¿Por qué les miran sin pestañear?

Una visita al centro histórico de la ciudad. Pero lo que atrae a los chicos son las “piedras vivas” que le dan el alma.
Andrés Bello

A los alumnos de 2º les toca hacer una visita al centro histórico de la ciudad. Uno de los profesores encargados se ha puesto enfermo y me piden de la dirección que le sustituya. Todo está programado pero no está cubierto todo el tiempo. Yo sugiero para terminar la visita entrar en un monasterio de clausura que nos coge de camino.

La guía nos va llevando por casas y palacios en los que entramos con su correspondiente explicación. Al cuarto de hora los alumnos ya se aburren, y la guía se pone cada vez más nerviosa porque no consigue centrar su atención a pesar de la ayuda de los profesores. Nada más terminar nos dirigimos al monasterio. Pienso que tal como están los chicos, cansados de tanta explicación, lo prudente es hacer una visita rápida, saludar a las monjas y dejarles tiempo libre. Con esta intención entramos en el locutorio. Los chicos ven las rejas y se acercan expectantes. «Es la curiosidad inicial – me digo a mí mismo –, algo nuevo para ellos, ver unas monjas de clausura por primera vez; pero en un cuarto de hora salimos porque se van a aburrir». Están callados, pero cuando entran las hermanas en el locutorio el silencio ya es absoluto. Son unos cuarenta alumnos y no hay sillas para tantos así que las monjas les invitan a sentarse en el suelo. Se apiñan como pueden y los de la primera fila se agarran a las rejas de hierro. Es todo un cuadro.

Tenían delante cinco monjas de todas las edades que empiezan a hablar de su vida, de su vocación. Los chicos les miran sin pestañear. Hasta los más conflictivos escuchan atentamente. Pasa el cuarto de hora que yo había fijado de antemano y los chicos siguen ensimismados y empiezan a hacer preguntas, un diálogo entre un lado y otro de la reja. Al cabo de una hora, tengo que avisar a las monjas y a los chicos de que tenemos que marcharnos pero allí nadie se mueve, así que me veo obligado a terminar. Parafraseando a Eliot, que mis alumnos ya conocen, digo: «¿Dónde está la vida que buscamos y perdemos continuamente y que estas mujeres tienen dentro de estos muros? La vida se nos da para perseguir lo que ellas tienen, aquello por lo que realmente merece la pena vivir». Salimos y todavía tengo que despegar a los últimos que quedan imantados en la reja del locutorio. Los chicos están contentos. Una chica que no está en mi asignatura me dice: «Ha sido lo más bonito de toda la mañana». «¿Por qué será? Porque tu corazón sabe lo que le corresponde, sabe lo que espera. Tu corazón reconoce fácilmente a Aquel que ha salido hoy a tu encuentro».