Costantino Esposito.

«La posibilidad de reflexionar sobre una pregunta que ya nadie se plantea»

Clase de Religión
Federica Ghizzardi

«Creo que la enseñanza de la religión en las escuelas, tal como se concibe hoy, no tiene mucho sentido. En nuestras clases, el número de alumnos extranjeros, a menudo de religión no católica, roza el treinta por ciento». Con estas palabras, el ministro de Educación italiano, Francesco Profumo, manifestó la necesidad de adecuar los programas escolares a una escuela cada vez más multicultural. «Sería mejor adaptar la hora de religión – apunta Profumo – y transformarla en un curso de historia de las religiones o ética». Hablamos sobre esta propuesta con el filósofo Costantino Esposito.

El ministro ha afirmado que la enseñanza de la religión debe replantearse «porque la escuela ahora es multiétnica», ¿cómo valora usted esta afirmación?
El ministro Profumo da la impresión de no saber exactamente de qué está hablando cuando cita, entre otras cosas, cifras incorrectas: el porcentaje de alumnos extranjeros en las escuelas italianas no es del 30% sino bastante inferior, casi el 10%. Además, no tiene en cuenta un detalle legal establecido en el Concordato, que es un acuerdo institucional a todos los niveles. Con esta intervención suya, un tanto aproximativa, hace que nos preguntemos cuál es la verdadera emergencia, el problema de fondo de la escuela multiétnica. Y me parece que ese problema, mucho más que la identificación de estrategias pedagógicas o institucionales para integrar a los que proceden de otras culturas, radica en que ya no sabemos cuál es nuestra identidad cultural e histórica. Ya no sabemos a quién o a qué pertenecemos, de hecho parece que hay que liberarse de esta pregunta para poder “abrirse”. Esta es la cuestión, ¿cómo podemos abrirnos a los demás si no “somos” nosotros mismos?

¿Y con el cambio en la clase de religión podremos recuperar esta identidad?
Hay un dato evidente, y es que para los italianos la pertenencia cultural y religiosa ya no es un dato obvio. Ha perdido su evidencia y su fascinación, quizá queda como la inspiración de un deber moral, como proyecto de una ética social reducida a reglas de coherencia pública y principios de comportamiento. Por eso lo que está en juego, en el seno de la escuela multiétnica, no es ante todo la armonización de las diversas culturas (que más bien sería una consecuencia), sino el redescubrimiento de nuestra identidad, no sólo en sentido cultural y religioso, sino más radicalmente en sentido “personal”. La identidad o se pone en juego con la “pregunta” sobre quiénes somos y qué queremos verdaderamente de la vida, o se queda reducida a un residuo reaccionario del pasado. De hecho, para muchos chicos no se trata ni siquiera de un redescubrimiento, sino de la primera ocasión que tienen para plantearse ciertas preguntas sobre el sentido de las cosas y de sí mismos. Desde este punto de vista, la hora de religión es un instrumento muy interesante, no tanto como defensa de la Italia católica o como conservación de un “bien cultural” de la tradición, sino como una ocasión para todos, también para los no cristianos, de preguntarse sobre sí mismos.

¿Qué significado tiene, en su opinión, la clase de religión en nuestros días?
Gracias a ella se vuelven a abrir tres partidas fundamentales típicas del cristianismo, y diría particularmente del catolicismo. En primer lugar, es una religión de la razón y del logos, no de la obediencia ciega a un destino impersonal o de la emoción de un sentimiento puramente interior. Segundo, es la experiencia que exalta la idea de la conciencia individual y, por tanto, de la libertad y dignidad del hombre como “persona”. Tercero, en el cristianismo es posible ejercitar la crítica a la idolatría, que pone en cuestión todas las ideologías totalitarias y su proyecto reductivo (frecuentemente también destructivo) de la vida de los hombres. Se podría añadir un cuarto punto: en la experiencia cristiana, que en esto es la gran heredera del judaísmo, nació la concepción de la “historia” como la aventura de los hombres que de época en época van adelante reconociendo y persiguiendo un significado, un “sentido”. Sólo gracias a este significado ideal, el tiempo puede convertirse en el espacio de la construcción personal y de la posibilidad de compartir las necesidades de la sociedad. La alternativa es volver al ciego hecho pre-cristiano (o post-cristiano), donde el único “sentido”, la única “dirección” de la vida de los hombres es la muerte, o la continua lucha por la supervivencia, como los lobos. Por todo esto, mantengo que vale la pena dedicar una hora a la enseñanza de la religión católica.

¿Y cómo valora la idea expresada por el ministro de que un programa escolar «deba adaptarse» a los tiempos?
Creo que hoy “adaptarse a los tiempos” significa comprender los verdaderos motivos por los que estamos en el mundo, tratando de entender y conocer nuestra historia y nuestra tradición, que se han convertido en objetos desconocidos. Sólo después de haber comprendido esto de verdad, sólo gracias a esto, será posible abrirse verdaderamente y acoger efectivamente a los demás. No por deber social sino por necesidad. “Nosotros” tenemos necesidad de “ellos” para ser nosotros mismos. La incomprensión de uno mismo o el rechazo a la propia historia lleva a un relativismo antropológico-religioso absoluto, que da lugar a una ideología nihilista donde no existe un significado común por el que valga la pena vivir y estar juntos. Así, contentarse con un correcto y genérico “damos espacio a todos” sería como admitir en el fondo la insensatez de cualquiera. Uno de los puntos más interesantes del cristianismo es el de animar a todos a preguntarse por las razones últimas de la propia experiencia. Esto explica el motivo por el que las escuelas católicas, en todo el mundo, están entre las más solicitadas, porque ofrecen una educación y una experiencia religiosa e histórica que llevan a la racionalidad, al conocimiento individual y a la crítica.

El ministro afirma: «Sería mejor adaptar la hora de religión y transformarla en un curso de historia de las religiones o ética». ¿Puede explicarnos los presupuestos que van implícitos en esta afirmación?
Esta afirmación me recuerda la entrevista al ministro de educación francés, Francois Fillon, en el periódico Le Journal du Dimanche, donde se decía que habría que institucionalizar en todas las escuelas francesas una hora de moral laica para inculcar en los jóvenes los principios de la igualdad y de la libertad. Desde mi punto de vista, se trata de conceptos un poco abstractos, anteriores a la Ilustración y recuperados por Rousseau, que sostenía que el Estado es el que debe determinar la moral e incluso la “naturaleza” de sus propios ciudadanos. No creo que todo eso sea una respuesta real a la necesidad que tienen las nuevas generaciones italianas y extranjeras. Lo que necesitamos de verdad no son principios universales, sino ver en acto una experiencia en la que cada uno, católico, hindú o musulmán, pueda reconocer sus expectativas, exigencias y preguntas últimas sobre la realidad, lo que realmente tienen en común todos los hombres. En resumen, un “universal concreto”, que se da en la experiencia histórica de cada uno. La grandeza de la religión cristiana está en el desafío que Cristo nos lanza a todos cuando nos pregunta: pero tú, ¿qué buscas? ¿Qué es lo que amas? ¿Por qué darías la vida? La hora de religión no es un problema de proselitismo (¡eso sería degradante para el propio cristianismo!), sino la posibilidad de reflexionar sobre una pregunta que ya nadie plantea a nadie.

El ministro, desde hace meses, ondea la bandera de la modernización de la escuela y de la docencia al son de nuevas tecnologías, tablet y ordenadores. ¿Qué consideraciones le sugiere este planteamiento?
Todos ellos son instrumentos fantásticos porque permiten activar nuevos proyectos de aprendizaje. Sin embargo, la escuela no sólo debe enseñar a usar la tablet para acceder al mundo sino que debe hacer emerger un sujeto que la sepa usar de un modo consciente. La capacidad crítica del estudiante es la verdadera modernidad, no el instrumento que usa. Y si nuestra “consistencia” crítica tiene como prototipo esta competencia, entonces se trata de una consistencia con fecha de caducidad, pues dentro de un año se verá superada por otro “modelo”. El que el mercado decida.