Un momento del encuentro.

Educar entre muros o con horizontes abiertos

Andrea Gianino

Los atentados de París y el Congreso mundial de educación católica con el papa Francisco solo tienen en común el mes en que tuvieron lugar: noviembre del año pasado. Sin embargo, a partir de estos dos hechos, la Fundación Sacro Cuore organizó el encuentro “Al otro lado de los muros: educar humanamente con horizontes abiertos”, en el Centro de Congresos de Cariplo.

La idea surgió de Franco Berti, rector del Instituto Sacro Cuore de Milán, con otros compañeros y amigos. Reflexionando sobre el discurso del Papa a las escuelas católicas el pasado 21 de noviembre y mirando lo que estaba sucediendo entonces, vieron que frente al problema de la violencia terrorista y el clima dominante de miedo, la verdadera respuesta no eran ante todo de carácter político, económico o militar (aunque esas medidas sean urgentes), sino de carácter educativo. Resulta absolutamente necesario que sujetos nuevos, hombres nuevos, con una razón abierta de par en par y una valiente capacidad de responsabilidad empiecen a vivir y construir en nuestra sociedad con una esperanza viva y apasionada.

Los invitados fueron el director del liceo clásico estatal Cesare Beccaria de Milán, Michele Monopoli; el subdirector del Corriere della Sera, Antonio Polito; y el director del instituto Luis Gonzaga", Roberto Zappalà. Todos ellos intervinieron a partir del discurso del papa Francisco.
Del encuentro con ellos y con otros directores, profesores y padres, nació también un gran deseo de aprender, no un gesto entre otros sino un camino común. Con dos características: buscar un diálogo sobre el tema educativo con toda la ciudad y hacer que todas las realidades vivas y presentes en nuestra sociedad puedan implicarse en esta perspectiva.

Monopoli destacó la exigencia de una educación abierta, donde la libertad, el respeto y la apertura “al otro lado del muro” nos hagan capaces de acoger, con la complejidad y diferencias que portan las nuevas realidades étnicas y culturales. Así como se presentan ante nuestra historia, abrazándolas e “incluyéndolas”, sin selecciones ni defensas. Citando a don Giussani y Hannah Arendt, insistió en que hay que estar abiertos a una perspectiva universal de humanidad, que supere todo límite y muro. Reconquistando nuestra humanidad, la podremos reconocer en el otro: un reconocimiento que se apoya en la experiencia concreta del yo que vive, de cada persona. «Deseamos que nuestros jóvenes puedan construir un modelo de vida, donde la esperanza y la conciencia de pertenecer a un único camino humano nos permitan recuperar el sentido de la existencia y de una presencia viva y eficaz en el mundo».

Polito remarcó lo esencial que es para los adultos y educadores el hecho de exponerse, con todo el riesgo y la riqueza de la propia autoridad, ante los jóvenes. El don de una humanidad y de una tradición viva, que hemos hecho nuestra, es lo que debemos comunicar. Sin miedos, poniéndose en juego, una auténtica relación de libertad con ellos; sin retirarse, sino implicándose con ellos y apoyándoles en su respuesta personal y comprometida.

Zappalà, volviendo a lo que el Papa había dicho en el Congreso mundial de las escuelas católicas de noviembre, reafirmó la urgencia de un trabajo educativo abierto, que se plantee en una perspectiva de «salida». Ninguna defensa, ninguna cerrazón, sino una verdadera apertura a la totalidad, según todas las dimensiones de la realidad y según toda la riqueza de la propia humanidad. Tal «introducción a la realidad» implica una mirada hacia lo que la realidad es en sí misma, sin reducción alguna, en busca de su sentido último. Se trata de hacer entrar en la realidad, para «leer dentro», su misterio profundo, con una apertura última a lo divino y trascendente. El verdadero maestro es aquel que despierta en el chico el deseo y la pregunta, animándolo a verificar por sí mismo las respuestas, según la propuesta de lectura que se le ofrece. Contra una educación solo formal, hay que rechazar una formación puramente intelectual y selectiva. Igual que una posición humana que haga mirar la realidad «desde el balcón», desde fuera, con una mirada analítica e ideológica, con una última distancia dentro. «Sí a una educación que tiende a generar personas nuevas, libres, abiertas, capaces de estar en la realidad con una perspectiva de significado ideal y con la certeza de una esperanza eficaz y sustancial».

Berti cerró el acto afirmando que «solo un encuentro despierta el yo de la persona, el núcleo de sus evidencias y exigencias originales. Insaciable, irreducible, presente en todos los hombres. Solo hombres auténticos, verdaderos maestros y testigos, decididos a compartir hasta el fondo las exigencias reales de humanidad de los jóvenes, pueden generar en ellos una apertura de par en par».

El que educa transmite el significado ideal para vivir. No una tradición cristalizada y rígidamente consolidada. Lo que él comunica como hipótesis y significado total de la realidad se entrega a la libertad personal de quien le es confiado. No puede limitarse a transmitir una verdad abstracta o un saber selectivo. La escuela de verdad siempre es una relación entre dos libertades. Por una parte la libertad de quien propone una experiencia y una perspectiva ideal para quien vive, y por otra la libertad de los jóvenes, llamados a descubrir qué es lo que cumple su vida y qué les hace ser ellos mismos. Sin formalismos ni rigideces. La verdad solo se puede vivir en el corazón de la libertad. Ese es el riesgo que corre el que educa.

Este encuentro público puso de manifiesto un hecho: de la fuerza “inerme” del testimonio y de la educación nace la verdadera esperanza para nuestra sociedad. El resto deriva como consecuencia. Especialmente notable fue la participación de jóvenes, padres, profesores y expertos del mundo del trabajo y de la comunicación.