Escuela de chicas, ca. 1720-1725, Brescia, Pinacoteca Tosio Martinengo © Archivo fotográfico Civici Musei di Brescia / Fotostudio Rapuzzi

El corazón y la mesura

El mundo de los pobres, los repartidores del siglo XVIII, un sujeto que se convierte en «presencia real» ante nuestros ojos. La pintura de Giacomo Ceruti “cuida” de lo humano y muestras las raíces de una cultura que afloró en la pandemia
Giuseppe Frangi

¿Por qué merece la pena conocer a un artista que vivió hace 250 años entre Milán y Brescia, llamado Giacomo Ceruti? ¿Qué tiene que decirnos hoy? Para responder, nos acercamos a una exposición en Brescia dentro del programa “Capitales de la cultura 2023”, donde se han reunido por primera vez desde hace más de cien años 14 de los 16 grandes lienzos que componen uno de los ciclos más conmovedores de la historia del arte, realizado por este artista en torno al año 1720. Se trata del llamado ciclo Padernello. No es nueva la representación del mundo de los pobres, que obedecía a un modelo consolidado en la pintura que nobles y ricos coleccionistas encargaban para decorar las paredes de sus lujosos palacios. La novedad que introduce Ceruti es otra: una novedad que podríamos definir de “corazón” y de mesura. Acertadamente, los organizadores de la exposición han querido colocar los cuadros de este ciclo a una altura menor que el resto de las obras expuestas para que estén al alcance de nuestra mirada. Casi respiran con nosotros, llenando el aire con toda su carga de humanidad y sentimiento.

Pongamos un ejemplo, La escuela de chicas. Vemos a un grupo de mujeres y jóvenes trabajando en una tela en una sala sin adornos. La disposición en que las encontramos es la propia de la vida, no es una pose. Algunas nos miran, otras están de perfil, hay quien incluso está de espaldas. En el centro, una de las mujeres está centrada en otra ocupación: está enseñando a leer a una niña, sosteniéndole el dedo para que no pierda la línea en la página del libro. Llama la atención la imagen de esta comunidad activa totalmente femenina donde trabajo y educación se unen. Pero la novedad de Ceruti no está tanto en el tema elegido, que se encuentra también en otros artistas especializados en la pintura de género. La novedad está en la dilatación del tema. Dilata en primer lugar las medidas, llevando las figuras a proporciones reales, convirtiéndolas en presencias reales ante nuestros ojos. Este el milagro que realiza Ceruti.

Giovanni Testori, que fue de los primeros en descubrir y entender la grandeza del artista, identificaba un acento “homérico” en estos lienzos. De hecho, a personajes populares les confiere la profundidad y en ciertos casos hasta la solemnidad propia de los héroes épicos, sin desnaturalizar en absoluto su estatus. Vayamos al cuadro de la Hilandera. Discreta, casi tímida, está sentada en una piedra, es decir, sobre el pedestal más humilde que se pueda imaginar. Nos mira, presentando su presencia dulcemente sólida, dócil y monumental.

Autorretrato vestido de peregrino, 1737, Museo Villa Bassi Rathgeb, Abano Terme. © Museo Villa Bassi

¿Pero quién era Giacomo Ceruti? Aunque siempre se le relaciona con Brescia, en realidad nació en Milán el 3 de octubre de 1698. En 1717 se casó con Angiola Caterina Carrozza, una mujer que era más de diez años mayor que él. A partir de 1721 la pareja decide vivir en Brescia, donde Giacomo desarrollaba su labor pictórica. A esa etapa se remonta el gran ciclo Padernello, que se verá interrumpido en 1733 a causa de su inestabilidad financiera, que le obligó a dejar una ciudad en la que había obtenido un notable éxito. A raíz de esa desgracia, resulta emblemático el autorretrato con el que se abre esta exposición, donde Ceruti se representa como un peregrino, llevando en su mano el bordón (un grueso y largo bastón) y vestido con los mismos ropajes humildes y harapientos de sus mendigos. Aunque el artista lograría remontar la situación, consolidándose en Milán como retratista de grandes familias como los Belgioioso, lo Medici o los Litta. Muere en la capital lombarda en 1767, pero su última obra, el retrato de un religioso que pintó aquel mismo año, la firma definiéndose significativamente como “brixiensis”, es decir, bresciano.

¿Por qué Ceruti? Una primera respuesta la ofreció en la presentación de la exposición el alcalde de Brescia, Emilio del Bono. La elección de este artista se debe a la dramática experiencia que unió a estas dos capitales de la cultura con motivo de la pandemia. «Capitales, ¿de qué cultura?», se preguntó Del Bono. De una cultura que en aquellos momentos tan dramáticos demostró contar entre sus valores esenciales el de cuidar, y que por eso fue capaz de generar dinámicas de cohesión y solidaridad. Una cultura que hunde sus raíces en una larga historia que encontró precisamente en Ceruti una de sus expresiones más fieles y atractivas: amor a la realidad, afecto a las personas concretas, simpatía por los fracasados. La pintura de Ceruti “cuida” de lo humano y por eso resulta natural ponerla ante los ojos de todos en una circunstancia tan dramática como esta, devolviendo la profundidad del sentido y de la historia propia de una dolorosa experiencia que marcó a toda una colectividad.

Portador, ca. 1730-1734, Pinacoteca Tosio Martinengo, Brescia © Archivo fotográfico Civici Musei di Brescia / Fotostudio Rapuzzi

Su cercanía con nuestro tiempo también la puede testimoniar una curiosa analogía. Entre sus temas más recurrentes e incluso más felices están los “portadores”, jóvenes retratados con sus cestas cargadas, la mayoría de las veces en momentos de descanso. En un cuadro de sus últimos años los vemos también en grupo, en el centro de una plaza de pueblo mientras pasan el tiempo de espera para el siguiente recado jugando una partida de cartas. Donde las cestas les sirven de mesa. Ellos son los precursores de los repartidores, que no dejaron de circular como flechas por nuestras ciudades desiertas en los momentos más duros de la pandemia y que ya se han convertido en presencias familiares y casi imprescindibles en la vida urbana. Del mismo modo, entonces eran tan necesarios como marginados socialmente, y su actividad estaba regulado por una serie de normas cívicas, tal como atestiguan los documentos históricos. A veces posan con cierto descaro simpático, otras veces los vemos cansados y pensativos, como uno que camina sobrecargado con una cesta en un brazo y el otro detrás de la espalda, en cuya mirada se percibe un velo de tristeza. Son personajes “mínimos” y marginales, a los que Ceruti devuelve sin vacilar un puesto central en virtud de una empatía que acaba contagiando a quien se encuentre ahora delante de estas obras.

Decía Testori que Ceruti era un artista manzoniano antes que Manzoni. En uno de sus cuatros incluso llegó a reconocer una representación previa de los dos protagonistas de Los novios. En efecto, es fácil reconocer cierta proximidad antropológica, una estrecha afinidad humana entre esa joven pareja y los famosos Renzo y Lucia. Como sucede en la prosa de Manzoni, la pintura de Ceruti, afectivamente densa, deposita sobre estos rostros y estos cuerpos una intensa caricia.