Inauguración del nuevo colegio de Catania dedicado a don Ciccio Ventorino

Catania. El colegio de Don Ciccio

Allí estaban el arzobispo, el alcalde, Julián Carrón, y un centenar de personas entre autoridades, emprendedores, estudiantes, profesores, vecinos... Abre sus puertas un nuevo colegio dedicado al padre Francesco Ventorino
Pietro Cagni

En Catania abre sus puertas un nuevo colegio paritario, el “Instituto Francesco Ventorino”. La inauguración ha sido una ocasión para dar testimonio del origen de su propuesta educativa y del desafío que permite “crecer” sin miedo.

El arzobispo de Catania, monseñor Salvatore Gristina, articula despacio su intervención. En sus palabras resuena el apodo con el que todos llamaban cariñosamente a Francesco Ventorino. «Todos nosotros mantenemos vivo el recuerdo de don Ciccio como amigo, profesor y guía». El rito de bendición, en la entrada del colegio, es breve y esencial, y confiado por entero a las palabras sencillas y potentes de la liturgia (según el “estilo” de don Ciccio) y al silencio de los presentes, cargado de espera.

Justo antes de cortar la cinta, de los flashes de los fotógrafos y de los aplausos, Gristina invita a los estudiantes a acercarse, porque «todo esto es para ellos». Un poco incrédulos, para nada avergonzados, se hacen hueco entre la multitud y ocupan su lugar entre el director, el obispo, el alcalde y demás autoridades. Hasta las fotos “institucionales” hoy tienen algo distinto.

La tarde acaba de empezar, la llovizna ligera no ha intimidado a un pueblo que se reúne en el patio. Muchos amigos de don Ciccio han venido de toda Italia y del extranjero para la ocasión: los que le conocieron al principio de su recorrido para luego tomar su camino, los que le siguieron siempre en la experiencia de CL... Junto a ellos, muchísimos que, tal vez, de don Ciccio solo han escuchado oír hablar o que, justo ahora, se han quedado cautivados por la obra de “su” pueblo.

El corte de la cinta

Vuelve el buen tiempo. El servicio de orden seca en un instante las ochocientas sillas colocadas delante del escenario. Los estudiantes, entre selfies y hashtags, invitan a compartir fotos en las redes sociales con una sonrisa contagiosa. Han venido mamás, niños que juegan entre las piernas de los adultos, autoridades locales, emprendedores, estudiantes, profesores... Todos toman asiento, pero muchos se quedarán a escuchar de pie. El ambiente que se respira es el de una fiesta. «He visto muchas cosas, pero nunca en mi vida he visto algo parecido», cuenta Raffaele, técnico durante las obras de reforma, pensando en ese pueblo extraño y laborioso que, cada día, durante los trabajos “invadía” las obras.

Empiezan las contribuciones. El primero es el padre Giuseppe Ruta, superior de la Inspectoría Salesiana en Sicilia, que expresa la continuidad y unidad entre las distintas obras educativas católicas. Luego es el turno de las autoridades políticas. Al expresar su saludo y deseo, el asesor regional de Educación, Roberto Lagalla, el presidente de la V Comisión de Cultura, Formación y Trabajo de la Asamblea Regional Siciliana, Luca Sammartino, y el alcalde de Catania, Salvo Pogliese, no omiten la referencia a la obra del pueblo cristiano y a quien, como Francesco Ventorino, ha sido educador y maestro, subrayando la necesidad de que existan realidades similares a esta.



En los rostros reunidos en el patio se vislumbra el mismo asombro del que hablaba Raffaele. Aquí nadie espera una exhibición o un espectáculo, sin embargo, todos llevan dentro una pregunta sobre el origen de esa realidad nueva que se ha hecho evidente en la historia de este colegio.

Para mostrar los hechos que han generado dicha belleza y la historia de la que ha nacido este colegio y de la que se alimenta continuamente, se proyecta un video documental que reúne testimonios de los que conocieron de cerca a don Ciccio, y algunas intervenciones de este «sacerdote con un carisma desmedido». Con él había dos opciones, como diría Bonhoeffer, la resistencia o la rendición, como recuerda Antonio Di Grado, profesor universitario que se le resistió cuando era un joven manifestante, y muy pronto, en cambio, “se aprehendió” a aquel atractivo. Las imágenes pasan una tras otra acompañadas por la música que amaba don Ciccio. Su encuentro con don Giussani, en 1960, se ha vuelto cada vez más apasionante, hasta llegar a una «identificación de la mirada». Tal vez sea esta la explicación exhaustiva de la historia del colegio y de este día: una mirada que nunca se termina de aprender, como escribió don Giussani a don Francesco. Felice Achilli, cardiólogo amigo de toda la vida de don Ciccio, recuerda cómo le alcanzó esa mirada. «En un momento en el que mi vida se derrumbó por un enorme dolor, me miró y me dijo: “¿Eres Felice Achilli? Quiero ir a tu casa”. Tenía la capacidad de abrazar tu alma estando contigo, justo estando contigo». Y luego las palabras de Rocco Buttiglione, bachiller de los inicios, cautivado por ese cura interesado «no en lo que sabíamos, creíamos saber o habíamos estudiando, sino en nuestra experiencia personal. Estaba convencido de que Cristo era la respuesta a la pregunta no del hombre en general, sino de nuestro corazón». Monseñor Giuseppe Baturi, subsecretario de la Conferencia Episcopal Italiana, subraya «la urgencia de sus “¿por qué?”. Cada afirmación tenía que ser justificada, el chaval tenía que ser capaz de darse cuenta, de explicar las razones de cada palabra, de cada afirmación que pronunciaba. Sin embargo, ese “¿por qué?” era sobre todo un desafío, un gran provocación a ir siempre más allá».



Todos los que conocieron a don Ciccio podrían contar hechos similares. Pero llega el momento de una lección en el año 2000. La voz y los gestos son los de un hombre que cree en lo que dice. «Hoy más que nunca educar significa ser el lugar del acontecimiento. Justo por el escepticismo que nos rodea, que se ríe de todo, no puede existir educación alguna si no acontece lo que decía Pirandello, un hecho por el que en el chaval “vuelve a entrar, como por un trasvase violento, la realidad”, y sobre todo si no ocurre este acontecimiento que abarca todo lo que el hombre espera. Educar significa ser el lugar de esta presencia o, como decía Giussani, educar significa ser el lugar donde el cielo y la tierra se tocan».

Antonio Giacona, que vivió con don Ciccio los años del nacimiento de la comunidad de CL de Catania y que, tras 30 años de misión en Chile, hoy es el director del colegio, ayuda a todos a entender el corazón de la cuestión. «Muchos hemos aprendido de don Ciccio a pronunciar este “sí” personal al Señor. Parafraseando una frase de Montale podemos decir que la chispa desde la cual todo vuelve a empezar cuando parece apagarse es justo el “sí” al Señor con el que coincidió toda la vida de don Ciccio. Y que hoy, gracias a su paternidad, vuelve a acontecer en muchos».



Sube al escenario Michele Scacciante, abogado y presidente de la Fundación Sant’Orsola (dentro de poco Fundación Francesco Ventorino). Su “sí” también apoyó este colegio cuando don Ciccio, a finales de los años noventa, les desafió, a él y sus amigos, a realizar «una obra bonita y grande para la ciudad», continuando la experiencia empezada en 1978 con la guardería “Giona”. En un contexto tan difícil como el siciliano, dice Scacciante, «el colegio quiere ofrecer una aportación real a nuestros jóvenes, para decirles que la realidad es buena, no que no exista el mal, pero que se puede aprender una mirada para ver y valorar de forma distinta, y volver a empezar siempre». No es una utopía, añade. «Lo demuestra el apoyo de los emprendedores, los padres y vecinos a un proyecto que considera la educación como el primer recurso para un cambio de nuestra realidad y para las futuras generaciones».

Julián Carrón

La emergencia educativa y la posibilidad de proporcionar una respuesta adecuada son el objeto de la esperada intervención de Julián Carrón. «¿Cuál es la primera tarea de un colegio como este? Ayudar a un chaval a no tener miedo de la realidad», empieza diciendo, precisando que la única condición es «que alguien, como nos testimonió don Ciccio, nos enseñe a introducirnos en la realidad». Carrón identifica los rasgos de este desafío hoy: la emergencia educativa no se limita a la edad juvenil, y «todos sabemos lo difícil que es tener un juicio que nos permita distinguir entre las fake news, lo que aparece como verdadero, y la verdad. Algunos afrontan la cuestión a partir del origen de las fuentes, «pero es imposible, en este torbellino de datos, encontrar el algoritmo correcto». Por lo tanto, el desafío es proporcionar un método que permita a los chavales descubrir la diferencia entre lo verdadero y lo falso. «Ningún otro método es capaz de enseñarlo sino la educación, es decir, la capacidad de despertar un “yo” que permita a la persona juzgar, reconocer los rasgos inconfundibles de la verdad». La responsabilidad de los adultos, en un contexto tan inestable y líquido, donde se han derrumbado muchas de las certezas del pasado, no consiste en crear una safe-zone, una valla para no tener problemas en la realidad, sino «hacer que los chavales sean conscientes de su dignidad, de su capacidad para juzgarlo todo. De otra forma, no tendrán esa certeza que les permita vivir en cualquier lugar del mundo». Esto solo puede ocurrir con una condición: «que los chavales puedan ver a un testigo que encarne esta posibilidad de vivir. Porque la educación es la comunicación de uno mismo, de la forma de relacionarse con lo real». Esta es la “mirada que trasmitir”, llena de positividad, para entrar en lo real sin miedo de encontrarse con el otro, valorando cada aspecto del otro, «percibiendo todo como oportunidad para crecer».



Acabadas las palabras, es el momento de ver con nuestros ojos el nuevo colegio. Las canchas, las aulas… pero no solo. Cada espacio ha sido imaginado como lugar para crecer: los laboratorios, la biblioteca, los “rincones de relax”, las clases donde los niños pueden descubrir partes del mundo. Quienes guían a los visitantes en su colegio son justo los estudiantes. Sus palabras son adecuadas y estudiadas, pero los que hablan son sobre todo sus ojos.