderno y anclado en la Tradición, del hombre de la conciencia, de la rectitud y la mansedumbre, el hombre que con la experiencia viva de su fe (razón y corazón) no dejó nunca de afrontar "las cuestiones del día". Pero también del pastor de almas que gastaba su tiempo en atender a los que buscaban, a los pobres y a los que sufrían la soledad o el dolor físico. Y hace suya una frase del nuevo Beato que es todo un programa: "quiero un laicado que no sea arrogante ni imprudente a la hora de hablar, ni alborotador, sino hombres que conozcan bien su religión, que profundicen en ella, que sepan bien dónde están, que sepan qué tienen y qué no tienen, que conozcan su credo a tal punto que puedan dar cuentas de él, que conozcan tan bien la historia que puedan defenderla". Gracias por este viaje, Santidad.