Frente a la destrucción en Haití: ¿Es justa la vida?
Algunos estudiantes del Liceo Gimnasio Alessandro Volta de BogotáHace pocos días un acontecimiento ha hecho temblar al mundo: un terremoto muy fuerte en Haití, el país más pobre de América Latina, ha provocado miles de muertos y destruido gran parte de los edificios y de las casas de Puerto Príncipe.
Delante de esta catástrofe natural ha habido diversas reacciones: terror, miedo, preocupación e incluso indiferencia. ¿Cómo es posible que semejante acontecimiento suscite tantas reacciones diferentes en cada uno de nosotros? ¿Qué nos dice a nuestra vida este hecho?
Quizá esta pregunta tiene múltiples respuestas, pero plantearla suscita en nosotros el deseo de encontrar la respuesta, de indagar dentro de nosotros para entender qué somos y cómo estamos hechos. Es sorprendente ver cómo, gracias a un hecho que le ha acontecido a otros, nosotros podemos ensimismarnos con su dolor y reflexionar sobre nuestra experiencia. En el fondo no somos distintos de ellos: somos pequeños y frágiles en el universo infinito. Somos un punto insignificante en el universo, pero el hecho mismo que tengamos la razón y que, con ella, nos damos cuenta que nosotros mismos sufrimos y nos conmovemos por personas que ni siquiera conocemos, nos une a ellos.
Todo esto nos suscita otra pregunta: ¿es justa la vida?
Una cosa es cierta: no podemos erigirnos en jueces e inculpar a Dios de esta catástrofe porque no conocemos hasta el fondo nuestro Destino y porque nuestra vida no nos pertenece, sino que pertenece definitivamente a El, y sólo El sabe verdaderamente por qué hacemos el mal y porqué suceden hechos como este.
Y es cierto también que, si bien no sabemos claramente el porqué suceden ciertas cosas en la historia humana, somos hombres libres, es decir capaces de aceptar semejante dolor y semejante devastación como punto de partida para cambiar y tomar conciencia de nosotros mismos y del significado de la vida y de cada instante: nuestra vida pende de un hilo y el hecho mismo de estar vivos ahora nos dice, instante tras instante, que somos queridos, aquí y ahora, por Otro.