Buscar y amar gratuitamente. Para poder educar

Carla Vilallonga

“Los universitarios vienen a ayudarnos por las tardes. Cuando no saben ayudarme, piden ayuda a otros. No me insultan, sino que me reclaman. Se dan cuenta de mis mejoras como yo misma no me doy cuenta. Para ellos yo soy yo. Nunca me había pasado algo así. Ellos están contentos haciendo lo que hay que hacer, que en este caso es ayudarme a estudiar”. Así se despedía una adolescente de Portofranco, por donde han pasado ya unos 2.000 universitarios para prestar apoyo escolar a quienes lo necesitan (este año, 300 alumnos). ¿Por qué lo hacen? Para aprender la gratuidad.
Así nos lo hacía saber Alberto Bonfanti, presidente de Portofranco y profesor, en su testimonio de ayer sobre el lema "Desde las periferias: Educación, introducción en la realidad”.
“Me doy cuenta de que lo que más necesitan los chicos no es tanto que les propongamos actividades de ocio para que se entretengan como compartir con ellos lo que están viviendo. Entonces, esto significa acompañarlos en su vida del colegio, que es donde pasan la mayor parte de su tiempo”. El problema, continuaba, es que no nos creemos que su corazón desee lo mismo que el nuestro. Hizo referencia a Plutarco: “No son vasos que llenar, sino fuegos que encender”, aludiendo al hecho de que a menudo los educadores parten de un proyecto sobre el estudiante en lugar que del estudiante mismo.
Mohamed, por ejemplo, los primeros días llevaba un arma en la mochila para defenderse y dejó de hacerlo porque “ya no puedo ser como era”. Un niño autista al principio acudía junto a su madre, pero al cabo empezó a hacerlo solo. “Habéis conseguido lo que no han hecho todas las terapias del mundo”, les agradecía su madre. El presidente del centro se preguntó por qué los universitarios tenían tanto éxito con los estudiantes. Un amigo le hizo ver: “Porque buscan algo. Sólo uno que busca puede enseñar de verdad. Los chicos lo entienden. Ellos lo contagian a los estudiantes.
Portofranco se ha convertido en un lugar de encuentro. He aquí la conclusión de Bonfanti: “El cristianismo nos abre a todos; por ello podemos encontrar a cualquiera, sea de la raza, cultura o religión que sea”.
Toma la palabra José Medina. Marta (nombre ficticio) estaba deprimida porque no conseguía hacer los deberes ni ir a trabajar. El padre estaba en la cárcel, la madre ingresada en el hospital. Ella se queda sola y embarazada. Luego pierde a su niño. Después parece que todo va bien: su padre sale de prisión, su madre se va recuperando. Pero los problemas de la vida bloquean a Marta: le ahogan. A José Medina, entonces director del colegio de Marta en Boston, Estados Unidos, se le ocurre proponer a la chiquilla ir a vivir con una familia de acogida. Al cabo de dos semanas, Marta experimenta un cambio llamativo: sonríe, está contenta, va al colegio. “Cuando alguien nos quiere, se abre ante nosotros la posibilidad de mirar con esperanza. Le bastó un cobijo para cambiar ¡en dos días! De pronto, los problemas no eran tan aplastantes”, continúa Medina. Marta empezó a ir a la universidad. Para ello se tuvo que ir lejos de casa y de su nueva familia. Desde entonces no contesta a sus llamadas. Se volvió a quedar embarazada. “Me sentí traicionado por ella, ¡con lo que yo me había comprometido! Profundamente triste. Y también traicionado por Dios. ¿Había dejado el destino solo al hombre?”, se llegó a preguntar el sacerdote. Un amigo suyo le preguntó:
- Pero ¿tú todavía quieres a esta chica?
- Claro, pero me ha traicionado.
“Con horror, después de responder esto, me di cuenta de que lo que yo amaba no era a ella, sino al hecho de que hubiera dicho que sí a mi propuesta”. Medina quiso transmitir con esta historia, entre otras, al público que ayer lo escuchaba en un gran salón del Meeting, su comprensión de que la gratuidad consiste en “la experiencia de la virginidad: amar el misterio que es el otro, no nuestro plan sobre él, su cambio. Esto sólo es posible si en el presente reconocemos la ternura, la piedad y el cariño que Dios tiene por mí. El valor del otro por lo que es”. En un país donde todos creen que uno sólo puede ser feliz si tiene oportunidades (éxito universitario o profesional), Medina está convencido de que lo que hace falta es alguien que mire con ternura; un adulto que testimonie que la vida es bella.
Emilia Guarnieri, presidenta del Meeting, que había abierto el encuentro con la frase de don Giussani de que “el problema de la vida es un amor”, lo cerró convencida de que, si los educadores se hacen en cada instante la pregunta “¿Tú sigues queriéndola?”, entonces la vida podrá cambiar también para ellos.