Niños en la fiesta del treinta aniversario <br>de la escuela L'Aurora-Bachelet.

Un deseo que dura ya treinta años

Cinco días con debates y exposiciones liderados por los "pequeños". Ellos fueron los protagonistas del Encuentro por la Educación organizado por Aurora-Bachelet. Junto a padres, profesores y algunos invitados especiales...
Niccolò De Carolis

«Vosotros sois la savia de la comunidad». Éste fue el saludo de uno de los invitados más esperados, Dan Peterson, entrenador del Armani Jeans, mientras hacía entrega del premio a los pequeños ganadores de los torneos de fútbol y voleibol. «La savia» no son sólo los niños, sino la compañía de padres, profesores y voluntarios que han puesto en marcha el “Meeting de la educación”. Durante cinco días, del 1 al 5 de junio, se han celebrado competiciones deportivas, exposiciones, debates y conciertos con ocasión del treinta aniversario de la escuela L’Aurora-Bachelet, en Milán.
Más de quinientos alumnos de enseñanza elemental y media estudian en este centro. Al principio empezaron con una clase de doce alumnos. Fue una apuesta de algunos padres deseosos de «vivir juntos la responsabilidad de la educación», como afirma un documento de 1983.
Al escuchar al nuevo director, Rosario Mazzeo, se nota que el motor de esta extraordinaria obra educativa sigue siendo el mismo. Después de una larga experiencia en la escuela púbilca, Mazzeo decidió, hace quince años, dar clase en L’Aurora: «Comprendí que mi vocación era contribuir a la construcción de una obra que educara a un pueblo». Las palabras que inspiraron sus años de enseñanza son de Juan Pablo II, cuando exhortó a la escuela católica a «ser sobre todo escuela». «No un dispensario de doctrinas», explica Mazzeo, «sino un lugar en el que aprender la pasión por la realidad». De hecho, le encanta repetir que la escuela «no es privada: toda escuela auténtica es siempre pública, porque es un bien de todos y para todos».
Esto es «hacer escuela», y lo volvieron a proponer en el acto de clausura, un diálogo entre Alessandro Profumo, ex consejero delegado de UniCredit, y Giorgio Vittadini, presidente de la Fundación para la Subsidiariedad. «“Si hubiera una educación del pueblo, la gente viviría mejor”, decía Luigi Giussani. Porque así –explicó Vittadini– hay que partir siempre de la persona, de su deseo, mediante adultos que sepan comunicar una experiencia plena».
Durante la fiesta, en los muchos stands instalados ad hoc, se mostraban las exposiciones sobre los itinerarios didácticos. Alrededor de los paneles, los niños explicaban lo que habían aprendido durante el año. Entre todos ellos, una muestra fotográfica recogía las imágenes más bellas tomadas durante las excursiones y viajes realizados. «Mis preferidas son las del golfo de Nápoles, es un espectáculo ver a los chicos cómo aprender a mirar y a dejarse mirar».
Durante estos cinco días, han recibido diez mil visitas. Había trescientos voluntarios: profesores, padres, antiguos alumnos. «No es algo extemporáneo», afirma Mazzeo. «Todos los días esta escuela existe gracias a una cooperación así. Yo llamo a nuestro método koinonia: para poner en el centro a la persona hace falta una comunidad que la sostenga. La escuela no la hacen los profesores, la hacemos todos juntos, cada uno con su función». Desde las extraescolares hasta el transporte para las excursiones, todo se organiza con la colaboración de los padres, con los que se comparte la apasionante tarea de educar.
Treinta años después de su nacimiento, el director trata de hacer balance. «Son más de mil los niños que han crecido en nuestras aulas. ¡Qué responsabilidad! ¡Cuántos rostros, cuántas historias, cuántos nombres...!». Pero también mira hacia delante: ya está lista la nueva sede, más grande, más adecuada, y por fin en propiedad. Pero, ¿qué es lo que permite a esta obra seguir creciendo? Profumo insiste en el punto decisivo: «La verdadera inversión en educación y en la calidad de la escuela pasa por dedicarlo todo al deseo». Mazzeo sonríe: «Palabra de banquero...».