Acogida, paternidad, educación

Piergiorgio Bighin

«Para educar no basta con ser un buen profesional. Lo que educa es una actitud. Educar supone salir de uno mismo, usar métodos no convencionales, y necesita personas y caminos nuevos para llegar al corazón del otro». Estas palabras de Juan Luis Barge, misionero de la Fraternidad de San Carlos Borromeo, inauguraron el congreso “Educar, ¿un milagro?”. Un título que supone ya una provocación: en tiempos de hacer balances sobre competencias, conocimientos, técnicas y estrategias, alguien afirma que la educación implica por naturaleza un riesgo, supone un desafío para el educador.
Lo que más me impresionó de este congreso celebrado en Madrid fue lo no verbal, lo cual, dicho por un italiano de un congreso celebrado en español, podría parecer una justificación. Pero a lo que me refiero es a los signos, porque la educación está hecha de signos.
El primero fue la acogida en la Casa de la Almudena: tres familias que se unen para abrazar a niños y familias en situación de dificultad, un abrazo que implica “toda la vida”, como puede leerse en la exposición que te encuentras en la entrada. Con una deuda de reconocimiento a los que comenzaron experiencias similares: Cometa en Como, Fontana Vivace en Génova, San José y Santa Rita en Castelbolognese. Una cadena de caridad que reconoce vínculos que estaban antes, que mira a los maestros y que hace memoria de sus palabras. La casa está de celebración. Se acaba de cumplir un año desde la inauguración, en la que participó el cardenal de Madrid, monseñor Rouco.
Esta casa habla de una vida que llega a todo el barrio y marca las relaciones con los vecinos. Durante la fiesta, una chica habló de la belleza y de la dificultad de vivir en una familia abierta, de tener que compartir a su madre con otros niños, de cómo eso le ha llevado a descubrir una relación más profunda. Aquí llega la primera sorpresa: encuentro amigos con los que compartir la vida, porque el mundo se ha hecho verdaderamente pequeño y la caridad lo abraza por entero.

«Hoy existe la posibilidad del olvido: una generación biológica ya no se corresponde con una generación espiritual, con una historia de paternidad y maternidad espiritual, con un sentido, con un significado, con una dirección. Pero hay una memoria que vence, ¡la del Señor hacia nosotros! Renacer es más hermoso que nacer… No podemos decir “yo” sin el “Tú” que nos precede».

El milagro de la educación se repite al día siguiente. En el congreso nos mezclamos italianos y españoles, pero Juan Luis habla tanto italiano como español con una facilidad para mezclar ambos idiomas que nos permite entendernos unos a otros. «Educar nunca es fácil, pero sí es sencillo. Si es un testimonio, es sencillo. Dios sigue fiándose de nosotros al permitirnos traer hijos al mundo y educarlos, porque en el fondo lo que nos pide para ser buenos padres y educadores es sólo esta lealtad suprema frente a nosotros mismos y frente a la realidad…». Asistimos entonces a una cadena de testimonios: Puri Sacristán, Martínez Perreno, María Rosa Aulino, Antonio Rodríguez, María Poudereux, Manuel Valvidia. Gente enamorada, como confiesa conmovedoramente uno de ellos, y empiezo a pensar que estar enamorado es el único modo de educar.

La última intervención corre a cargo del profesor Josè Luis Almarza, que nos hace saltar literalmente de la silla, hasta el punto de que ni siquiera nos damos cuenta de que son ya más de las tres… y aún no hemos comido. ¿Acaso no sucedía también eso con Jesús?

«La escuela es el lugar donde la vida crece, y los maestros son los que te acompañan, los que hacen el mismo camino que haces tú. La educación es un milagro que grita: “Ven, si no vienes no nos creerás…”. El milagro es algo que incluso el ateo quiere que exista… cualquier milagro es algo no convencional, una presencia que rompe los esquemas. Todo comienza allí donde hay una presencia, y el educador es una presencia, tiene una propuesta, una promesa, porque vive en una compañía».

El último día lo pasamos en Fuenlabrada, en una parroquia de los misioneros de la Fraternidad de San Carlos: un oasis en el desierto que atrae a los hombres de buena voluntad. Visitamos los pisos donde se acoge a personas que viven situaciones desesperadas: están limpios, bonitos, acogedores. Después de la misa (el Evangelio es el del hijo pródigo), comemos en un salón donde una mujer árabe, diligente y silenciosa, nos sirve unos platos suculentos. En un momento dado se detiene y nos habla de sí misma: acogida, recogida, querida aquí como si estuviera en su casa, a pesar de las diferencias religiosas.
Me viene a la mente la película De dioses y hombres, precisamente la última cena antes del sacrificio, cuando los rostros sonrientes alrededor del prior del monasterio trapense de Tibhirine (Argelia) expresan ya una esperanza inefable. Es la misma esperanza que nos envuelve y que predomina en nosotros, ahí está el milagro de la educación de nosotros mismos, y por tanto de los que encontraremos en nuestro camino. Lo que hace falta son hombres dispuestos a aceptar este «desafío tremendo para sí mismos».
Publicado en CulturaCattolica.it