Una escena de "Caso Galileo" (Foto: Masiar Pasquali)

Big Bang Galileo

¿Qué estamos dispuestos a perder con tal de no sufrir? ¿Qué queda del sentido del misterio en la era tecnológica? Hablamos con los autores de un espectáculo teatral que reaviva enigmas antiguos y nuevos
Luca Fiore

Angela es escritora y amiga de un científico. Tiene una madre que se dedica a cuidar de su huerto y un hijo siempre pegado al móvil. Ella es la protagonista de Caso Galileo, un espectáculo escrito a cuatro manos por Angela Demattè y Fabrizio Sinisi, y dirigido por Andrea de Rosa y Carmelo Rifici. En enero, durante diez días, colgó el “no hay entradas” en el Teatro Strehler de Milán. El drama comienza con fragmentos de la correspondencia entre Galileo, su discípulo Benedetto y su hija Virginia tras las acusaciones del Santo Oficio. Este episodio central en la historia de Occidente se mezcla con la vida de Angela, una joven que durante su conversación con el científico pone en discusión la visión religiosa del mundo que aprendió desde niña pero que, frente a la pérdida de su madre, entra en crisis, atrapada entre una reducción materialista y el deseo de que la muerte no sea el final de todo. Hablamos con los actores a propósito de toda la maraña de preguntas que plantea su espectáculo.

Angela Dematté. Al principio tuve que preguntarme cómo se transforma la vida cuando cambia un paradigma conceptual que influye en todo lo demás. Por una parte, esta pregunta surge en un diálogo con el gran físico Mario Rasetti, del que me he hecho muy amiga con el paso de los años; y por otra, con un grupo de científicos vinculados a los proyectos de la Comisión europea que reflexionan sobre las consecuencias de su investigación en la sociedad. Este descubrimiento del mundo científico y de su lenguaje choca después con la experiencia de la muerte de mi madre.

Fabrizio Sinisi. Yo parto, en cambio, de una observación del filósofo Emanuele Severino, que se preguntaba cuál es la constante evolutiva en la civilización occidental. Su respuesta era la técnica. Desde que prendió la primera chispa del primer fuego, el ser humano ha usado la “violencia” para secundar su deseo. El hombre se desvía de su curso natural, transforma la materia, modifica el ser de las cosas porque desea. Y Severino añade: creemos que la historia se modifica mediante gobiernos, iglesias o religiones, pero no es así. Se estaría acercando el momento en que la técnica será quien guíe el mundo sin más pantallas ideológicas. Me interesaba confrontarme con esta postura. Luego hay otro elemento que surgía en nuestro diálogo: el tema de la diferencia entre Giordano Bruno (o Sócrates o Cristo) y Galileo. Los primeros se sacrificaron a sí mismos. Y quien sacrifica una cosa la hace santa. Sin embargo, Galileo, abjurando, sacrificó la ciencia, sacralizándola así a ella en vez de a sí mismo. Si hoy, en nuestra sociedad secularizada, hay algo que se diviniza es justamente la ciencia. No siempre es así, pero a menudo, si pones en discusión los resultados de la ciencia, da la impresión de que estás lanzando acusaciones a lo más valioso que tenemos ahora.

Dematté. Pero el espectáculo también trata del espacio propio del arte, donde el hombre busca aquello que la ciencia nunca podrá dar. Sobre este punto hay que hacerse varias preguntas. Porque cuando el espacio del misterio se reduce cada vez más, es decir, cuando yo tenga una máquina que determine mis acciones y me adelante las consecuencias que tendrán mis decisiones, el ámbito de la incertidumbre que tanto ha alimentado la poesía también se reducirá. En un momento dado, Angela, la escritora del espectáculo, dice: «Daría incluso un poco de libertad a cambio de tener una máquina que nos permitiera vivir hasta el infinito». ¿Qué estamos dispuestos a perder con tal de no sufrir? Con cierto tipo de progreso, dejaremos de tomar en consideración algunos fragmentos de realidad. En algunos casos ya es así porque la técnica nos da respuestas inmediatas impensables hasta hace unos años.

Sinisi. También te das cuenta de que lo ignoto y el misterio son dos cosas distintas. Llevamos dentro un vacío que, aunque se ilumine, no se puede resolver. Pienso en la respuesta que da el científico a Angela: «Tu madre está en tus gestos, tu madre está en tu conectoma (mapa de las conexiones neuronales del cerebro humano, ndr)». Son palabras terriblemente insatisfactorias.



Dematté. La Angela del espectáculo tiene mucho de mí. Por exigencias de la dramaturgia, en ella he llevado al extremo aspectos que son míos. Pero esas palabras que pongo en boca del científico, Rasetti me las dijo de verdad. La gente te da las condolencias sabiendo que no te consuelan. Mientras que Mario, de esa manera, se preocupó por hacer de padre para mí en sentido lingüístico. Me ofreció un argumento racional que, en el fondo, tiene un elemento consolador. Y algo me consoló. Pero es una respuesta tremenda. El personaje de Angela decide no seguir ese camino para vivir su luto porque ha crecido, como yo, en un contexto católico. Pero no sé si el hijo de Angela, que ha perdido el contacto con el idioma religioso de su abuela, se conformará con la idea del conectoma.

Sinisi. También hemos introducido la figura del revolucionario, que en un momento dado se lamenta de la reducción materialista de la realidad y dice: «Ya no puedo acariciar un cuerpo sin verlo como un conjunto de células».

Dematté. Y el científico responde: «¿Queréis protegeros como niños eternos? ¿No tenéis el deseo de ver cómo son realmente las cosas?». La civilización no puede seguir viviendo en un mundo mágico. Dicho esto, si dejamos de percibir ese nivel mágico de la realidad, perdemos parte de nuestra humanidad.

Sinisi. Severino dice que de Galileo en adelante, la evolución técnica supera un punto de no retorno porque el método experimental ya no lo puedes detener. [El concepto de materia y el de medida entran en un extraño cortocircuito]. Todo lo que puede ser descubierto con esos medios se descubrirá. Y se actualizará.

Dematté. Hoy el cambio de paradigma, en mi opinión, pasa por darse cuenta de que hay que gestionar esta evolución técnica de locos porque de lo contrario nos encaminamos hacia la destrucción del planeta. Estoy diciendo una banalidad, pero es así. La cuestión es que también está pasando en el ámbito de lo humano. Porque si genero un algoritmo que me permite despedir a tres mil personas, creo un mundo donde el poder lo tiene aquel que tenga los modelos matemáticos más sofisticados. Y el mundo se hace menos humano. ¿Cómo convive esto con esa instancia de progreso en la que vive toda la sociedad occidental? ¿Cómo se conjugan las dos cosas?

Sinisi. A esto habría que añadir también el dilema ético en sentido más estricto.

Dematté. Pongo en boca del científico otra cosa que me dijo Rasetti: «Tengo teoremas guardados en el cajón desde hace años y no los publico. Sé que podrían ser útiles para la humanidad. También sé que si no los publico, algún notro lo hará. No tardarán mucho. Pero siempre existe el riesgo de que acaben en manos equivocadas». Es decir, ya no tenemos el control del conocimiento. Hubo un tiempo en que los límites éticos los ponía la esfera religiosa, pero ¿quién los pone ahora? Los científicos que he conocido me dicen: depende de quién pague la investigación. Ahí entra en juego la política y la economía.

Sinisi. Pensamos que en tiempos de Galileo la ciencia se sometía a condicionamientos sociales y religiosos, y que hoy es libre. Pero hoy el progreso avanza en ciertas direcciones porque, banalmente, muchas de las mejores mentes de nuestra generación están en Silicon Valley proyectando aplicaciones para geolocalizar a tu perro. En otra situación histórica o cultural habrían podido trabajar en notros proyectos, tal vez más útiles. Nos parece natural medir naciones y pueblos según su tecnología y no según la felicidad de las personas. Porque no existe un instrumento para medir la felicidad o la intensidad de una existencia. Ha sucedido algo que nos hace dar primacía a lo que se puede medir y eso a veces, en vez de hacer progresar a una sociedad, la mortifica.

Dematté. Un punto positivo del espectáculo es para mí el relato del abuelo de Angela que inventa el cañón de granizo. Es un hombre que, mirando el cielo, encuentra una forma de gestionar el ciclo de la naturaleza. Busca una solución práctica sin dejar de dialogar con Dios. Es como Kepler o Galileo, que no rompen su relación con la trascendencia. Ahora, sin embargo, los lenguajes científico y técnico se han separado totalmente de ella. El que estudia el cerebro no te va a hablar de “alma” sino de “mente”. ¿A qué nos lleva dejar de usar ciertas palabras?

Sinisi. Pero es una cuestión de ámbito, no está dicho que un científico no pueda hablar de “alma” ante la pérdida de sus padres.

Dematté. Sí, depende de la historia de cada uno, pero es verdad que cierta cultura científica niega la existencia del más allá. Sin embargo, Rasetti una vez me dijo: «Piensa en los números irracionales, cuántas cifras hay después de la coma. Ahí dentro está el infinito». Es verdad, hay un misterio dentro de los números. Es precioso el monólogo donde se compara el electrón con el misterio, que «aparece y desaparece, por todas partes, en todos los sitios, como un destello en las cosas rodeado de vacío». Tal vez toda la cuestión esté ahí, pero no podemos saberlo. Tal vez nuestros difuntos están en un espacio de la materia que para nosotros es inconcebible. No sabemos qué es el Paraíso.

Sinisi. Para mí, el punto de vista cuántico amplía la categoría de misterio en vez de restringirla. El siglo XX pone en crisis el modelo de Galileo. Ya no hay cuerpos singulares, ya no hay una mecánica determinista. El legendario físico teórico Richard Feynman decía a sus alumnos: «Si pensáis que habéis entendido lo que he dicho, quiere decir que no me he explicado bien». Porque si lo pones en términos lingüísticos, en ciertos aspectos ya no basta una lógica que respete el principio de no contradicción.

Dematté. Con Galileo la ciencia empezó diciendo: hay que observar la realidad para entender. Pero hoy vemos que para entrar dentro de la realidad más profunda, microscópica o macroscópica, hay que separarse de la evidencia del fenómeno. En cierto modo, volvemos a la dimensión simbólica e imaginativa, que no es del todo racional.

Sinisi. La verdad científica también es objeto de una fe. Todos nos fiamos de los científicos con una fe ciega. Nadie pregunta cómo o por qué funciona un TAC.

Dematté. En los primeros experimentos de mecánica cuántica, los científicos entendieron que las fórmulas correspondían a lo que sucedía, pero no tenían pruebas irrefutables. Porque cuando descubres que la presencia del observador modifica el objeto observado, te das cuenta de que para entender no deberías estar allí observando. ¿Cómo lo haces entonces?

Sinisi. Pero después de siglos de debate sobre qué va antes, si la cosa o el lenguaje, la física cuántica nos devuelve al primado de la experiencia: existen hechos, movimientos que no sabemos cómo explicar, pero están ahí.

Dematté. También era imposible no confrontarse con La vida de Galileo de Bertolt Brecht, que no se puede reducir a su hostilidad hacia la Iglesia. En ella hay instancias mucho más profundas y personales. Y yo intenté hacer lo mismo. En Angela está muy presente el tema del hijo, la cuestión del cuidado, que es ciertamente un aspecto autobiográfico, aunque también se nutre del trabajo realizado con un grupo de científicos que se plantean la cuestión de los “otros”: al conocerse, puede cambiar la vida de todos. Aquí se introduce el tema de lo “femenino”, que conserva en la medida en que cuida. Dice Angela: «¿Acaso se puede estar toda la vida en las casas de los árboles, mamá?». «¿Cómo, Angela? A ti te gustaban las casas de los árboles, eran bonitas». «Sí, pero me quiero ir de ahí». «Vale, pero si te vas, tendrás que mandar a tu hijo a la huerta porque él necesita entender estas cosas». «Ya, pero si lo mando a la huerta no aprenderá a usar la tecnología. Si me quedo aquí cuidando de las habichuelas, no podré conocer, no podré hacer carrera ni podré ganarme la vida». Todos estos temas que pueden parecer banales y cotidianos forman parte de lo que es el ser humano, sobre todo el femenino, que es quien hasta hoy se ha encargado del cuidado y siempre se ha dado por descontado que lo hiciera. ¿Y ahora? En este momento histórico me parece uno de los temas más interesantes. La madre le dice a Angela: «Pero tú has conocido otra cosa. Tú has visto cómo se da a luz». Ese conocimiento es conocimiento, pero no se puede transmitir como un teorema matemático, se transmite de otra manera. Y es fundamental. Como mujer debo conocer, pero también debo cuidar. ¿Pero cómo hacerlo?

Sinisi. Varios espectadores nos han preguntado por el mensaje que quiere transmitir este espectáculo.

Demattè. No tenemos ninguna tesis. El espectáculo ofrece una serie de complicaciones, que es lo que debe hacer el teatro: mirar a la cara dilemas que probablemente no se resolverán nunca. Es dramático. No sabes realmente de qué parte estar.