Pablito Calvo en "Marcelino pan y vino"

Milán. «GS es mi vida. Es un fuego»

Mil jóvenes de toda Lombardia. La asamblea con Pigi Banna y Alberto Bonfanti. Partiendo de una pregunta: «¿Nuestra experiencia es un oasis en un mundo desesperado? ¿Qué es lo que resiste?». A continuación la respuesta de los chavales
Paola Bergamini

«Chicos, comemos y nos vemos en el parquecito de aquí enfrente. Hoy somos muchos, dentro no cabemos», comunica en voz alta Tommaso. «Entonces, hashtag occupalapanca (#ocupaelbanco, ndt), que si no tenemos que sentarnos al suelo, entre las colillas. Mejor a la sombra», le dice una chica rubia a su amiga. Las sigo para ganarme un sitio en el banco y poder escribir más cómodamente. El “parquecito”, un descampado de cemento con un poco de césped a su alrededor, frente al Instituto León XIII de Milán, en pocos minutos se llena de un centenar de chavales. Son los "responsables" de Gioventú Studentesca en Lombardía. Por teléfono, se oye a un chico decir: «profe, ¿dónde estás? No es un problema, pero yo no conozco a nadie aquí... De todas formas, vamos a empezar».

«Rezamos el Ángelus», dice el padre Pigi Banna. Después de la oración, sacan de las mochilas bocadillos y latas de refrescos. «Entonces, empecemos por la pregunta de uno de vosotros que dejamos abierta la última vez: ¿qué hace que una comunidad sea viva? ¿Cómo el raggio (el encuentro semanal de los chavales de GS, ndr) puede suponer una ayuda?», plantea Alberto Bonfanti, responsable de GS. «Porque a veces no lo es, seamos sinceros». Silencio. «Venga, no perdamos el tiempo. A las tres empieza la asamblea con todos, así que a las dos y media acabamos», advierte Pigi. El primero en agarrar el micrófono es Marco: «Cuando, hace dos meses, se suicidó Giovanni, un chaval de GS, quedábamos a comer y a cenar. Durante esas semanas, esos rostros fueron fundamentales. Luego, al raggio íbamos pocos. Y yo me preguntaba: pero, ¿por qué los busco?, ¿por qué los necesito?». Tras él, Ilary cuenta que invitó al representante de los estudiantes en el Consejo Estudiantil a un encuentro con el ex brigadista Franco Bonisoli, al que escuchó en el Meeting de Rímini. «Este chico frecuenta los centros sociales de izquierda. Y solo por el hecho de haber hablado en el Meeting, para él Bonisoli era uno de CL. Me preocupaba que lo fuera a boicotear. Sin embargo, sentía dentro un fuego que me empujaba a seguir adelante. Es lo que me está pasando últimamente: un atractivo que me hace ser vivaz. No puedo decir que sea Cristo quien me mueve. No lo sé. Pero, este lugar, la comunidad, me mueven, más allá del raggio». «Hace un tiempo, decías que por un lado estaba GS pero que la vida iba por otro lado. ¿Qué ha cambiado? Tú eres la misma. Piénsalo», interviene Alberto. La cuestión no está cerrada.

Tommaso, desde las últimas filas, pide el micrófono. «Yo contestaría que vuelvo por afecto, por una correspondencia. Sin embargo, eso tampoco me basta. Me he puesto a releer el IV canto del Paraíso, cuando Dante reflexiona sobre la verdad y el intelecto humano. La comunidad presenta las mismas características. Esta compañía está viva porque se manifiesta como un fuego que calienta, sacia, vivifica y nos lleva a ese "lo quiero todo" del que hablamos durante el encuentro con los bachilleres de último año. Sin embargo, el riesgo de que el fuego se convierta en un hogar es muy alto. ¿Cómo puedo darme cuenta?». Al contar sus vidas, no ponen ningún tipo de filtro. Hay algo urgente que esperan para sus vidas, que les ha hecho despertar e ir «aunque no tuviera ganas. Y tenía que estudiar. Es que aquí hay algo».

Un fuego que lleva a Chiara a decir, casi enfadada: «Me siento preferida respecto a una amiga mía que sale con malas compañías y está triste. ¿Por qué yo sí? Se lo he contado a mis amigos de GS y ellos han empezado a estar conmigo y con ella sin perderse en demasiadas palabras». ¿Este es el fuego que cambia? Margherita no tiene mucha relación con los de su comunidad. Y lo dice sin rodeos: «No me apetece ir al raggio. Este año he conocido a los chavales de GS de Ferrara. Ellos sí que tienen un fuego dentro».
Algunos empiezan a levantarse. «Hay que acabar», dice Pigi. «Lo bonito es no escandalizarse por lo que no funciona. El método es escuchar el fuego que lleváis dentro. Pero, para eso, es necesario un afecto, para pararse y ver lo que está pasando, cómo actúa el Señor. Queremos entender qué hay en el fondo de nuestra vida. Nos vemos luego en el teatro».

Estudiantes de GS en el salón del Instituto León XIII de Milán

Mientras guardo el boli y el cuaderno de los apuntes, se acerca Francesca. «Son estupendos, ¿no crees?». Pienso que, después de más de treinta años en la enseñanza y en GS, asombrarse por lo que les pasa a estos chavales es síntoma de una experiencia viva. Reconozco el mismo fuego. Ella también, y los demás adultos que están aquí hoy.
A las tres, en el salón del León XIII, no quedan asientos libres. Casi mil chavales de toda la región de Lombardía. Casi mil chavales que han "sacrificado" el domingo para contestar a la pregunta que Alberto ha planteado al principio. «¿Nuestra experiencia es un oasis en un mundo desesperado? ¿Qué es lo que resiste?». En pocos minutos sube al escenario Sofía. «Hace poco, GS ha dejado de ser un referente y un punto de interés para mí. Ya no veo la utilidad de seguir esta propuesta. Es como si diera vueltas en busca de quién sabe qué Dios que no consigo ver. Me pregunto: ¿merece la pena pasar el tiempo con una determinada compañía solo porque allí están mis amigos o alguien importante para mí? ¿O es necesario, y subrayo la palabra necesario, que además de la compañía haya un objetivo que yo reconozca? Lo que mantiene la compañía es la búsqueda de una revelación, la revelación del significado de nuestra vida. Pero, si no siento la necesidad de esta revelación, ¿qué tengo que hacer? ¡No me conformo con un discurso, necesito hechos, criterios! No es suficiente que me digan: “Este es el camino para empezar a entender algo, para empezar a verle”. Yo quiero verle, ¡no solo quiero empezar!».
«Tú quieres entender dónde está el quid de esta compañía. ¿Qué decís?», pregunta Pigi. Largo silencio. Luego se asoma Luca, último curso de la ESO. «A lo largo de este último mes, todo se ha vuelto una carga: el instituto, los amigos, la familia... Cualquier cosa que hiciera, veía solo cosas que me molestaban. El único "lugar" donde esta pesadez desaparecía era GS, pero duraba solo un par de horas. Luego todo volvía a ser igual». Un día, más enfadado de lo normal, decide dejarlo todo. No estudia, no va a un encuentro con los del último año, pasa el tiempo en casa solo. Un asco. Por la noche, su novia, aunque él no quería, va a verle y le dice: «Decidas lo que decidas, está bien. Incluso quedarte en casa y no ir al instituto. Date cabezazos contra la pared. Eres libre». «No me dijo lo que tenía que hacer. En ese momento Jesús me estaba llamando misteriosamente, dejándome más libre que nunca». Al día siguiente, va al instituto, queda con sus amigos. Pero todo tiene otro sabor. «Esta compañía me quiere y respeta mi libertad más que yo. GS no es un hogar donde buscar refugio. Es un fuego. GS es mi vida. Me permite afrontar y vivir la realidad».

«En los momentos de rebeldía, ves quién es tu verdadero amigo», continúa Pigi. «Quién no se escandaliza y te dice: estoy aquí. Pero, ¿y si luego resulta que estos amigos no están a la altura?». El listón es cada vez más alto. «En las relaciones hay algo que no depende de mí», dice Michele. Pigi insiste: «Las personas son limitadas, pero en determinados momentos hay algo que supera los límites. Te das cuenta de que, a través de ellos, hay algo que va más allá. Vuelvo a preguntar: ¿por qué estás en esta compañía?».

Giovanni cuenta una cena benéfica organizada por unos amigos de GS. «Fue una noche estupenda. Al día siguiente, estaba en clase, la mayoría son ateos y blasfeman, y pensaba: ¿y ahora qué? Con ciertos amigos, por la intensidad que vivimos en el raggio, me parece ver a Dios. Pero luego esto parece no poder soportar el drama de la vida». «Tus compañeros blasfemos tienen tu mismo deseo de plenitud. Entonces, ¿lo que nos sostiene es algo mágico que a veces respiramos y otras veces no?», insiste Pigi. «¿Está Teresa?», pregunta en un momento dado Alberto. «Ven a contarnos lo que has enviado como aportación». La chica sube al escenario: «En el raggio he aprendido a juzgar mi vida, a buscar algo verdadero y significativo para mí. La amistad que he encontrado en GS es lo que me da seguridad. ¿Por qué la amistad de GS es tan distinta? He intentado recrear esta relación con mis compañeros, pero mis intentos se han convertido en momentos de vergüenza. ¿Esta amistad es Cristo?». En las intervenciones siguientes sale ese nombre, Cristo, que no es fácil identificar.

En la síntesis, Pigi parte de esta percepción y elimina cualquier ambigüedad posible. «“Lo que el hombre busca en el placer es infinito”, escribía Pavese. Todos buscamos algo que dure para siempre. Hay personas que, a pesar de todos los límites que tienen, no se escandalizan y aman nuestra libertad, y tenemos la sensación de que allí hay algo verdadero. Pero no es Cristo. Se reaviva la esperanza, pero no es Cristo».
Cuenta que en 1994 su padre, después de un accidente, tenía que llevar collarín. Era el año de los mundiales de fútbol y durante un partido, nada más ponerse el collarín, Italia ganó. Desde entonces, cuando jugaba la selección, su mujer le decía: «¡Ponte el collarín!». «De la misma forma, nos ponemos un collarín –el raggio, el Ángelus, el Triduo– con la esperanza de que la vida se vuelva a iluminar. Pero Dios no es ese instante mágico. En la experiencia de ser abrazado por amigos que son frágiles, llenos de límites como yo, la sorpresa es ver algo que va más allá de ese rostro. Y entonces nace la pregunta: ¿quién eres? Es algo que te deja sin aliento porque la respuesta solo la puedes dar tú. Cristo no es la amistad, la belleza, sino una persona que te asombra en ese momento y te hace decir: ¿qué haces para ser así?Esto es la fe: reconocer a Cristo presente a través de un ser humano fragilísimo. Entonces, ¿qué es lo que sostiene? No el sentimiento, la fuerza moral, las intuiciones sobre Cristo, sino esta presencia. Vamos al triduo, no pensando que ya lo sabemos todo, sino llenos de esta pregunta. Por eso se puede invitar a todo el mundo. Ahora, los avisos. Os pido silencio hasta la misa».

«Rápido, el autobús está saliendo». «Venga, profe, un segundo. Lo que dura un cigarrillo. Por cierto, no me invitará a uno...». «¡Vete ya!». Los chavales bromean, se abrazan. Alguien pide el número de Pigi «porque quiero invitarle a cenar». Pasa Francesca con algunos chavales y al despedirse me dice: «¿Por qué no vienes al Triduo? Piénsatelo». No me lo esperaba. Yo, en el fondo, no tengo nada que ver. Me viene a la cabeza el Cartel de Pascua de 1992, el del rostro de Marcelino: «La compañía te dice: “Mira, que después resplandece el sol: estás envuelto por las olas, pero luego sales y hace sol”. Sobre todo, te dice: “Mira”. Porque en toda compañía vocacional siempre hay personas, o momentos de ciertas personas, a los que mirar». Quién habría dicho que esto sucedería hoy en medio de mil chavales desconocidos.