Una “segunda casa” para setenta mil jóvenes

Inauguración de la nueva sede de la asociación en Milán. Una obra creada para compartir las necesidades escolares. Pero también capaz de dejar huella en la política
Linda Stroppa

“Ésta es un poco como mi segunda casa”. “Aquí me siento acogido. Fuera, en la calle, nadie te trata así”. Son palabras sencillas de los chavales que estudian aquí. Te lo dicen a su manera, con el solo hecho de no faltar nunca a su cita en Portofranco, el centro de ayuda al estudio que nació hace diez años en Milán de la intuición de don Giorgio Pontiggia, desaparecido en 2009.
Desde su inicio hasta hoy, Portofranco ha implicado a más de dos mil voluntarios que han seguido a setenta mil jóvenes procedentes de centros educativos de lo más diverso. Es un lugar que nunca ha dejado de crecer, lo que les ha llevado a buscar espacios nuevos y más grandes, como el que acaban de inaugurar. Aquí, cada día, estudiantes italianos y extranjeros, católicos y musulmanes, se sientan en los bancos “sorprendidos por la gratuidad que reciben”, como dijo Julián Carrón en la inauguración de la nueva sede. Más de cincuenta personas participaron en el acto y visitaron una exposición preparada para la ocasión y dedicada a don Giorgio.
“En Portofranco no interesa lo que haces, sino lo que eres”, afirmó el presidente de la Región de Lombardía, Roberto Formigoni. “Esta obra es un ejemplo claro de subsidiariedad”. Junto a él estuvieron la alcaldesa de Milán, Letizia Moratti, y el vicepresidente del Congreso, Maurizio Lupi. “Lugares como éste, creados por la propia sociedad, son lo que necesitamos”, añadió la alcaldesa. “Aquí la gratuidad significa verdaderamente ponerse al servicio del otro”.
Una idea que no se aleja mucho de lo que decía don Giorgio: la educación no puede reducirse a una cuestión académica. “La educación es la comunicación de sí, del modo en que una persona vive y afronta la propia vida”, afirmó Carrón. Los adultos no pueden contentarse con ser “instructores” y por eso don Giorgio hablaba de la educación como de “un abrazo total”. Por tanto, sólo puede suceder dentro de una relación.
Justamente la relación que nace entre voluntarios y alumnos es lo más conmovedor de Portofranco. Sólo este año, son cuatrocientos los universitarios y profesores que, gratuitamente, siguen “uno a uno” a los mil doscientos alumnos de niveles medios y superiores. “Hacemos los deberes juntos”, cuenta uno de los voluntarios, “porque hay que acompañarles en lo que tienen que hacer”. Es lo que les enseñó don Giorgio: “La auténtica ayuda que se da a una persona es compartir con ella la necesidad que tiene. ¿Y cuál es la necesidad que más expresan estos chicos? La de estudiar. Hasta el punto de que existe una elevada tasa de fracaso escolar”.
Los jóvenes van a Portofranco porque allí encuentran personas que les acogen, que les miran con atención y que les reclaman a hacer su trabajo, como escriben en el periódico que hacen desde el año pasado, La voce del Porto. “Sentirse mirados así no genera un cambio sólo con respecto al estudio”, cuenta Alberto Bonfanti, presidente de la asociación, “sino que cambia la vida entera”. Ayuda a cambiar porque despierta el deseo y esto es lo que mueve a los chicos y lo que mantiene viva una obra como ésta. “Es lo mismo que debería suceder en la política”, comentó Lupi. En este sentido, Portofranco es una experiencia educativa para todos.