Giovanni Testori en 1959 (Foto: Ansa/Archivi Farabola)

Giovanni Testori, amigo mío

El 12 de mayo de hace cien años nacía el gran intelectual italiano. Un periodista que nunca lo conoció en persona describe su encuentro con él a través de su obra y de personas que cambiaron por él. Una historia testoriana de dolor y redención
Alessandro Gnocchi

Solo conocí a Giovanni Testori a través de sus obras. Mi primer encuentro con él fue casual. Me pidieron organizar un archivo con sus artículos de prensa a los pocos años de su muerte. No solo tenía que incluir sus “piezas” firmadas sino también textos que hablaran de sus libros y sobre todo de “sus” espectáculos teatrales. Hasta entonces había leído poco y de forma muy casual.

Mientras archivaba, leía. Había algo que me llamaba la atención: su tono polémico, apoyado en un estilo soberbio. Un estilo propio de grandes escritores, no tanto de los periodistas. Aquello se quedó ahí. La segunda vez que me encontré con Testori fue con motivo de mi primer artículo periodístico. Era un retrato de Testori que me pidió mi director, con un inédito, un dibujo acompañado de un poema. Acabó en portada. Mientras tanto, Testori se había convertido en uno de mis autores preferidos.

Por aquel entonces me encantaba el Testori apocalíptico, aunque podría decirse que aún no había entendido nada, hasta que mi vida llegó a una vía muerta, como esas vías que Testori podía ver desde las ventanas de su casa en Novate. Unos pitidos terribles en mis oídos, lo que se conoce como acúfenos, me llevó rápidamente a formar parte del bando de los “locos”. Hoy puedo decir que he conocido a muchos de ellos y aunque ahora estoy mejor, siempre me he considerado uno de ellos que vive de incógnito en la sociedad de los “normales”. He pasado mucho tiempo con ellos en las salas de espera, donde hemos compartido nuestro dolor pero también muchas risas porque los “locos” tienen un gran sentido del humor y son capaces de reírse de sí mismos.

Durante una crisis fuerte, en urgencias, hundido por los gritos de mi vecino (con las piernas rotas), hasta arriba de medicamentos, tuve una visión. Perdonad, igual os da la risa, pero esa es la verdad. En mi cabeza se compuso la imagen de Cristo con la Cruz a la espalda. Sentí ganas de llorar, y lloré, mucho rato. Era como si sintiera cada una de las voces que había en urgencias, cada pensamiento desconsolado. Pero también estaba el sufrimiento de aquel hombre con la Cruz. Estaba allí por nosotros. Podéis pensar, yo también lo he pensado, que todo esto sería fruto de la desesperación y de la medicación, un cóctel perfecto para tener “visiones”. Puede ser. Pero lo cierto es que en vez de rechazar esa “visión”, decidí ir hasta el fondo de su significado. No podía negar la realidad de ese momento, tenía que ser por algo.

Instintivamente llamé a un colaborador mío, entonces todavía no éramos amigos, que pensé que podría darme respuestas que no vinieran del nihilismo al que yo estaba “abonado” y que me había llevado a una depresión silenciosa que me había quitado toda esperanza. Lo cuento brevemente. Este colaborador se llamaba Luca, me presentó a Giuseppe y Ricardo, y me llevó a conocer a un gran hombre, un monje llamado Pippo. Sin exagerar, puedo decir que me salvaron la vida, acogiéndome con una rara generosidad. Cuando mi situación se estabilizó pude constatarlo: Ricardo fue el primero al que le llamaron la atención los artículos de Testori en el Corriere della Sera en los años 70. Giuseppe era su sobrino y Luca, su discípulo.

Entonces saqué todos los artículos que había archivado décadas atrás. De repente todo eso adquiría un significado aún más fuerte, decisivo. Su antología La maestà della vita incluía un apéndice con una conversación de Testori con Luigi Giussani, El sentido de nacer, dos libros que se integran perfectamente. En sus artículos del Corriere e Il Sabato, Testori buscaba respuestas a la violencia, a la angustia, a la soledad y a la desesperación. Rechazaba totalmente una sociedad adormecida por el consumismo, denunciaba el incoherente (o quizá demasiado coherente) abrazo entre dos materialismos distintos, el de la gran industria y el de la izquierda progresista. Pero sobre todo, y para mí esto era lo más importante, Testori pedía un sí a la vida, que tenía su origen en el hecho de sentirse amados por nuestro padre y por el Padre. La majestuosidad de la vida se entrelazaba así con el sentido del nacer. Giussani añadía la dimensión del encuentro, de la comunidad, y esto también me parece muy importante. Uno no puede salvarse solo, y eso lo he experimentado personalmente.