Y después de la caída de Gadafi, ¿qué?

¿Qué sucederá cuando tengamos una educación gratuita, de calidad y sin lucro?
Daniela Pérez*

A raíz de lo vivido, durante el mes de agosto, en la JMJ y el Meeting de Rimini, ha surgido un juicio inevitable con respecto a la realidad educativa en Chile, a todo lo que se ha descrito como crisis educacional y el movimiento estudiantil que lo representa

Durante los días de la JMJ, el Papa Benedicto XI se reunió con un grupo de profesores universitarios, a los que invitaba y provocaba a no olvidar la búsqueda de la verdad: «A veces se piensa que la misión de un profesor universitario sea hoy exclusivamente la de formar profesionales competentes y eficaces… Sin embargo, vosotros ahora como docentes sentís sin duda el anhelo de algo más elevado que corresponda a todas las dimensiones que constituyen al hombre… la Universidad ha sido, y está llamada a ser siempre, la casa donde se busca la verdad propia de la persona humana… Sois vosotros quienes tenéis el honor y la responsabilidad de transmitir ese ideal universitario… Y el modo de hacerlo no solo es enseñarlo, sino vivirlo, encarnarlo, como también el Logos se encarnó para poner su morada entre nosotros…».
Cuando leí este discurso no pude dejar de pensar en mi realidad educativa, en mi labor como profesora y sobre todo en lo que estaba sucediendo en Chile con las demandas estudiantiles. Luego, durante los días del Meeting de Rimini fuimos a la presentación de un documental llamado “Los jóvenes y la revolución en Libia”, que testimonia y homenajea a los jóvenes libios en rebeldía contra el régimen de Gadafi, sus ideales, la lucha y toda la rebelión que causó el derrocamiento del dictador. Viendo el documental inmediatamente volví a pensar en lo que le sucedía a Chile, en este ímpetu que mueve a los estudiantes chilenos por generar un cambio, por mejorar la educación, al igual que en Libia la revolución. Pero algo faltaba… era grande, valiente y muy noble lo que movía a estos jóvenes, pero ¿qué sucedería cuando se fuera Gadafi? ¿Estaría todo resuelto con su salida? ¿Serían capaces de reconstruir y no pelear por el poder? Al poco tiempo, las noticias informaban de que los insurgentes se dividían frente al ideal que los movió en un inicio. Y en Chile, ¿qué sucederá cuando pongamos fin al lucro, cuando la educación sea gratuita y de calidad? ¿Es ese el verdadero cambio que necesita la educación chilena? ¿Qué es lo que hace falta?
Finalmente, a través de mis amigos en Chile, me enteré de que se había declarado un día de paro y marcha nacional por la educación, a lo cual también mis compañeros de trabajo decidieron adherirse. Frente a esto, y precisamente por un amor hacia mis amigos, decido escribir a algunas amigas del trabajo con quienes compartimos abiertamente una certeza sobre nuestra pertenencia a Dios. «Tengo una gran preocupación por este reclamo, que lo siento justo, yo deseo lo mismo, pero... mi miedo y preocupación es que veo que ¡¡no se va al fondo de nada!! Para adherirse al movimiento estudiantil o educativo, no hace falta ir a la marcha (aunque no tiene nada de malo)... Desde que comenzó todo hace tres meses he tenido esta inquietud: ¿cómo me adhiero yo a este movimiento? Su reclamo yo lo puedo hacer mío, es también contra mí como educadora, por lo tanto comienzo hacer un cambio desde mi realidad, precisamente dando clases, trabajando, educando con la conciencia de la gratuidad, con la conciencia y la humanidad que ellos reclaman. Jamás me he sentido fuera de esta revolución, para mí la forma de protestar y hacer algo concreto es precisamente educando a mis alumnos con mayor pasión, intentando hacer mejor mi trabajo, de calidad, con dignidad». ¿Y los estudiantes? Yo también quiero alumnos de calidad, que se dejen educar, que hagan preguntas y se preparen para una clase, que no estén pensando solamente cuándo terminará, que no copien y peguen todo de Wikipedia, o bajen los resúmenes del rincón del vago. Alumnos que asistan a clases y sean protagonistas de ella, que confíen en sus maestros y no se escandalicen cuando ellos se equivoquen. Ciertamente el cambio también es de ellos, el cambio fue mío mientras era estudiante y es mío ahora que soy profesora, escribía a mis amigas: «El problema no es si voy o no a la marcha, porque eso no te asegura que haces algo concreto, e incluso no tiene nada de malo ir a marchar, no es un asunto moral (quizás yo hubiera ido), el problema es que no cambia nuestra conciencia, nuestro corazón, pedimos que cambien los sueldos, la constitución, las leyes, el lucro... ¿Es eso todo? Puede ser lícito pedirlo, pero ¿y nosotros? ¿Cuándo cambiamos? ¿Qué hago yo, educador, por cambiar este sistema? ¿Por qué siempre el problema es de los otros y no nuestro?». Estar a favor del movimiento significa involucrarse hasta tal punto que estoy dispuesta a asumir la responsabilidad de que mi vida cambie.
Cuando se termine con el lucro, se apruebe la calidad y gratuidad en la educación, cambiaremos un sistema que es injusto, pero ¡no sucederá nada más! Porque los directores, profesores, rectores, alumnos, apoderados y sostenedores seguirán siendo los mismos. Cuando Gadafi dejó el poder solo cambió un sistema represivo y autoritario… Lo que hace falta es que Gadafi y lo que él significa salga de nuestro corazón, no basta con sacarlo de Libia para terminar con su injusticia, porque una vez fuera nos dejaremos arremeter por el Gadafi interno. Porque lo único que puede garantizar el verdadero cambio de mentalidad es que tú decidas cambiar, porque ese cambio necesita de ti, de tu libertad… y ningún sistema por perfecto que sea puede sustituir o prescindir de la libertad del hombre.
* Profesora de Educación Física