Giussani educador. Introducción a la realidad total
El 29 de agosto se publica en Italia el tercer y último volumen de una obra dedicada al fundador de CL por el centenario de su nacimiento, con ensayos sobre su pensamiento pedagógico y social. Publicamos un fragmento del prólogoEducar lo original que hay en nosotros
Giussani fue y quiso ser “con todas sus fuerzas”, como él mismo llegó a decir, un educador, entregándose sin reservas en ese sentido. ¿Qué conciencia subyace a esta urgencia suya?
«El motivo fundamental de orientar la educación a los jóvenes es que a través de ellos se reconstruye la sociedad; por eso el gran problema de la sociedad es ante todo educar a los jóvenes (lo contrario de lo que sucede ahora). La cuestión principal para nosotros, en todos nuestros planteamientos, es la educación: cómo educarnos, en qué consiste y cómo se desarrolla la educación, una educación verdadera, es decir, que corresponda al ser humano»1.
Todos sus textos, todos sus discursos son en efecto una continua profundización en los factores esenciales del fenómeno educativo. No está de más volver a preguntarse por qué.
Como decíamos, la educación –el método educativo– asumió un carácter central en Giussani sobre todo en lo que se refiere a proponer el cristianismo como acontecimiento que implica la vida y la cambia. El objetivo de nuestro «compromiso educativo», como observa él mismo, está claro desde el inicio: «mostrar la pertinencia de la fe a las exigencias de la vida»2. Pero así como la educación resulta decisiva en la comunicación del cristianismo, lo es también para suscitar la humanidad que se ve involucrada en cualquier experiencia. El desplegarse de lo humano, en efecto, solo acontece allí donde hay una cierta educación. La educación es clave en la humanización de la vida, el problema capital del presente y del devenir de una sociedad, la raíz de una civilización. Y al mismo tiempo hay que decir también lo contrario, es decir, que solo hay educación donde hay (ya) humanidad. Lo humano es por tanto al mismo tiempo un presupuesto y un resultado, una estructura original («natal»3, dice también Giussani) y una experiencia, una condición y un resultado. Ahora bien, que se trate no solo de un origen sino también de un resultado explica el sentido profundo e inderogable de la palabra educación, dando razón de su necesidad. La actitud de un individuo, de una comunidad, de una sociedad, de una civilización, se decide precisamente en ese espacio que hay entre el origen y el resultado: la necesidad estructural de la educación va inscrita en esa tensión entre lo humano como presupuesto y lo humano como resultado.
Considerando ambos aspectos, podemos decir entonces que se da educación en la medida en que ya hay humanidad y se da humanidad solo en la medida en que hay educación. Si una araña está tejiendo siempre su tela y no puede retroceder en esta sabiduría suya, innata e instintiva, ni hacer otra cosa, un hombre por el contrario sí puede retroceder, lo humano puede no desarrollarse o, aun desarrollándose, puede volverse árido: uno puede volverse bárbaro o inhumano, como demuestra la historia pasada y presente. Todo lo humano necesita ser continuamente transmitido y reactivado, y no basta con una activación entendida como algo natural y espontáneo, no basta la mera y simple evolución del organismo. «Las capacidades inherentes que tenemos no solo no existen por sí mismas, sino que tampoco actúan por sí solas. Toda capacidad humana debe ser provocada, impulsada, para ponerse en acción»4. Cada una de ellas debe ser por tanto «educada», sacada-fuera (e-ducere). El corazón, ese «conjunto de exigencias y de evidencias»5 con el que estamos dotados originalmente, tales como la razón, la libertad, el afecto, es decir las capacidades fundamentales de nuestro ser, no se realizan como el culmen de una espontaneidad evolutiva, sino de una educación. Eso significa que nuestra humanidad original solo se actualiza, como diría Giussani, al encontrarse o entrar en contacto con el otro, con los otros, mediante la inmanencia en una comunidad. Aislados, no existiría la emergencia de lo humano, que tampoco se suscitaría topándose simplemente con las cosas del mundo con otros seres vivos no humanos.
Por eso Giussani destaca lo que le urge en estos términos: «Educación, pues, de lo humano, de lo original que hay en nosotros, que en cada uno se declina de diferentes modos, aunque sustancial y fundamentalmente el corazón sea siempre el mismo. En efecto, dentro de la variedad de expresiones, de culturas y de costumbres el corazón del hombre es uno: mi corazón es como tu corazón, y es el mismo corazón que tienen quienes viven lejos de nosotros, en otros países o continentes»6. La diferencia de expresiones y actuaciones no solo afecta a las culturas, sino también a las personas dentro de una misma cultura. El corazón emerge y se activa de forma distinta entre pueblos e individuos, según la educación, los encuentros o provocaciones a los que se expone.
En una conversación con universitarios, Giussani se detiene en este punto. «Tu experiencia original –observa– no se activa nada más que a partir de una provocación. No emerge si no se pone en acción. Nuestra conciencia original no se activa más que cuando es provocada, solicitada. […] Eso que llamamos “provocación” es lo que la llama a salir a la luz, lo que la despierta». La vocación humana se activa en relación con las provocaciones que recibe. El proceso educativo, bien entendido, no puede entenderse como la mera activación de mecanismos innatos o instintivos, o como la puesta en marcha de automatismos de cualquier tipo. La educación presupone y exige en cada paso la libertad de quien es educado (y esto vale, dado el caso, hasta para el recién nacido), y también la de quien educa.
Giussani pone un ejemplo. «Tú afrontas el problema de la mujer con tu experiencia original pero, por ejemplo, esta está toda determinada por el tipo de sociedad que te rodea, por la condición cultural de la que procedes, por la mentalidad común dominante y subyugante». Se está dirigiendo a los responsables de los universitarios del movimiento de CL, es decir, a personas que participan de una experiencia cristiana. «Y esto vale también para ti, que eres cristiano. Me gustaría analizar vuestro cerebro acerca de las relaciones entre el hombre y la mujer, para saber qué pensáis de ello. Seguramente, la gran mayoría de vosotros está herida, sin saberlo, por la mentalidad común, porque la experiencia original reacciona ante el mundo conforme a la provocación que recibe». Si dicha provocación procede de la mentalidad mundana, se afrontarán todos los problemas con la mirada que dicha mentalidad “activa”. «Por el contrario, si me encuentro con Cristo, con Su presencia, entonces yo voy al encuentro de todo con mi experiencia humana provocada, sostenida, animada por la promesa y la esperanza que proceden de este encuentro»7.
En la experiencia humana, aparte de un factor que podemos llamar estructural u ontológico –«lo original que hay en nosotros», retomando una expresión giussaniana–, siempre habrá, profundamente unido a él, un factor histórico, referido a las provocaciones con las que crecemos, que salen a nuestro alcance, los testigos con que nos encontramos. Por tanto, no da igual entrar en contacto con esta provocación o con aquella, tener uno u otro tipo de encuentros que vayan configurando nuestra fisionomía humana. Llegamos así al segundo factor, que desvela y activa el primero. Esa “provocación”, es decir la educación que recibimos, los encuentros, los testimonios, los estilos de vida con que entramos en contacto, marca históricamente el camino humano con que se identifica cada uno, provoca una determinada emergencia de lo humano dentro de nosotros. Esto vale también para las sociedades y culturas. Tomar conciencia de ello ofrece también una clave indispensable para interpretar el mundo plural y multicultural en que vivimos, en diálogo con las diversas tradiciones y transformaciones que se producen a todos los niveles.
En esta perspectiva, Giussani reitera la importancia del cristianismo: es el acontecimiento de Cristo, es el encuentro histórico con Cristo, esa es la “forma” de la provocación que reactiva completamente nuestra humanidad original, desvelándola en todas sus dimensiones. Correspondiéndola, la activa al máximo, saca a relucir toda su profundidad8. El encuentro con su origen y su destino encarnado es lo que revela la estructura humana con toda su verdad, liberando lo original que hay en nosotros, dilatando la experiencia y abriendo de par en par la conciencia, más allá de todas nuestras imágenes.
No solo se trata de un contenido doctrinal, sino de una experiencia histórica que se actualiza hoy en un encuentro existencial, humano, concreto, con el rostro que la presencia de Cristo asume allí donde uno vive. Solo el acontecer de un encuentro que provoca una clarificación y una intensificación sin igual de lo humano y de la vida puede abrir o reabrir a un descubrimiento vital del cristianismo y medirse con él. Giussani estaba convencido de ello y por el deseo de ser instrumento de una experiencia así pidió ir a dar clase de religión a un instituto. Fue así educador de muchos –y lo sigue siendo por medio de todo lo que nació con él–. «Educar quiere decir hacer que florezca la humanidad que nace en otro ser. Educar, por consiguiente, es un hecho de amor a lo humano»9. Ese era el amor que le movía, partiendo de su experiencia de Cristo, y quien lo conoció lo puede testimoniar. Anunciar a Cristo a través de su propia carne era para él el camino para contribuir al florecimiento de lo humano de aquellos con los que se encontraba, quienquiera que fuera, tomara la decisión que tomara, respetando y exaltando siempre su libertad.
1 L. Giussani, Educar es un riesgo, Encuentro, Madrid 2012, p. 15.
2 Ibídem, p. 19.
3 L. Giussani, El camino a la verdad es una experiencia, Encuentro, Madrid 2007, p. 195: «Lo que tenemos en común con el otro no hay que buscarlo tanto en su ideología cuanto en la estructura natal, en las exigencias humanas, en los criterios originales que le hacen ser un hombre como nosotros» (la cursiva es mía).
4 El sentido de Dios y el hombre moderno, Encuentro, Madrid 2005, p. 25.
5 L. Giussani, El sentido religioso. Primer volumen del Curso Básico de Cristianismo, Encuentro, Madrid 2023, p. 29.
6 L. Giussani, Educar es un riesgo, cit., p. 15.
7 L. Giussani, De la utopía a la presencia, Encuentro, Madrid 2013, pp. 179-180.
8 Escribe Giussani: «Pues bien, aquel Hecho, el acontecimiento de aquella presencia humana excepcional, se presenta como el método elegido por Dios para revelarle al hombre él mismo, para despertarle a una claridad definitiva respecto a los factores que le constituyen, para abrirle al reconocimiento de su destino y sostenerle en su camino hacia él, para convertirle dentro de la historia en sujeto adecuado de una acción que lleve consigo el significado del mundo. Dicho acontecimiento es, así, lo que pone en marcha el proceso mediante el cual toma el hombre conciencia acabada de sí mismo, de su entera fisonomía, y empieza a decir yo con dignidad» (L. Giussani, S. Alberto, J. Prades, Crear huellas en la historia del mundo, Encuentro, Madrid 2019, p. 28).
9 L. Giussani, Llevar la esperanza, Encuentro, Madrid 1998, p. 75.
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