La Ilíada en diez minutos, desafío a Hollywood

Francesca Sartori

Todo empezó con la pregunta de Tomás, un alumno de primero: «Profe, ¿por qué no vemos la película Troya?». No me pareció que lo propusiera para perder el tiempo, pero de esa película yo sólo recordaba los músculos de Brad Pitt. Hizo la misma pregunta todos los días, y cada vez contaba con el apoyo de más alumnos, hasta que una mañana me trajeron el DVD y ya no me pude echar atrás. En muchos aspectos, la película no es fiel al texto homérico que habíamos estudiado en clase, así que se suscitó cierto debate entre nosotros y finalmente surgió la propuesta: «¿Por qué no hacemos nosotros una película? Puesto que Troya no es muy fidedigna, hagamos nosotros una mejor». Un minuto de silencio, y luego un montón de manos alzadas: «Mi abuelo es experto en video». «Mi abuela podría hacer el vestuario». «Un amigo mío sabe de fotografía». «Yo puedo ofrecer una localización».

El entusiasmo era increíble a pesar de que, como supe después, la mayoría pensaba que era una bonita idea pero nada más. Al día siguiente se pusieron de acuerdo sobre la estructura y enseguida estuvo listo el elenco de escenas que había que realizar. Fue entonces cuando les hablé del concurso de cortos del Meeting di Rimini: «Chicos, tenemos que participar». Eran los últimos días de abril y el plazo para enviar el corto se cerraba el 10 de mayo, pero yo estaba decidida. Así que empezó la aventura. Nos pusimos manos a la obra con la intención de reproducir del modo más fiel posible las palabras de Homero. Muchas veces me ha sucedido que he empezado algo que luego he terminado dejando pasar, sobre todo me ha sucedido que he perdido el entusiasmo por algo comenzado que me costaba mucho trabajo terminar después, pero esta vez era distinto.
Desde el principio me dije que no bastaba con hacer un corto bonito, se trataba de una ocasión para hacer eso de lo que siempre oigo hablar: la verificación de la fe. Quería ver a Dios y amar más a mis alumnos. «Yo te sigo», me dijo Cristina. Y ahí empezó una confrontación continua con ella y con otras compañeras, que me animaban a mirar lo que sucedía, sin razonamientos abstractos. Y de hecho han sucedido muchas cosas. He visto rostros iluminados, manos levantadas, chicos dispuestos a reunirse por la tarde e incluso los domingos para ensayar una y otra vez. Ha acontecido una unidad impensable entre nosotros, como decía Lorenzo: «He visto una clase unida por fin, donde nos ayudamos mutuamente, bromeamos, comemos y nos divertimos todos juntos».

He visto a mis alumnos, habitualmente aburridos y poco estudiosos, memorizar con sorprendente facilidad decenas de versos, recitar con una intensidad inesperada, alumnos que siempre están callados de pronto se lanzan a proponer soluciones muy bonitas y originales. Como Julia, que el primer día de grabación nos “salvó”, al traer desde su casa el atrezzo necesario para la escena del banquete, un centro de mesa con limones, flores, hojas y tazas, prácticamente todo el set.
Les he visto apasionarse por la Ilíada. «La Ilíada es ahora más nuestra y más verdadera que lo que dicen los libros de historia», dijo una mañana Gabriel, que empezaba a captar el espesor de Menelao, el personaje que interpretaba: «La imagen de Menelao que da Troya es la de un hombre arrogante, estafador, insensible. Sin embargo, he descubierto que él también tiene sus ideales y deseos, y que puede estar “herido”, como cuando no consigue ganar en duelo a Paris, a pesar de todos sus derechos, y se siente enfadado, ofendido, pero también solo y desesperado porque siente que los dioses lo han abandonado».

Ha habido descubrimientos sorprendentes, como el de Arianna, que escribió en una redacción: «Al ensimismarme con el personaje, he entendido el estado de ánimo de la pobre Andrómaca, que amaba profundamente a Héctor: no hay amor más sincero que el de un hombre y una mujer que no usan la palabra amor como sinónimo de pasión», o el de Elena: «He aprendido que el corazón del hombre del siglo VIII a.C. no es muy diferente del mío, una joven del 2013. Ambos deseamos las mismas cosas: no vivir y morir, y basta, sino ser recordados, y tener a Dios a nuestro lado».
He visto cómo algunos alumnos han tomado conciencia de sus dificultades académicas y se han puesto a estudiar y a ayudarse unos a otros. Yo también me he dado cuenta de que he aprendido cosas, como por ejemplo que no podemos hacerlo todo solos, necesitábamos un director. Y conocimos a Silvia, que a sus 24 años está empezando a dirigir, y a su amigo Angelo, que comparte este sueño con ella. Me los he encontrado a mi lado, como compañeros de camino, y me he sorprendido mucho de cómo dos desconocidos, y sobre todo dos chavales, han tomado tan en serio mi trabajo, convirtiéndolo también ellos en el lugar al que dedicaban su tiempo y sus energías.

Ha sucedido que muchas personas me han dicho sí, y también mis alumnos se han sorprendido por esto: «Parece que nuestro trabajo les interesa a todos». Una compañera de educación física, que no da clase a este grupo pero que es experta en teatro, se puso a nuestra disposición durante un mes. También se implicó Fausto, el responsable del lugar donde grabamos los duelos, que es experto en reconstrucciones históricas de combates. También me dijeron sí los organizadores del Happening juvenil de Módena cuando les pedí un espacio en su programa para nuestro cortometraje. Nos invitaron a cenar juntos para conocer a los protagonistas de la historia; me ayudaron a preparar una presentación del corto con fotos de los chicos y citas de lo que han dicho y escrito, como esta de Caterina: «En la Ilíada los dioses se hacían notar, mandaban signos para que los hombres pudieran sentirles cerca. ¿Nos sucede esto a nosotros ahora? En clase me han dicho que si no vemos los signos que nos dicen que Dios existe, quizá es que debemos buscarlos. ¿Pero por qué tenemos que buscarlos mientras que los griegos los encontraban sin problema? Basándome en las fuentes históricas, puedo decir que Dios existe. Está la Síndone, e incluso la historia se divide entre antes y después de Cristo, Por tanto, históricamente hablando, hay signos. Pero yo quiero y deseo alguno que se haga sentir ahora». Esta era mi exigencia también cuando todo empezó. Y debo decir que la respuesta ha sido sobreabundante.

Casi todos los chicos fueron al Happening de Módena y presentaron el cortometraje con unas «caras preciosas», como me contaron varios testigos. Fueron muchos a verlo, incluso el director de cine Rafal Wieczynski, que había sido invitado para hablar de su película, Popieluszko, que valoró cómo mis alumnos había aprendido con este trabajo lo que hace falta hacer para tener una opinión sobre cualquier tema: «Habéis desafiado a una película de Hollywood como Troya y habéis hecho un trabajo para forjaros vuestra propia opinión al respecto. Debéis saber que este es el modo en que uno se hace hombre. Hombres que tienen libertad y dignidad».