Fabián busca porque Otro ya le ha buscado

PATERNIDAD / 8
Andrés Bello

Hace días que veo a Fabián, de primero de Bachillerato, un poco más serio, pensativo. Es un buen alumno, aplicado, quiere estudiar Medicina. Este curso ha empezado a participar de la Escuela de comunidad de los bachilleres, fuera del instituto. Hasta hace poco su padre le prohibía acercarse a la parroquia porque, así dice, «esa gente está a favor de los ricos».

Es la hora del recreo y me encuentro con Fabián en el jardín, dando cuenta de un bocadillo con otro compañero. «¿Cómo estáis?», les saludo. Ya saben que no es una mera formalidad porque son alumnos míos desde hace más de dos años. Fabián me responde: «Tengo un problema en casa, porque mi padre piensa que o bien estoy fumando droga o bien tengo un problema psiquiátrico». «¿Y eso?», le pregunto extrañado. «Es que mi padre me ha notado triste y le he dicho que es porque me salió mal un examen». Me sigue contando: «Esta empeñado en llevarme a un médico porque dice que nunca me había visto triste por un examen». «Y tú qué dices, ¿qué juicio tienes sobre tu tristeza?». Me responde: «Es verdad que empecé a notarla desde que suspendí el examen. Pero es otra cosa. Antes pasaba por encima de lo que me sucedía, pero ahora me paro a mirarlo; me he dado cuenta de que no hay proporción entre lo que me sucede y el examen. Definitivamente es otra cosa. Por eso estoy yendo a la Escuela de comunidad, quiero saber si es verdad que estoy bien hecho, y qué es lo que me falta».

Vuelvo a constatar cómo incluso con el deseo de bien de un padre puede adolecer de censura y negación. La experiencia cristiana no consiste en convencer a mis alumnos de ciertas doctrinas, ni mucho menos en apuntarlos a un registro de asociados, que sólo daría gloria a la nada. El valor de mis clases y de toda la convivencia en el Instituto está en que compruebo que hay una Presencia real despierta lo humano que hay en cada uno de nosotros. Esta es la victoria que vence al mundo.