Daniele Mencarelli (foto Meeting de Rimini)

Necesidad de lo impensable

Una chica esperando para hacer una pregunta. Sed humana «porque existe el agua». Y esa postura de hombres libres «en busca del acontecimiento». Un diálogo con el escritor Daniele Mencarelli en Huellas de julio
Paola Bergamini

«Papá, estoy en la playa con la familia. Aunque echo en falta algún rayo de sol», comenta Daniele Mencarelli al descolgar el teléfono, intercalando en la conversación palabras en dialecto de un modo directo y colorido, algo que ya me impresionó y hasta me divirtió un poco la primera vez que le entrevisté, en 2019, tras publicar La casa de las miradas. La sintonía es inmediata, sin rastro de formalismo, y ambos entramos directos a hablar de lo que nos urge en la vida. «Ha sido un año precioso», me dice. Inmediatamente pienso en el éxito de la serie Todos quieren salvarse, basada en su novela galardonada con el Premio Strega juvenil 2020, y en su último libro, Fame d’aria (Hambre de aire, ndt.), que en cuatro meses ha vendido más de 25.000 copias, así como una obra de teatro y sus artículos de prensa en varias cabeceras. «Un año precioso por todos los encuentros que he tenido, sobre todo con jóvenes –me corrige–. Tienen hambre de significado en la vida. Es algo que la realidad me devuelve todos los días. Eso tiene que ver con nuestro diálogo sobre El sentido religioso, ¿verdad?». Verdad. Pero vayamos por orden.

¿Cuándo leíste el libro de Giussani?
En los años 90, conociendo mi pasión por la poesía, Davide Rondoni me recomendó el libro Mis lecturas y ahí descubrí a Giussani y a uno de mis poetas preferidos desde entonces, Pär Lagerkvist. En 2001, cuando estuve trabajando como conserje en el hospital del Niño Jesús, me regaló El sentido religioso.

¿Qué es lo que más te llamó la atención?
La idea razonada, que yo vivía de una manera más instintiva, de que el hombre no se basta a sí mismo, que la respuesta al significado de la vida hay que buscarla fuera. Buscar ese amor que te pide desde dentro que lo mires todo y que para mí entonces no se cumplía nunca. Pensando sobre todo en las “tres premisas”, me fascina el desafío que plantea Giussani: no partir del prejuicio para conocer la realidad, sino vivirla. Más aún, tomar una postura existencial: no por lo que la realidad pueda hacer por mí, sino por lo que yo, con mi disponibilidad ante la alteridad, pueda hacer por otros. A los jóvenes les propongo este ejercicio: entrad en una tienda sonriendo y mirad a los ojos al dependiente. Luego haced lo mismo pero serios y bajando la mirada. Veréis que se abrirán dos mundos diferentes.

Hablas de conocer la realidad. Bergoglio dice en el prólogo que «es un libro para todo hombre que tome en serio su propia humanidad».
El sentido religioso es un libro extraordinario de metodología respecto a la “postura”, como decía Julián Carrón en El despertar de lo humano, que el hombre debe tomar delante de la realidad, delante del otro. Si partimos de esta tensión existencial, Dios no es una premisa, sino una consecuencia natural, una promesa de cumplimiento que se realiza. Es un libro para quien quiera conocerse y conocer de un modo totalmente distinto a esa forma ancestral de leer la realidad que siempre nos muestra su vertiente maligna. El ser humano lleva dentro una voz interior que lo pone en alerta: «Desconfía de la realidad, es tu enemiga». Hoy todavía más, con el mundo digital y las redes sociales, sin querer demonizar. Pero sin duda el riesgo es más alto.

Decías que los jóvenes tienen hambre y sed del significado de la vida. Giussani lo llama «evidencias y exigencias originales».
Es una experiencia que he visto estos tres últimos años, a raíz de mis libros, gracias a los que me he reunido con casi 78.000 chavales. Muchas veces, charlando con los profesores, surge el tema habitual: los “problemas” de los jóvenes. Yo digo que los jóvenes tienen unas fragilidades –pensando en el mundo digital– distintas de las que teníamos nosotros a su edad, no “problemas”. Y quieren hablar de eso. Digo más: ¿estamos seguros de que nosotros los adultos –padres y profesores– estamos dispuestos a tratar los temas de la existencia: el sentido de la vida y de la muerte, la justicia, la felicidad? Voy a contarte algo. Fui a un instituto técnico y al llegar vi a una chica que ya estaba esperando para entrar y poder sentarse en primera fila. Al acabar el encuentro, la profesora que moderaba el diálogo dijo: «¿Hay alguna pregunta?». Esta chica levantó el brazo, se puso en pie y me preguntó: «¿Qué le dirías a alguien que sufre por aquellos que ama?».

¿Qué hiciste?
Le dije: «Déjame que cuente lo que he visto en ti, una chica que llega una hora antes, espera de pie junto a la puerta para estar en primera fila y en cuanto puede hace esta pregunta. Eres una de las personas más enamoradas y valientes que he conocido nunca». Estos encuentros inesperados son los que te abren la vida de par en par. Como la monja de La casa de las miradas o mis compañeros en Todo pide salvación, que me hacen creer en lo increíble.

Refiriéndose al Calígula de Camus, decía Giussani: «No es realista que el hombre viva sin anhelar lo imposible, sin apertura a lo imposible».
«El hombre tiene sed porque existe el agua», decía recientemente el cardenal Matteo Zuppi en un encuentro precioso que tuvimos en Bolonia. Al oír esto, ¿quién no siente la correspondencia con esa sed? Cuando me sumerjo en la realidad y me encuentro delante de una, diez, cien personas que viven como yo esta necesidad de lo impensable, comprendo toda la razonabilidad de esta búsqueda, que en la mayoría de los casos se vive individualmente, pero creo que hace falta una dimensión comunitaria.

¿En qué sentido?
En nuestra época hay un profundo individualismo. Hay ciertas preguntas que es irracional hacérselas o intentar resolverlas solos. Sin embargo, no he puesto el ejemplo de Zuppi por casualidad, hay personas que, a través de sus palabras y gestos, “traducen” la razonabilidad de esa búsqueda de significado. Toda mi vida ha consistido, inicialmente de un modo inconsciente y extremo, en ir al encuentro de personas que me devolvieran ese brillo en los ojos, ese Amor que «mueve el sol y las demás estrellas», como escribe Dante. Como digo siempre, soy un aspirante a creyente… Por eso me fascina el recorrido de El sentido religioso. Aunque es un libro que exige mucho.

¿Qué quieres decir?
Para leerlo hay que tener coraje y sencillez de corazón. Se lo regalaría a quien quiera vivir plenamente la realidad, repito, no solo como una aproximación para llegar a Dios. La sabiduría de este libro reside en su invitación a vivir la realidad, a estar dentro de lo que la realidad ofrece en cada momento preciso. Es la postura de hombres libres, vivos, que van en busca del acontecimiento. Hoy percibo una doble seducción, tanto a los 15 como a los 90 años: o vivir en el pasado o la necesidad de construirse un futuro desesperadamente. Esto no significa que haya que dejar de perseguir los propios deseos –si pienso en mí, nunca he dejado de escribir– sino actualizar el futuro a través del presente.

Acoger lo que sucede ahora.
Siempre digo a los chavales: «Vivid la realidad así: nunca se sabe por dónde llegará». «¿El qué?», me preguntan. «Poned lo que queráis: el acontecimiento del amor, una amistad para toda la vida…». Para mí es así, con 49 años. Con los jóvenes he tenido conversaciones verdaderamente maravillosas donde me siento como ellos, un buscador. Les digo que no tengo respuestas porque tengo la misma hambre, sed y pasión de significado. El mismo corazón que ellos.

Por cierto, eres uno de los comisarios de la exposición del Meeting “Solo no me basto”, y participarás en un diálogo con el cardenal José Tolentino de Mendonça titulado “El grito del corazón”.
¡Más ocasiones de encuentro! En otoño me dedicaré a mi nueva novela, en la que llevo trabajando 32 años. Siempre digo que todavía me queda por escribir lo más hermoso. Soy un hombre afortunado y agradecido. Mi vida ha sido y sigue siendo un único gran flujo que he recibido, y por tanto… Alguien me lo ha dado.

Un “pilla pilla infinito” entre Dios y tú, como me dijiste la primera vez que nos vimos.
Así es.