El Valle de los Templos en Agrigento

El cardenal y los “Cavalieri con Denominación de Origen”

La “Promesa de los Caballeros” con alumnos de enseñanzas medias de Sicilia. Las historias de Joussuf, Elisabetta y Frank, y su encuentro con el arzobispo Francesco Montenegro: «ser cristianos significa vivir una aventura»
Maria Concetta Buttà

«No me llaméis Eminencia, sino padre Franco. Me encanta el helado y quizás por eso mi perímetro se parece cada vez más al del ecuador. ¡Y soy del Inter!».
Así es como el cardenal Francesco Montenegro, presidente de Cáritas Italia y arzobispo de Agrigento, recibió a 200 alumnos de enseñanzas medias procedentes de toda Sicilia y Agrigento en la jornada de la Promessa dei Cavalieri 2018 (la promesa de los caballeros, ndr) que, tomando una imagen utilizada por el Papa Francisco, llevaba por título “Un corazón abierto cambia el mundo”.

Algunos chavales leyeron lo que habían escrito para hacer su promesa. Joussuf, originario de Mali, llegó a Italia en patera. «Hace unos meses, recibimos un gran regalo: el papa Francisco nos recibió en audiencia privada para conocer nuestra experiencia. Yo soy musulmán, pero quise ir igualmente porque él tiene un gran corazón y quiere a todos. Me escuchó y su mirada estará siempre en mi corazón. Hoy he querido venir porque aunque sea musulmán sé que aquí soy querido, porque esta compañía tiene un corazón abierto y eso me hace feliz».

Le siguió Elisabetta, víctima de acoso escolar, lo que le llevó a autolesionarse, hasta que conoció a los Cavalieri. «Antes me miraba con los ojos de los demás, y tenía miedo a ser juzgada. Ahora me encuentro en esta gran familia que me ha abierto los brazos y me ha salvado de todo peligro. Poco a poco he ido entrando en estos brazos de los que ya no quiero salir». Frank, que junto a Joussuf relató ante el Papa su historia de inmigración, dijo que «llegué aquí porque me invitaron, pero quedarme ha sido una decisión mía y libre para conocer mejor a Jesús y recorrer su camino. Dios me ha salvado dos veces. Primero cuando hice el viaje desde Nigeria hasta Italia; la segunda cuando me hizo encontrar a estos amigos, que son como los hermanos y hermanas que yo pensaba que ya no tenía. Junto a ellos y en compañía de Jesús, la vida es bella. Ya no tengo miedo porque ya no estoy solo».

Los ''Cavalieri'' sicilianos con el cardenal Francesco Montenegro

Al final, después de unos instantes de silencio… «Me habéis dejado con la boca abierta», empezó diciendo el cardenal. «A diferencia de lo que me pasa cuando voy al dentista, con la boca abierta y sin miedo, porque las cosas que habéis dicho, aparte de ser muy interesantes, están llenas de vida, de significado. Y puesto que sois verdaderos Cavalieri, yo me inclino ante vosotros y os doy la bienvenida».

Los chavales quedaron fascinados por este hombre desconocido pero tan familiar en su mirada y en sus gestos, al mismo tiempo serio, profundo y tierno. «Los amigos de Jesús son campeones», prosiguió. «Estáis llamados a ser Cavalieri DO. El vino es DO, es decir, con denominación de origen que certifica que es auténtico zumo de uva. Estáis llamados a ser Cavalieri de calidad, de raza, porque sois de la raza de Dios. No os conforméis con serlo a medias. Los Cavalieri son aventureros. Y ser cristianos significa vivir una aventura. Ser cristianos no es respetar las normas, sino –como los Cavalieri– ponerse en camino, ir siempre adelante hacia nuevos horizontes, saber arriesgar, ser jóvenes». Como el papa Francisco, «que tiene el alma de un cavaliere, es decir, para él todo es una hermosa sorpresa y todo es maravilla».

Igual que para María, que «era una chica sencilla: cosía, estaba con sus amigas, iba a la fuente. Pero Dios la miró y le dijo: “¿me echas una mano?”». Lo mismo le pasó a José. «Un simple carpintero al que Dios dijo: “oye, te necesito, quiero hacerte Cavaliere, ¿vale?”. Y José dijo que sí». Y los apóstoles. «Jesús no eligió a los más honorables, a los intelectuales, sino a gente sencilla. Si nosotros somos sencillamente lo que somos, jóvenes, también podremos hacer nuestra parte». A alguno le puede surgir la pregunta ¿pero qué puedo hacer yo? A lo que el cardenal respondió con un ejemplo. «El que construyó este hermoso palacio buscó ladrillos grandes y los fue colocando uno encima de otro. Pero podía ser que no estuvieran bien cortados y entonces se movieran. Bastaba entonces insertar una piedra pequeña, de esas que nadie guarda porque hay demasiadas, para que todo adquiriera estabilidad y la obra pudiera completarse. También vosotros, pequeños como sois, podéis ayudarnos a los adultos a construir la casa».

Tras invitarles a ser el material “esencial” en la construcción de la “casa”, una imagen sobre la que volvería varias veces, volvió a desafiarles. «Todos tenemos ladrillos, las piezas que conforman cada jornada, pero los Cavalieri saben colocarlos correctamente, para que al final se vea su valor. Pero recordad que siempre faltará una última pieza, y no porque no os la hayan dado sino sencillamente porque esa última pieza la tienen los otros. Siempre hay otro a mi lado que tiene la pieza que me falta, y yo la suya». Los hombres a menudo con sus ladrillos construyen muros y pierden de vista el rostro del otro. «Hay que volver a amar, es decir, habitar en el corazón de los otros», añadió el cardenal. «El corazón es una casa. ¿Cómo es vuestro corazón? Hay que pararse y mirar cómo es mi corazón. A veces hay un cartel que dice “cuidado con el perro”, o uno que informa del horario de apertura. A veces no hay ningún cartel, pero la puerta solo tiene manivela por dentro. O la tiene por fuera y entonces los de fuera pueden entrar pero se encuentran con la luz apagada, o si está encendida te encuentras con alguien que te dice: “no vayas a ensuciarme el suelo con lo limpio que lo tengo”. O puede que mirando nuestro corazón nos demos cuenta de que es una casa grande pero la hemos construido en varias plantas y no todos los que entran pueden subir. Recordad siempre que para Jesús cada uno de nosotros es importante».

«¿Veis por qué el mundo de hoy necesita a los Cavalieri? Chicos inteligentes, dispuestos, que son capaces pero sobre todo que tienen ganas, porque nuestra alegría está en tener lo que es necesario para nosotros y también para los demás. Jesús nos dijo: debéis ser como la red. La red es una cuerda llena de agujeros. Cada agujero es la nada, el vacío, pero si yo paso por ahí la cuerda se estrecha. Con la red el pescador, y Jesús es pescador, estrecha a los peces, por eso somos amigos. Jesús no ha hecho amigos. Por eso este es un momento tan importante para vosotros. No solo porque vais a hacer una promesa diciendo “aquí estoy, ahora soy de los Cavalieri”, sino porque Él está allí arriba frotándose las manos y diciendo: “mira mis amigos de Agrigento, cuántos son. Con doce empecé mi revolución del amor y ahora, con doscientos… ¡otra revolución!”».
En su relato, el padre Franco también se refirió a su experiencia en Lampedusa, cuando el Papa, al teléfono, le comunicó que le había elegido para nombrarle cardenal. Al terminar, quiso quedarse como regalo con las cuatro cartas que los chavales habían leído. Luego se hizo un selfie antes de irse.

Nada más volver a casa, el domingo por la noche, le enviamos un mensaje. «Queridísimo padre Franco, el encuentro con usted ha desatado en los chavales una tempestad de vida, y le confieso que a nosotros, los adultos, también. Esa imagen del Cavaliere DO les ha impresionado mucho. La perspectiva de una grandeza ideal les ha conmovido. Llegaron a la Promesa con este deseo en el corazón e incluso después de haber pronunciado “aquí estoy” seguían preguntando cómo hacerlo posible. Nosotros les hemos dicho: “¿Por qué quieres ser un Cavaliere DO? ¿Porque te lo ha pedido el cardenal? Eso es importante, pero no es todo. La huella que debes seguir está en ese deseo tuyo. En ese gusto, en ese horizonte infinito que has empezado a vislumbrar en el encuentro con él, que tiene la potencia de hacerte volver aquí y volver a preguntar una y otra vez. Cómo sucederá, si quieres lo veremos juntos. ¡Para nosotros sería un honor!”».
Muchos se dieron cuenta esos días de la extraña fisonomía que tiene nuestra compañía. Una de las mujeres de la recepción del hotel donde nos alojamos nos dijo el domingo por la mañana, antes de irnos: «ayer, al volver a casa, hablé de vosotros a mis hijos. Les dije que para mí veros ha sido como hacer un viaje al extranjero, a un lugar donde se hablara otra lengua, donde tú te sientes extraña pero al mismo tiempo como en casa».

Tenía razón nuestra amiga María, que vino a la Promesa con sus alumnos a pesar de padecer una grave enfermedad. El lunes, a última hora de la mañana, escribía en el grupo de WhatsApp de los adultos: «Hoy en el cole ha sido preciosos, nos hemos buscado, porque compartíamos un secreto en el corazón, la Promesa». Eso es lo que nos convertía en “extranjeros” pero no en extraños para aquella joven madre. El secreto que llevamos en el corazón, y que es una Promesa.