El crucifijo que rescata a la familia

LA RAZÓN, 27/12/09
Especial "El día de la Familia"
Ignacio Carbajosa*

La celebración de la Eucaristía por la Familia el próximo domingo 27 en la plaza de Lima de Madrid se produce cuando todavía está viva la polémica sobre la presencia de los crucifijos en las escuelas públicas. Es una ocasión inmejorable para plantear una cuestión que ha sido soslayada en el debate reciente y que es crucial para que un hombre y una mujer puedan amarse de un modo verdadero. Se trata de la pregunta directa: ese que cuelga en la cruz, ¿Quién es? ¿Qué tiene que ver conmigo? ¿Por qué la sociedad española lo ha tenido presidiendo su vida y sus gestos durante tantos siglos?
Hagamos un ejercicio de imaginación: un funcionario se dedica a retirar, durante una mañana, todos los crucifijos de las aulas de un colegio público. Mientras realiza esta tarea mecánica piensa en el dolor que vive en su propia familia: en el fondo quiere a su mujer pero el matrimonio está roto, ha llegado a una situación insostenible. “¡Cuántas batallas! ¡Cuántas discusiones por cosas, en el fondo, banales! ¿Qué será de mis hijos? Y yo, ¿qué busco en la vida?” El escepticismo empieza a insinuarse: “es imposible, las cosas decaen, todo el mundo se divorcia y empieza una nueva relación”.
“Para el hombre es imposible”, “sin mí no podéis hacer nada”, son afirmaciones que aquel crucificado que acaba de ir a la papelera pronunció hace casi dos mil años, precisamente ante la pregunta escandalizada de los discípulos que no podían concebir un matrimonio para toda la vida: “si tal es la condición del hombre respecto de su mujer, no trae cuenta casarse” (Mt 19,10).
La Presencia de aquel crucificado, en virtud de su Resurrección, ha atravesado la historia y ha llegado hasta nosotros en la humanidad nueva de los que Él mismo ha aferrado por el bautismo. De este modo ha asegurado la posibilidad de amar a una mujer para toda la vida, que es el deseo más verdadero que late en el origen de todo amor. Y ésta es una posibilidad que se ha hecho realidad en la historia de nuestro país, como tantos hemos podido experimentar en nuestras familias.
El verdadero debate que se le ha escatimado a la sociedad española es precisamente éste: qué dice el crucificado a nuestro corazón necesitado. Y lo que está en juego son cuestiones que sentimos muy acuciantes: ¿Qué puede frenar la violencia creciente en las relaciones, desde la más sorda, pero erosionante, hasta la que degenera en agresión física? ¿Cómo es posible amar a la otra persona sin una pretensión asfixiante? ¿Qué es lo que permite que el amor se sostenga en el tiempo? ¿Cómo educar a los hijos de modo que tengan alguna certeza?
En el origen del matrimonio está la exigencia de amar y ser amados. Y esa exigencia responde a nuestra naturaleza de creaturas. Esta naturaleza fue genialmente captada por San Agustín: “Nos hiciste Señor para ti y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en ti”. La mujer es para el hombre el signo más potente de Aquel para el que está hecho. Si esto no se entiende, lo normal será lanzarse sobre la otra persona con la pretensión de que colme… lo que no puede colmar. Y las relaciones se harán insoportables. La Iglesia continúa proclamando hoy que sólo en el horizonte de un amor más grande, el de Cristo que mendiga el corazón de cada uno de nosotros, el matrimonio puede convertirse en una aventura bella y generadora de un pueblo.

*Responsable de Comunión y Liberación en España