La Síndone.

SÁBANA SANTA Interrogados por aquel rostro

Los testimonios del rabino Michael Shevack, del filósofo Fabrice Hadjadj y de la historiadora Lucetta Scaraffia

Continúa hasta el 23 de mayo en Turín la ostensión de la Síndone, la sábana que según la tradición envolvió el cadáver de Jesús. Un lienzo que sigue desafiando a creyentes y no creyentes, como muestran estos testimonios


Michael Shevack, rabino
Cuando en 1998 vi la Sábana Santa en Turín, rompí a llorar. Siendo judío, no venero aquella tela. Para mí, sin embargo, tiene valor porque testimonia el dolor de un hombre, Jesús de Nazaret, un hermano hebreo. Vi las marcas de las espinas en su frente y las heridas de su cuerpo. Me acerqué a su sufrimiento, así pude conocerme más a mí mismo y mi sufrimiento como hijo de Israel.
Esa tela me pregunta: ¿qué sentido tiene la vida? Ya no pensamos en esto. Trabajamos por dinero, seguimos de cualquier modo los deseos superficiales… Este lienzo, por el contrario, nos recuerda por qué nos movemos: la vida se fundamenta en el sacrificio. No sólo eso. Para quien está abierto a la experiencia del Misterio, ver la Sábana Santa es una experiencia maravillosa, capaz de cambiar la vida. Para mí ha sido así, porque me ha hecho palpar la fe que millones de personas en el mundo tienen en Cristo.
Querría que los judíos vieran en Jesús a un hermano suyo. Es lo que me ha enseñado Luigi Giussani: me ha ayudado a liberar el corazón del rencor y la desconfianza hacia los cristianos. Ha sido para mí un verdadero amigo, un hermano que me sabía comprender.
También por eso ahora puedo decir: ese Rostro impreso en el lienzo expuesto en Turín no es sólo para los cristianos. Todos los judíos debemos ir a verlo.

Cardenal Christoph Schönborn, arzobispo de Viena
La Sábana Santa siempre me ha parecido un “icono del amor de Dios”. Esta imagen del hombre martirizado recuerda a todos lo que unos hombres han hecho a otros a lo largo de la historia. En esta imagen se reflejan Verdun, Auschwitz, Hiroshima, los gulag, sólo por citar algunos nombres simbólicos de la parte oscura del siglo XX. En la Sábana Santa se hace visible el rostro del “siervo de Dios sufriente”: el Dios hecho hombre se opone en el sentido más auténtico de la palabra a la maldad del odio y de la violencia.
El mensaje de la Sábana Santa suena así: “El amor es más fuerte”. Es más fuerte que el odio y que el cálculo político que sólo mira su propio beneficio. Y sobre todo, es más fuerte que la muerte. Dios no deja a sus hijos en el abismo de la nada.
Lo que de esta indescriptible imagen del Salvador sufriente fascina a tanta gente es presumiblemente esto: la esperanza en la superación de la muerte, la certeza de que Dios “enjugará todas las lágrimas”. Por eso van a Turín, donde la Sábana Santa ha llegado después de una larga peregrinación por el Mediterráneo. Esa tela es como una prenda de las promesas formuladas de forma impresionante en las Escrituras. Y para mí es extraordinario poder ver y contemplar no sólo el rostro, sino el cuerpo entero de “aquél que me amó y dio su vida por mí” (Gal 2,20).

Fabrice Hadjadj, filósofo
Me tenéis que disculpar si no miro a la Sábana Santa bajo el prisma de la devoción, sino el del arte. En primer lugar, sin duda porque se trata de un objeto: no es ni una fotografía ni un diseño, sino una imagen “akiropita”, como se diría en lenguaje culto (es decir, “no creada por mano humana”). Es una imagen que no es obra de la mano del hombre y que por tanto sólo puede guiar nuestra mano. De hecho, la Sábana Santa es para mí el arquetipo y el horizonte de toda obra de arte. Basta considerar un momento esa tela para ver que se sitúa más allá del concepto de representación y de no-representación. Más allá incluso de la fealdad y la belleza normales. Lo que se comunica es una belleza insospechada: allí están las líneas oscuras marcadas por un suplicio, pero al mismo tiempo se trata de la presencia de un rostro soberano. Es un memorial ultramoderno, un icono: este objeto cumple de forma inimaginable lo que Céline y Bataille exigían al artista. El primero afirmaba que éste debía “dejarse la piel sobre la tela” y el segundo, que debía “pensar de la misma manera que una chica se desnuda”. Así, sobre esta página en blanco se forma un signo de luz y de sangre, una impronta obrada con una desnudez radical, la que todos los poetas y pintores buscan sin alcanzarlo nunca de manera perfecta.
Otro dato: este lienzo se sitúa en el punto de conjunción entre el arte y la caridad. En teoría, hacer un cuadro no es socorrer a un pobre. De hecho, el artista experimenta una especie de laceración, porque sus manos no pueden moverse en ayuda del otro, pues quedan confiscadas por la pluma o el pincel. Pero esta imagen se manifestó a partir de los cuidados que se ofrecieron al Primero de los pobres. Es como si las obras de la Madre Teresa y de Georges Rouault se unieran en una sola impronta inaudita.
Entonces, ¿cómo no admirar con temblor este lienzo como artistas (vale incluso para quien no cree, basta con que usen la razón)? Un lienzo que es al mismo tiempo sutil y sublime, lienzo de Dios, crisálida de Dios. Una obra a la altura de la muerte y de la resurrección.

Lucetta Scaraffia, historiadora
Tuve la suerte de ver la Sábana Santa en uno de los últimos días de la ostensión del 2000. Había poca gente y poco recogimiento. Me impactó ver que, nada más entrar en su presencia, todos se quedaron callados. Y en muchos rostros, además del mío, empezaron a correr las lágrimas. Tan fuerte era la impresión ante aquel lienzo, hasta tal punto se sentía la presencia divina que incluso quien había venido sólo por curiosidad quedaba profundamente impactado.
Creo que acercarse a la Sábana Santa es una ocasión única para sentir con fuerza la encarnación de Dios y para darse cuenta de que el cristianismo es diferente de todas las demás religiones porque nace de un Dios que ha tomado cuerpo humano. Precisamente en un momento en que la secularización quiere poner a todas las religiones al mismo nivel, proponiendo una lectura relativista de todos los credos, esta reliquia nos lleva con fuerza al corazón de nuestra fe. Nos hace sentir que el Dios en que creemos existe y se encarnó por nosotros. Que asumió un cuerpo y un rostro humanos para recordarnos que hemos sido creados a imagen y semejanza del Creador, que no somos simplemente animales más evolucionados que los otros. Nos hace sentir que Jesús es una persona real y que puede cambiar nuestra existencia.