Christian Wiman (Foto New York Encounter)

Una conciencia que despierta ante la realidad

Una conversación con Christian Wiman, el poeta que inauguró la última edición del New York Encounter
Hannah Keegan

«Ha pasado mucho tiempo desde que el latido de mi corazón era como un amigo». Después de escuchar la canción Home From Home de Roo Panes, el poeta Christian Wiman inauguró el New York Encounter 2024 con estas palabras referidas a un verso de la canción y preguntó: «¿Cómo podemos ser amigos del latido de nuestro corazón si ni siquiera somos capaces de percibirlo?».
Conocí a Wiman el pasado mes de diciembre gracias a un artículo del New Yorker. Fue el título “Cómo conserva la fe el poeta Christian Wiman” lo que me animó a pinchar. Descubrí que Wiman ha tenido una vida excepcionalmente intensa. Tras una infancia «agresiva y disfuncional», como dice el artículo del New Yorker, estudió Literatura inglesa y dio clases antes de convertirse en redactor de la revista Poetry en 2003. Poco después de casarse, le diagnosticaron una rara forma de linfoma. Estos hechos tan dramáticos constituyeron la carne de su encuentro con Cristo y el florecimiento de una experiencia de fe (a veces no reconocida abiertamente) que dura toda su vida.
Empecé a leer su último libro, Zero at the Bone: Fifty Entries Against Despair (Cero absoluto. Cincuenta entradas contra la desesperación, ndt.), y me di cuenta de que lo que hace extraordinario al autor como poeta y como hombre no son las extraordinarias circunstancias de su vida, sino su pobreza en medio de esas circunstancias. Su capacidad para acoger y responder ante lo que se le daba –incluido el daño, la miseria y la sordidez– es impresionante. Wiman es un testigo de todo lo que puede florecer del encuentro con el Verbo hecho carne.
«No se puede escuchar el verbo de Dios hasta que no se escucha el Verbo», decía Wiman en la apertura del New York Encounter, y ese Verbo se manifiesta en la vida cotidiana, en el susurro de las hojas, en el abrazo de un amigo o, como leeréis en esta conversación que tuvimos, hasta en una pequeña polilla.

Escribe usted que «la fe es una gracia, no una conquista». ¿Cuál fue su primer encuentro con la fe?
Llevo toda la vida encontrando la fe, pero a veces no sabía muy bien lo que era. Siempre a través de la poesía. Pero tuve una experiencia poco antes de cumplir cuarenta años. Conocí a mi mujer, enfermé y pasaron muchas cosas a la vez. Una mañana fui a la iglesia –llevaba veinte años sin ir– y al volver a casa escribí una poesía, la primera en tres años. Se titula Every Riven Thing (Cada cosa desgarrada). Aquel día, y las semanas sucesivas, el mundo empezó a iluminarse.

Leo en Zero at the Bone: «Fue después cuando, un día, me arrodillé y dije sí a la fe que siempre había estado latente en mí». ¿Qué quiere decir que estaba “latente”?
La cuestión es que Dios es real, no hay nadie a quien no se le ofrezca la posibilidad de tener fe. El problema es que no reconocemos los estímulos que nos llegan. O directamente los rechazamos. Todos tenemos momentos alegres en la vida, pero no siempre sabemos cómo vivirlos. Hace años leí un ensayo de Zadie Smith (escritora británica, ndr) donde contaba cinco o seis experiencias de auténtica alegría en su vida, y lo diferenciaba del placer. Decía que, si en ese momento hubiera bajado u n ángel para preguntarle si deseaba otra experiencia de alegría, ella habría dicho que no, pues esas experiencias la desestabilizaban tanto que oscurecían el resto de su vida. Creo que eso es lo que pasa cuando uno no sabe qué hacer con la alegría: si no tiene un sentido, desestabiliza.

En otro pasaje, afirma que en el amor humano hay «tanto una petición como una promesa del amor de Dios». Usted ha sufrido mucho. ¿Cómo percibe esa llamada y esa promesa en los momentos oscuros?
Es más fácil verlo en los momentos oscuros si se te regala una muestra de amor. Cuando se sufre es casi más fácil percibir el amor con toda su intensidad, pero la realidad de la vida se puede escapar y perderse en medio de la rutina. Hay un poema maravilloso que ilustra este aspecto, se titula Pequeña polilla y dice:

Mientras trocea melocotones blancos maduros
en el cuenco de Tony el Tigre
deja caer algunos pedazos para el perro
y se balancea, meneando el pie para frenar la caída,
cuando la ve, camuflada,
un destello y luego toda ella:
felicidad pura batiendo sus alas suaves y redondeadas
hacia sí, como si quisiera
huir de nuevo.
Ahora eres madre, tienes niños pequeños,
sabes lo que significa cuidar de ellos
.

Caos.
Cierto, en gran parte es un caos. Va transcurriendo tu jornada y piensas: «Cáspita, no tengo ni un segundo para pensar». Ella lo hace y de pronto ve esa pequeña polilla, a la que llama felicidad, y se da cuenta de que es feliz. Diría que es un momento de alegría que entra en su vida desde lo alto y le permite ver la felicidad, que es una cualidad temporal. Un instante de eternidad que entra en su momento temporal y le permite captar la felicidad. Eso es lo que nos negamos a reconocer. Entonces la pregunta es: ¿qué pasa después? Cuando llega ese momento, ¿qué pasa después? ¿Reconocemos esa felicidad? ¿Nos invita a hacer algo? ¿Invita a vivir de otra manera? Ahí es donde emerge la fe.

Lo que dice recuerda a Simone Weil, a la que cita mucho en su libro.
Probablemente es la escritora más importante en mi vida.

¿Por qué?
La primera vez que la leí tenía 21 años. Me dio un lenguaje para las cosas que estaba viviendo y sintiendo. Ella fue la primera, luego vino Marilynne Robinson con su libro Vida hogareña. Ambas me dieron un lenguaje para la ausencia como presencia, por una especie de carencia que lleva al cumplimiento.

Pero en su libro se percibe casi lo contrario a esa idea de ausencia. Dice: «La realidad se cataliza en el empeño, no en la distancia». ¿Cómo conciliar esto con lo que dice Weil?
No tiene nada que ver. Creo que Weil se para cuando llega a un cierto punto. Creo que hay otro pasó más allá de lo que ella decía.

¿Cuál?
La relación. Creo que la verdad de Dios está en la relación. Por eso me tomo muy en serio la Trinidad. Dios es relación. Si pensamos en nuestra vida, continuamente imitamos o retomamos esta relación en nuestra vida. Dios es la alteridad absoluta, trasciende todo lo que podamos conocer, pero luego Dios aparece en la realidad como esa pequeña polilla, que es la vida de Cristo. Y el Espíritu Santo es la fuerza de la imaginación que nos permite ver estas cosas.

¿Qué relación hay entre su experiencia creativa y su relación con Dios?
Yo no entiendo la poesía, no comprendo de dónde viene. No sé cómo se escribe poesía. A veces escribo poemas que no entiendo hasta años después. Pero estoy seguro de que en esa experiencia hay algo divino o sagrado, y de esa forma siento más potente la presencia de Dios en mi vida. El peligro es cuando eres incapaz de escribir, y yo paso largos periodos sin poder escribir. En mi caso, parece que la creatividad va estrechamente ligada a mi vida en Dios. A veces es una bendición y otras es un tormento.

Afirma que preguntarse si una frase es cierta es una pregunta equivocada, que tendríamos que preguntarnos si esa pregunta crea espacios donde pueda moverse la verdad. ¿De qué modo la poesía ayuda a entrar en esos espacios más que otras cosas?
Tal vez no lo haga más que otras artes, pero en mi caso es así. Para muchos, ese espacio se genera mediante la música o las artes visuales. No creo que la poesía sea necesariamente más poderosa, aunque es interesante el hecho de que la poesía se use mucho en la Biblia. Si pensamos en la fe tal como la entiende don Giussani –como un acontecimiento–, el acontecimiento no es algo que se pueda detallar o describir. Es algo ante lo cual solo podemos asombrarnos. Yo escribo mucha prosa, que es siempre ex post facto, a posteriori. Viene después de los descubrimientos que hago en la poesía, intentando entender lo que la poesía me muestra. Pero debemos conservar la fe en ese acontecimiento originario, que no se puede reducir una cosa concreta. Creo que el arte hace esas cosas. Por eso pienso que la fe se mantiene viva gracias a los artistas, incluso aunque no sean religiosos.

Pienso en la polilla del poema que acaba de leer. Cuando nos encontramos sumidos en la rutina de la vida diaria, y no ante una pregunta o un problema dramático, ¿qué nos puede ayudar a permanecer en una posición de asombro, a mantener viva la fe?
La respuesta a esta pregunta es diferente en cada caso. Para cada uno tendrá un significado distinto. Creo que lo que traté de decir en la inauguración del Encounter era que cada uno de nosotros está llamado a custodiar su propia conciencia. Cada uno debe ver cómo hacerlo. Para mí significa seguir creando y no ceder a la desesperación, pero para otro podría ser diferente.

¿Cómo educa esta conciencia con sus alumnos?
Doy clase de literatura, así que mi objetivo es enseñarles sobre todo lo que puede hacer la literatura y a reconocerlo. Pero también cómo puede ayudar a conservar estos espacios de vida de la fe, esta conciencia. Ahí es donde percibo mi tarea, que es limitada. Mi responsabilidad es frente a la obra de arte, creo que mi tarea consiste en mostrarles esa obra, iluminarla, tratar de enseñarles lo que puede aportar a su vida, pero más allá de esto no tengo ningún poder sobre el uso que le dan, sobre la posibilidad que tienen de entenderla mal.

El subtítulo de su libro es “Cincuenta entradas contra la desesperación”. Veo que cada una de esas entradas expresa a su manera algo que le da esperanza, ¿qué es lo que le da esperanza?
Tiene que ver con la fe. Realmente, creo que la esperanza es una condición del alma y no una respuesta a las circunstancias. Cuando tenemos fe, tenemos esperanza. Por eso es tan importante custodiar nuestra conciencia, porque va ligada a la fe y a la esperanza. Cuando tengo esperanza, siento que tengo una conciencia adecuada del mundo, ya tenga que trabajar, o estar con mis alumnos o con mis hijos… A veces, solo percibir la realidad tal como es puede dar esperanza.

Según su experiencia, ¿qué relación hay entre fe y esperanza?
Hay otra escritora que me encanta, Fanny Howe. Escribió una novela fantástica titulada Indivisible donde describe la experiencia de la fe como la sensación de estar a salvo. Es esa sensación fugaz e instantánea de que, pase lo que pase, estamos a salvo. Creo que la verdadera fe te da la sensación de que, al margen de todo lo demás, hay un último árbitro, una realidad última que actúa, y esa es la que debe ser, por desagradable que te pueda parecer, puedes fiarte de ella.

¿Y la esperanza?
La esperanza nace de ahí, de esa experiencia en la que eres incapaz de escribir una poesía, pase lo que pase. Puedes poner toda tu buena voluntad, pero no te sale. Tiene que llegar de algún modo desde fuera. Lo dice hasta el poeta más laico. Pero lo que se puede hacer es aprender a preservar y proteger nuestra disponibilidad. Creo que hay una analogía en términos de fe. No podemos hacer que esos momentos de fe sucedan, esos momentos de gracia, pero podemos estar disponibles para cuando sucedan. En vez de estar disponibles, solemos excluirlos de nuestra vida y vivimos sin esperanza, abrumados por todo lo que sucede. La posibilidad de vencer esa cerrazón suele estar en lo más diminuto, como nuestra pequeña polilla.

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¿Es razonable arriesgarse a tener fe?
Sí. Hace poco leí un libro de Emmanuel Carrère, que fue muy creyente durante un tiempo, cuando tenía treinta años, y luego se alejó de la fe y escribió un libro titulado El Reino, donde narra su experiencia de fe. Es claramente uno que decidió correr un riesgo y perdió, y ahora trata de rendir cuentas con ese libro. Me pareció muy potente porque me resulta muy familiar. Pero al final siento que, aunque es honesto consigo mismo, era una forma de replegarse, como un intento de no afrontar lo que se le había regalado. Tomes el rumbo que tomes, es un riesgo, porque puedes equivocarte. Y si se te conceden momentos así de fuertes, como me pasó a mí, sería un pecado rechazarlos.

¿Por qué es un pecado alejarse?
Si tuviera que renunciar a la fe, para mí sería como reducir el mundo a cenizas. Solo cenizas. No quedaría más de lo que uno puede lograr, el places que logres obtener antes de morir. Y una vida así me parece árida. Siempre cito a Abraham Joshua Heschel, para quien la fe es sobre todo ser fieles al tiempo en que teníamos fe. Creo que es un concepto lleno de esperanza, es decir, que hay que ser fieles a los momentos en que la realidad tuvo un sentido para nosotros, cuando ardía en nosotros la vida de Dios.