Vuelta a clase, pisando sobre seguro

Un profesor cuenta cómo después del verano vuelve a las aulas de una escuela que se tambalea y que está llena de problemas. Pero lo que domina es la promesa que nace de una pregunta: «¿quién soy yo?»
Gianni Mereghetti

Un nuevo curso se abre paso mientras la escuela camina cada vez más a la deriva y crece la tentación de cerrar los ojos ante tantos problemas y esperar a que se resuelvan solos. Lo importante es que el mecanismo funcione, da igual quién lo maneje. La escuela de hoy avanza como una cinta transportadora, por la que vamos siguiendo un ritmo mecánico, preestablecido, una escuela donde no entra lo humano, ni debe entrar. Después de las vacaciones, vuelvo a una escuela así, una escuela donde todo está en mi contra, con una sutil presión para que me resigne a quedarme en los mecanismos, a obedecer las reglas, a aceptar sus proyectos. A una escuela así es a la que yo vuelvo con una pasión nueva, llevo conmigo algo más fuerte que el poder, que hace todo lo que puede para impedir que la educación se convierta en camino.
La experiencia de estos años de enseñanza en los que el punto central siempre ha sido la vida, su sentido, y sobre todo el corazón, la tensión hacia la belleza y la verdad que tengo delante, la conciencia de que cada hora de clase tiene que ver con mi destino. Vuelvo a empezar el curso con una marcha más, sé por dónde empezar y hacia dónde ir, es la ventaja que tengo y debo decidir si la aprovecho o no. Esta ventaja es la memoria de una pregunta que está al inicio de mi trabajo y que siempre lo ha marcado. La pregunta que me sacudió en el lejano 1977; entonces yo era un joven profesor y sufrí un schock cuando don Giussani, después de nuestras muchas intervenciones, confusas e inciertas, nos desafió diciendo que la primera pregunta con la que uno entra en clase no es “¿qué tengo que hacer?” sino “¿quién soy yo?”. Es la pregunta que hoy me vuelvo a encontrar, el desafío con que empieza la aventura de este año, con la certeza de que mi yo está antes de los problemas que tengo que afrontar, que mi yo está lleno de la mirada con que el Misterio hoy abre mi corazón a la realidad, a mis compañeros y alumnos.
La escuela se tambalea, pero yo piso sobre seguro. No sobre la escuela, sino sobre mi corazón, que está lleno de lo que me corresponde, de lo que me hace mirar al nuevo curso con una positividad que de otro modo sería imposible. La positividad de quien sabe que enseñar es poner en juego la vida y su destino, que entrar en clase es llevar la mirada de simpatía que uno ha encontrado, y que se dirige a la libertad de cada uno de los estudiantes que le salen al encuentro.
Es un nuevo inicio, un yo lleno de certeza, dispuesto a desafiar cualquier situación, fascinado por la aventura en que se convierte la vuelta a clase, que deja de ser el peso de los muchos problemas que se avecinan. Volver a empezar así lleva dentro una promesa.