Jägerstätter. La felicidad que venció a Hitler
Franz y Franziska eran dos esposos austriacos y campesinos. Él fue asesinado por los nazis en 1943 y beatificado en 2007. Erna Putz, su biógrafa, ha participado en un encuentro del Centro Cultural de MilánEl 9 de abril de 1936 dos jóvenes campesinos austriacos reunieron a sus amigos y familiares en la iglesia parroquial de St. Radegund a las seis de la mañana, una hora insólita para una boda. Franz Jägerstätter y Franziska Schwaninger decidieron casarse al amanecer para poder salir rápidamente en una luna de miel también bastante insólita: una peregrinación a Roma.
Cincuenta años después, el Miércoles de Ceniza de 1986, Franziska volvió de nuevo a peregrinar a Roma para celebrar sus bodas de oro, esta vez sin su marido. Franz solo estuvo con ella siete años, antes de morir el 9 de agosto de 1943, ejecutado en una guillotina nazi en un miserable cobertizo de la cárcel de Brandeburgo, a las puertas de Berlín. Le acusaban de insumisión por negarse a vestir el uniforme de Hitler.
«Fue en aquel momento, en Roma y con el Papa, cuando Franziska comprendió después de tantos años que ya no estaba sola, que formaba parte de una comunidad y que Franz le estaba haciendo un regalo por sus bodas de oro. Juan Pablo II entendió enseguida lo que suponía la historia de Franz». Así nos lo cuenta Erna Putz, biógrafa del matrimonio Jägerstätter, que ese día estaba con Franziska en el Vaticano y que permaneció a su lado hasta que murió en 2013.
Entre esas dos peregrinaciones con medio siglo de distancia se despliega una vida oculta que hoy se ha convertido en una luz para todos. Una historia incomprensible para gran parte de los que la vivieron de cerca durante los años del nazismo y en cierto modo también escandalosa en las décadas siguientes. La decisión de Franz, “el campesino que dijo no a Hitler”, como le han definido, era tan extrema y clara que se vivió con sensación de culpa en Austria y Baviera, lugares donde el amor de Franz y Franziska sentó las premisas de un martirio. Durante décadas, la viuda vivió en soledad el recuerdo de aquel gesto. Solo se hablaba de Franz para atacarlo. Ir a las raíces de su negativa a combatir era demasiado doloroso para todos los que habían obedecido en silencio.
Hicieron falta cuatro décadas y un Papa polaco que conocía perfectamente el nazismo para que lo indecible se pudiera contar. «Después de aquella tarde –recuerda Putz– Franziska me dijo: “Ya puedes publicar las cartas de Franz”». A partir de entonces se empezaron a escribir libros y a peregrinar a St.Radegund, el pueblo austriaco de estos esposos, y en 2007 llegó la beatificación de Franz por parte de un Papa venido de Baviera, Benedicto XVI, que nació a veinte kilómetros de la casa de los Jägerstätter, al otro lado de la frontera austriaco-alemana. Luego, es “vita oculta” se convirtió en el título de una película, Hidden Life, que el cineasta americano Terrence Malick dedicó a la historia de Franz y Franziska. De modo que el gran público pudo enfrentarse así al misterio de ese gesto de fe y de objeción de conciencia –como lo llamaríamos ahora– que le llevó hasta la aceptación de la muerte cuando todos los demás bajaban la mirada para obedecer.
Esperando que podamos ahondar en la historia de Franz en una exposición en el próximo Meeting de Rímini, el Centro Cultural de Milán ha ofrecido un aperitivo en un encuentro con Erna Putz y Rocco Buttiglione, donde se ha puesto de manifiesto la extraordinaria actualidad de ese sacrificio. Franz hacía preguntas que siguen sonando provocadoras porque no son solo páginas de la historia. Basta pensar que, dos días después de estar con Erna Putz, nos tuvimos que enfrentar a la muerte en prisión de Alexei Navalny, con todo lo que implica en términos de reflexión sobre alguien que dice “no” al dictador del momento y se ve empujado hasta la muerte.
Putz es una periodista austriaca que se topó con la historia de los esposos Jägerstätter mientras investigaba casos de resistencia al nazismo en su país después del Anschluss, la anexión forzosa en la Alemania de 1938. «Las cartas de Franz que me dio Franziska a mediados de los 80 me impactaron profundamente –cuenta–. Leyéndolas, ves que este hombre había vivido una experiencia directa de Dios. Llegó un momento en que, solo tocándolas, sentía que tenía que compartirlas y contarlas porque me quemaban las manos».
Leyendo la vida de Franz, viendo la película de Malick (con todas las libertades artísticas y legítimas que podemos esperar de un cineasta), escuchando el relato de Erna Putz, no puedes dejar de preguntarte cuál era la fuente de la fe que sostuvo a este campesino austriaco hasta la muerte. Antes de su detención, era conocido en su pueblo por su devoción, era el sacristán de la parroquia, aparte de un gran trabajador y padre de tres niñas. Pero unos datos biográficos no bastan para sostener las razones de un martirio que supuso una larga detención, torturas, invitaciones a ceder por parte de su abogado y hasta de su obispo, y por último la aceptación de la guillotina, que vivió, según sus últimas cartas, con una serenidad que no es de este mundo.
Escribe Putz en su biografía: «Se puede hablar de una especie de objeción de conciencia “natural”, espontánea, que nace de los valores éticos más profundos que lo animaban. Por otro lado, Franz ignora esos términos ni es consciente del pensamiento de los padres de la no violencia (aunque es contemporáneo de Gandhi, nunca ha oído hablar de él). Somos nosotros los que le hemos endosado la imagen del objetor. Franz sencillamente fue coherente consigo mismo y con lo que creía. Y eso es lo que nos pone en crisis ante él. Su negativa es una propuesta de militancia, de compromiso y de activismo. Es sencillamente la exigencia imprescindible de ser coherente con la afirmación del valor de la persona humana y de sus derechos inalienables».
La de Franz, como dijo Benedicto XVI al proclamarlo beato, fue «una vida cristiana ejemplar. En la generosa entrega de sí mismo, testimonió una fidelidad sincera al evangelio». Una vida, por tanto, todo lo contrario que oculta, sino cumplida, realizada mediante dos “armas” pacíficas: la conciencia y la felicidad. Dos palabras que sonaron mucho en el encuentro del Centro cultural y en las conversaciones al día siguiente con Erna Putz en un hotel de Milán.
«La conciencia es obedecer al deseo de mi corazón y don Giussani nos enseñaba a compararlo todo con este deseo –dijo Buttiglione al presentar la figura de Jägerstätter–. Franz sabía que si no hubiera seguido su conciencia, no habría sido capaz de decir “no”. Y la sigue por defender la libertad de la Iglesia ante Hitler, aprendiendo de la Iglesia pero también diciéndole “no” cuando la autoridad eclesiástica le dice que puede ceder y rendirse a la autoridad política. Para hacer eso, hay que tener un corazón educado, pero no soy consciente de mi corazón si otro no me lo desvela. En el caso de Franz, quien se lo desvela es su relación matrimonial».
Erna Putz afirma que «Franz quería entenderlo todo, no se conformaba con las explicaciones oficiales, quería ir hasta el fondo y lo confrontaba todo con la Biblia. Lo que le daba fuerzas para ello era la felicidad de su matrimonio. Franz y Franziska eran una pareja muy feliz, bromeaban y rezaban juntos. Esa felicidad les hizo muy fuertes y su historia nos enseña mucho sobre el poder de la unión matrimonial. Él aceptó hasta la muerte porque sabía que estaban acompañados por un amor más grande, sabía que no la dejaría sola si moría. Sabía a Quién se la confiaba. Y ella aceptó porque sabía de dónde le venía esa fuerza».
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Una felicidad que venció a Hitler, aunque durante décadas quedó una pequeña historia oculta de la que Franziska apenas podía hablar. Pero son estas historias las que construyen la Historia con mayúsculas, incluso en las grandes instituciones, como Europa. Como señaló Buttiglione, también podemos aprender de Franz que la tarea de la Iglesia «no es formar partidos cristianos, sino educar una praxis cristiana de la política, educar conciencias como la de Franz». Y se puede aprender a mirar a un matrimonio como el de Franz y Franziska para educarnos «en el respeto a la libertad del otro, que es el principio básico de una comunidad de pueblos como la europea. Adenauer, Schuman y De Gasperi, en el fondo, construyeron Europa sobre el mismo principio sobre el que se construye un matrimonio».