Encuentros cuaresmales en San Juan de Letrán

«El “corazón” debe estar en la ciudad»

La diócesis de Roma ha dedicado estos últimos tres años sus encuentros cuaresmales a Miguel Mañara, “Los novios” y Leopardi, con Franco Nembrini. El cardenal Angelo De Donatis explica por qué
Luca Fiore

Angelo De Donatis es el cardenal vicario para la diócesis de Roma. Es decir, se encarga de los fieles confiados al Papa como obispo de la ciudad eterna: 2.600.000 bautizados. No es poca responsabilidad. Es un hombre calmado, nada proclive a llamar la atención, y hace tres años –el año del Covid– llevó a cabo un gesto singular al confiar la preparación cuaresmal a un laico. No se trataba de ningún teólogo o intelectual, sino de un profesor de literatura llamado Franco Nembrini. En 2020 le pidió que hablara del Miguel Mañara di Oscar V. Milosz. Fue un éxito. El año siguiente repitió el experimento en San Juan de Letrán con Los novios de Manzoni y la última Cuaresma con un recorrido por la poesía de Giacomo Leopardi. La gran catedral romana se llenó sobre todo de jóvenes de todas las procedencias eclesiales. Una iniciativa que, tanto por su método como por su mérito, involucró a muchos participantes y asombró a los organizadores por su acogida. Hablamos con el cardenal.

¿De dónde nace esta iniciativa que ha llevado las palabras de Milosz, Manzoni y Leopardi a San Juan de Letrán?
La Cuaresma es un tiempo propicio para fijar la mirada en el Misterio, entender al hombre y sus contradicciones, las consecuencias del pecado y la urgencia de la salvación. Nos servimos de la literatura para favorecer una confrontación con la realidad y la vida de la gente. La felicidad, la misericordia y el sufrimiento a través de las obras citadas. Se puede renacer a pesar del mal que atormenta a estos protagonistas igual que a nosotros. Los perdedores de Milosz y Manzoni son los hombres de hoy, necesitados de esperanza. Reavivan ese deseo de vida que también se percibe en la poesía de Giacomo Leopardi. Las obras literarias elegidas atraviesan el destino y el sentido de la historia de los hombres. Muestran la participación de lo divino en los intrincados acontecimientos del mundo, revelan los efectos de la gracia en cada acontecimiento. Los libros propuestos para estas predicaciones cuaresmales trazan el paso de la muerte a la vida. Testimonian una auténtica Pascua. No en vano, Miguel Mañara está ambientado en el tiempo de Cuaresma, mientras la conversión del Innominado de Los novios recuerda al ejercicio espiritual que se nos pide para llegar a la meta pascual.

¿A qué se debe la elección de Franco Nembrini para guiar estas reflexiones de cara a la Pascua?
Hace unos años, en varias parroquias de la diócesis de Roma, el profesor Nembrini propuso la literatura como camino para llegar a Cristo. Su propia historia ya habla: profesor de literatura, educador y escritor, uno de los fundadores del colegio “La Traccia” en Bérgamo, nombrado por el Santo Padre miembro del Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida. Ha devuelto a la Divina comedia su principal función: anunciar la salvación. Lo que más llama la atención en él es su intensa relación con la literatura y la fe, que le ha acompañado en la definición de su vocación como marido, padre e hijo de don Luigi Giussani, cuyo carisma le inspira a servir con pasión y creatividad a toda la Iglesia, no solo a la Fraternidad de Comunión y Liberación. Es capaz de despertar la pregunta por el sentido en los más jóvenes y en sus familias, ofreciendo una respuesta positiva sobre la vida y la posibilidad de amar. Cuando le propuse hacer este recorrido en una sede tan autorizada como la basílica de San Juan de Letrán, se quedó tan asombrado que casi le daba miedo. Decía que solo de pensarlo le temblaban las piernas. Franco permite comprender la Verdad a los doctos y a los incultos. Liga los textos literarios al evangelio, haciéndolos actuales, es decir, conectados a la experiencia de cualquier persona. Habla a los escépticos, hace accesible el Misterio a los sencillos y a los que han perdido la fe. La literatura se convierte así en un puente con los llamados “alejados” pero deseosos de la Verdad.

Este año, la elección de Leopardi resulta especialmente audaz. ¿Qué le animó a proponer a un autor normalmente considerado alejado de la sensibilidad cristiana?
Leopardi resulta más cercano a las inquietudes de los jóvenes de lo que podamos pensar. Muchas veces en clase se valoran sus preguntas existenciales como un capricho adolescente tardío. Es un terrible error, que ya quedó refutado en el primer encuentro en la basílica. El poeta busca una respuesta a la pregunta sobre el sentido de la vida, nunca deja de buscarla. En Leopardi hallamos las preguntas de todos los hombres, las mismas que debemos dirigir al Señor si queremos entender nuestro destino. Como decía Nembrini, Leopardi acepta el riesgo del camino porque siente que existe una meta. Durante estos encuentros, hemos comprendido y compartido la grandeza de este sentir, hemos descubierto el aburrimiento como «el mayor signo de nobleza y de grandeza que se pueda ver en la naturaleza humana». Leopardi no encontrará el camino para alcanzar la felicidad, esta será por desgracia su verdadera tragedia, tal vez porque, como recordaba Nembrini citando a don Giussani, “no tuvo amistad suficiente”.

¿Qué ha visto suceder en este ciclo de encuentros entre los jóvenes que han participado?
A los jóvenes que han estado en San Juan de Letrán los he visto atentos y en silencio. Venían armados con su cuaderno para tomar apuntes, signo de que querían llevarse algo a casa. Era una ocasión para reflexionar sobre las inquietudes que habitan en su corazón. Se iban sonrientes, con ganas de acercarse al ponente y profundizar en lo que más les hubiera llamado la atención. De hecho, estos encuentros son como un entrenamiento de la mente y del corazón para tonificar la propia vida. Había también muchos profesores, lo que me hace pensar que esto genera un bien que luego se extiende en la escuela durante las horas de clase. Los chavales, comprometidos en un proceso de liberación y conciencia de sí mismos, necesitan una compañía. Los adultos deben recuperar esa tarea educativa dentro de las comunidades escolares y parroquiales, formando a los más jóvenes en su libertad y responsabilidad. Leer las obras literarias del modo en que se interpretan durante estos encuentros favorece un proceso introspectivo y un renacimiento espiritual para sus participantes. En consecuencia, los que se implican en la educación pueden ayudar a los jóvenes a hacerse preguntas sobre el sentido de la vida.

Usted ha participado en todos los encuentros terminando con una oración. La literatura, el arte en general, ¿puede acompañar el camino de cada uno hacia el encuentro con Dios?
En un libro podemos encontrar a Dios, más aún, Él mismo sale a nuestro encuentro mientras leemos las páginas de una buena novela. Favorecer este encuentro es el sentido de nuestra propuesta cuaresmal. El papa Benedicto XVI, en el Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, escribe que el arte habla siempre, al menos implícitamente, de lo divino, de la belleza de Dios reflejada en Cristo nuestro Señor. Leer a Leopardi en Cuaresma puede suponer un anuncio evangélico. Una página de Miguel Mañara o un episodio de Los novios expresan el esplendor de la Verdad, mostrando la armonía entre lo bueno y lo verdadero. En las diversas citas cuaresmales, algunos testimonios nos han recordado lo decisivo que puede ser un libro en una historia humana, incluso en las más trágicas. Una historia puede salvar la vida de una persona y nos gusta ofrecer esta oportunidad a quien nos escucha, abriendo caminos nuevos al encuentro con el Señor. Una obra literaria puede convertirse en referencia para quien no tenga un maestro al que seguir, un lugar donde le alcance la gracia.

En su tarea como vicario, ¿cómo ha vivido y cómo juzga esta amistad y colaboración entre movimientos y figuras tan distintas como las que propone en estos encuentros cuaresmales?
El punto de partida es lo que dice san Pablo en la primera carta a los Corintios: «Hay diversidad de carismas, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de actuaciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos». La amistad entre personas como Fabio Rosini y Franco Nembrini es como el injerto de una planta cargada de frutos buenos trasplantada en el fecundo terreno de la diócesis de Roma. Es la demostración más evidente de lo que significa pertenecer al único Señor, con las diferencias de cada uno, que se convierten en el signo distintivo de los carismas necesarios para anunciar el evangelio. Las diferencias no son piedras de tropiezo sino que proceden de Dios y generan obras buenas. Las diferencias se armonizan gracias al Espíritu Santo porque hay gente dispuesta a dejarse moldear por el Espíritu. La amistad entre Franco y don Fabio es hija de una comunión que se abre a otros sacerdotes y laicos de diversas familias religiosas, una fraternidad que ha nacido del propio Franco. Su amistad es una relación en la que es fácil reconocer los dones del Espíritu y comprender que son diferentes, sí, pero no contrarios ni opuestos. Una relación fraterna entre un laico y un sacerdote que reconduce a la unidad una multiplicidad es una gracia que también me beneficia a mí, y a todo el pueblo de Dios.

¿Cuáles cree que son hoy las formas más necesarias para vivir y transmitir la fe?
En primer lugar, la adhesión a la Verdad, a nosotros con amor fiel. Estamos llamados a una conversión radical no solo en Cuaresma. El Señor pone en marcha una dinámica de amor valiéndose de todo y de todos. Esta iniciativa va en esa dirección, para favorecer esa mirada nueva hacia nosotros mismos, a los demás y a Dios. Vale para los sacerdotes y para los laicos comprometidos en la evangelización. Si queremos abrirnos a todos e indicar a Cristo a los demás, debemos prepararnos para un cambio, testimoniando la fe en los lugares donde vivimos todos los días. Como nos insiste el Papa, estamos llamados a dar el primer paso y salir, esa es la “iglesia en salida” de Francisco. Los laicos que viven en el mundo deben estar presentes “con el corazón”. Por mucho que vuestra fraternidad sea hermosa y pacificadora, “el corazón” debe estar en la ciudad, en otra parte. Porque allí es donde el Señor os envía y allí es donde os espera. Esto implica aceptar que se limiten nuestras tareas internas en nuestras comunidades de pertenencia, sobre todo las menos necesarias, y lanzarse hacia “fuera”, donde está presente el reino, aun en medio de tantas ambigüedades. Esa es la revolución que necesita el evangelio para llegar a los hombres y mujeres de nuestro tiempo.